2

3722 Palabras
Devora  Rita dejó la calculadora de lado. Se había rendido nuevamente. Ni siquiera quise preguntar cuánto faltaba porque mis ojos estaban por salirse de tanto que los había rodado los últimos días así que solo mecí a Lucian entre mis brazos mientras él jalaba con fuerza de bebé la amatista colgando en mi cuello. En el sillón, Joe se retorcía en risas. Últimamente se había convertido en un psicópata que disfrutaba de las desgracias ajenas. Por mi parte, ya me había cansado de golpearlo. El tema que causaba tanta desgracia en mi era lo caro que era una inseminación más todo el tema médico que conllevaba un embarazo. Tendría que vender muchas cosas para conseguir el maldito dinero sin descuidar el que tenía para mi último año universitario. Eso hacía reír a Joe porque solo había dos soluciones ante la crisis. La primera era la que totalmente no haría, que sería pedir dinero a Katherine y su enorme cuenta de ahorro y la segunda era aún más terrible. — ¿Hacerlo a la antigua? —él sonrió y dejé al bebé en los brazos de su madre—. ¿Acabas de sugerirle a una lesbiana que tenga un bebé a la antigua? —volvió a sonreír y mantuve mi zapato en su lugar. No perdería otro por lanzárselo—. No quiero un pene feo y arrugado adentro de mi hermosa v****a. Debe haber otra solución que no sea pedirle prestado dinero a alguien o poner un trozo de carne entre mis piernas. —Tú adoras la carne, Devora. Podrías ponerla en cualquier lugar—me quité el zapato y se lo lancé, pero se estaba haciendo más ágil con los años y logró evitarlo—. ¡Está bien! —No, no lo está—me lancé a su lado y le quité el café de las manos—. ¿No es suficiente con que deje el alcohol y los cigarrillos para tenerlo? ¿También necesito dinero? —También debes dejar el café. Lancé el vaso al suelo haciendo gritar a Joe. —Eres mi mejor amigo. Debes apoyarme. —Te odio—le sonreí ampliamente y él se levantó para limpiar el desastre—. Tal vez esto signifique algo. Que debes esperar más. —Quiero un bebé antes de la menopausia y ya la veo venir. Siento bochornos de la nada. —Creo que Joe tiene razón—le fruncí el ceño a Rita y se levantó cargando al bebé y a sus enormes pechos a los cuales no podía quitarle los ojos de encima. Yo era muy parecida a Lucian—. Aún tienes tiempo de ser madre, no debes apresurarte tanto. Miré cuando se sentó a mi lado y se preparó para darle leche al bebé. Puse toda mi atención en ello, pero Joe se sentó entre las dos haciéndome odiarlo. —No lo sé, quiero tenerlo ahora ¿Sabes? Ya me decidí a dejar todo por ese bebé y si no lo tengo ahora ¿Qué haré? —No lo sé, tienes suficiente dinero para ir a Canadá a ver a Katherine y quedarte un par de semanas. — ¿Están corriéndome? —ambos sonrieron y me levanté de su sofá—. Como sea, necesito leche ¿Podrías ordeñar a tu esposa para mí? Solo necesito un litro. Rita levantó su pierna para patearme y di un salto hacia atrás en mi camino a la puerta. Saliendo de su departamento choqué con una caja de mudanza que me recordaba algo sorpresivamente triste: todos estaban dejando el nido. Joe y Rita al fin habían conseguido el dinero para la casa que tanto soñaban, Joe gracias a su trabajo como doctor y Rita con su magia con las uñas: de seguro más de la mitad de la casa era de ella. Como fuese, aún no podía aceptar que ya no tendría razones para regresar ahí. Aunque estaba Molly y su pandilla peluda. — ¡Hey! Déjalo—dejé de darle empujoncitos a su gato que colgaba en el balcón con máxima expresión de pánico gatuno—. ¿Estás loca? —Si me pagaran por todas las veces que me han preguntado eso—sonreí y ella cargó al gato arruinando mi diversión—. Caen de pie ¿Sabías? —Este gato tiene problemas de agilidad. No cae de pie ni cuando salta del sofá al suelo—solté una risa y era más gracioso cuando miraba al gato—. ¿Qué? —Todos tus gatos son defectuosos. Está Pata de Pirata, Cola Sonriente, Oreja Peluda... —Ninguno de mis gatos se llama así, solo estás buscando apodos a sus carencias físicas—asentí con los ojos cerrados y ella suspiró—. ¿Cómo está Katherine? Mi pecho se apretó como era usual ante la mención de Katherine. —Ella...está bien. Conoció a su padre y... —No llores—le fruncí el ceño y soltó una risa mientras caminaba tenebrosamente a su puerta acariciando a Reflejos Meow—. Dile que la extrañamos mucho por aquí. Los gatos la adoran. —Sí, mi gatita también la adora—puso los ojos en blanco y reí dejándola que se encerrara con el sonido de mi voz—. ¡Cuídate, Molly! Me volteé lentamente hasta el brillante 69 de mi antigua puerta y pensé muy bien antes de golpear. Era una movida algo s*****a hacerlo. Cookie llevaba varias semanas sin dirigirme la palabra y honestamente había sido un alivio. No iba a decir algo como que estaba feliz por eso. Amaba a Cookie tanto como amaba a mi perro, pero la chica ladraba aún más que Grey. Durante toda mi infancia fue mi mejor amiga y también a medida que crecíamos, pero cuando cumplimos dieciocho años y Cookie fue admitida en una universidad de New York tuvimos una enorme caída. Para empezar, Cookie jamás tuvo una atracción por las mujeres, hasta le parecía repulsivo en mí. Ahora ella adoraba navegar a ambos lados, aguas saladas y dulces. Yo no tenía nada en contra de las personas bisexuales, pero el tema de Cookie era más parecido a la promiscuidad y era muy peligroso. Lo confirmé cuando la puerta se abrió y un chico salió acomodándose su chaqueta. —Hola, vecina—le levanté una ceja y arregló su cabello intentando lucir atractivo—. ¿Quieres un poco de azúcar? —Púdrete y largo de aquí. Entré a mi antiguo departamento para ver a Cookie hecha un desastre sobre el sofá. Había botellas vacías en todos lados y aún había humo de cigarrillo en el aire. Nunca nada me había preocupado tanto como eso y debía lamentarlo. — ¿Qué te he hecho, mi querido departamento? —Creí que era una pesadilla cuando escuché tu voz en la puerta—pateé de mi camino a un par de botellas y ella abrió los ojos, o al menos eso creo que vi a través del desastre que había con su cabello—. ¿Qué quieres? Ya terminé de pagar esta porquería. —Eres tan agradecida—casi podía verla poniendo los ojos en blanco antes de que se levantara quedando completamente desnuda—. Lindos abdominales ¿Los consigues con toda la comida chatarra que comes? —Es eso o todo el semen que trago—si me salvé en la entrada, en ese momento no pasó porque el vómito subió hasta mi garganta—. Se llama ejercicio. Tú solías hacerlo antes de que todo girara alrededor de esa perra rubia que te dejó. Cookie era la clase de persona que, misteriosamente, jamás había recibido un golpe en la cara, pero yo moría por dárselo. Aún así, ignoré su comentario y la seguí hasta la pieza en donde comenzó a vestirse. Miré detenidamente la forma en que había arruinado mi perfecto departamento con todas sus mierdas de planos, cigarrillos en el suelo y cerveza derramada en todos lados. Ni estaba contando a esa rata llamada Changa que no estaba en su jaula. De seguro estaba en algún lugar preparada para crear un rebelión de roedores con las demás ratas que sobrevivieron a los mil gatos de Molly. —No sé cómo preguntar esto para no lastimarte, pero... ¿Eres prostituta? —Puedes irte a la mierda, pendeja—puse los ojos en blanco porque sabía cuan buena era insultándome en español—. ¿Qué mierda haces aquí? Creo que quedó muy claro que no quería una zorra redimida cerca de mí. —Primero que todo, no, no quiero irme a la mierda. Debe ser un viaje largo y caro y para eso necesito dinero. Segundo, por eso estoy aquí. —Ya te pagué el maldito dinero. —No, pagaste el alquiler. No has pagado el adicional de los muebles, algunos electrodomésticos y no voy a contar la comida del refrigerador. Porquerías. No había nada en el refrigerador, pero de todos modos Cookie se levantó entrecerrándome los ojos. Debí buscarla en otra hora del día. —Compré esto porque no me ibas a cobrar los adicionales. Dijiste que eran un regalo ¿Y ahora vas a cobrármelos? —lo pensé un segundo y luego asentí sonriendo. No debí hacerlo—. ¡Puta! Iba a responder que ella era la puta, pero de seguro todo hubiera sido peor. No sabía qué podía ser peor que Cookie pateando todos los muebles con la intención de destruirlos, pero no quería saberlo. Me lancé sobre su espalda y envolví mis piernas a su alrededor atrapando sus brazos para que dejara de hacer estupideces. Como cuando éramos niñas. Cookie era ciertamente un caso psiquiátrico, peor que yo. Era loca como cualquiera de la familia, pero jamás podías poner a Cookie en situaciones de estrés o miedo: la superaban. Cuando éramos niñas se enfureció tanto porque le dije que no quería saltar la cuerda con ella que me quitó todas mis bolitas de cristal y las lanzó al barro en donde se revolcaban los cerdos. ¡Mis bolitas! Aún sufría por ellas. Luego me jaló del cabello para que no las sacara y fui un terror de gritos y llanto cuando comenzó a golpearme. De no ser por mi madre y la tía Carolina, yo probablemente tendría tremendos problemas mentales por esa paliza. De alguna manera Cookie predicaba ser muy normal, pero no lo era. Fue una niña con hiperactividad hasta mediados de los doce años, poco tiempo después la diagnosticaron con bipolaridad. Lo que era hoy en día era una desagradable mezcla de todo eso agrupado en 1,56 de estatura. Tal vez éramos tan unidas porque ambas éramos personas enfermas, pero Cookie lo fue desde temprana edad. Así fue como me convertí en un koala sobre su espalda. Ella intentó incluso morderme para finalmente rendirse y susurrar muy bajo un montón de insultos en la lengua de nuestros abuelos, pero se calmó y se sentó sobre la cama lanzándome en el proceso. —Cálmate, Dios—me senté a su lado y miré el desastre que hizo en menos de dos minutos—. Pensé que ya podías controlarte. —Esto no tiene nada que ver con eso. Cuando te vayas usaré un hacha para convertir tus muebles en leña para la chimenea que no tengo—intenté tocar su hombro, pero se alejó bruscamente y la vi mientras intentaba prender su cigarrillo—. Lárgate. —No puedo creer que te afecte tanto que yo esté intentando ser feliz. —Sabes que no es eso—finalmente encendió su cigarrillo y lanzó el encendedor sobre la cama para apuntarme—. Te estás equivocando con esa chica y ¿Qué harás cuando te deje? Odiarás a ese bebé que trajiste al mundo para ambas. —No te has dado el tiempo de conocerla. No es mala ni de cerca. Ella soltó una risa y el humo salió por su nariz haciéndola lucir como el mismo demonio. No es como si yo supiera cómo era, pero tenía una orden de restricción de su parte. —No, no es mala. Pero tiene algo en los ojos que nosotras no tenemos, pero que lo tuvimos a su edad—incliné mi cabeza para mirarla desde otro ángulo—. Ella tiene muchos sueños, Devora. Cosas que no le vas a permitir hacer cuando llegue ese bebé. — ¡Por favor! ¡Solo es un bebé! —ella negó con la cabeza y me levanté—. Mira, Cookie. Lamento en serio esta situación, no me pone menos incómoda que a ti, pero en serio necesito el maldito dinero. — ¿Para qué? ¿Sigues usando anfetaminas? —sonrió maliciosamente mientras el humo salía de su boca. Iba a devolverlo ahí de un solo golpe. Juro que estaba a punto—. O tal vez heroína. — ¿En serio quieres que comencemos a hablar de nuestras caídas, Constanza? —me dio solo una mirada advirtiéndome. Tal vez yo había caído muchísimas veces, pero fue años atrás, ella, probablemente, hace un par de horas—. Es para la inseminación. —Espera sentada. No quiero tener nada que ver con esa...criatura que traerás al mundo. Me levanté calmadamente y la lancé al suelo de un golpe en el mentón. Mientras la miraba sentía deseos de llorar porque no la había golpeado por como trató a mi futuro bebé, la había golpeado cuando me di cuenta de qué era el polvo blanco sobre el escritorio. —Le diré esto a tu madre y a la abuela. Se viene linda para ti, Constanza. Salté por encima de ella y salí corriendo del departamento antes de que me atrapara. Luego le di un grito a Avril que seguía jugando con un gato de Molly en los estacionamientos. La tomé en mis brazos y la lancé sobre la moto para luego subir yo y acelerar en el momento en que Cookie salió corriendo del ascensor y gritándome que me mataría. —¿Tu prima está loca? —Desde que sé de tu existencia, agradezco que seas mi hermana del lado más cuerdo de mi ADN—la escuché riendo y manejé más lento cuando estábamos lejos de los departamentos y la irritabilidad de Cookie provocada por la cocaína—. ¿Qué vamos a hacer hoy? —Debemos ir a pagar la torta a Genevieve's y luego ir por tu regalo. Por tercera vez. Eso era cierto. Llevábamos más de dos semanas intentando encontrar el regalo perfecto para el cumpleaños número nueve de Cody. Desde que inició todo el tema del juicio había sido difícil mantener una actitud positiva y emocionarnos por su cumpleaños cuando estábamos en un cuarto lleno de gente que le daba mucho sentido a la situación: solo nos estaban juzgando. Recordaba el día en que tuvimos que presentarnos. Yo, al no ser parte de la ecuación de forma política, solo tuve que mirar desde atrás. Vi como Allison arreglaba nerviosa la corbata de Cody y él miraba cada esquina, convirtiéndome en la persona más nerviosa del cuarto después de Allison. Sabíamos que teníamos buenos abogados y a un niño bien educado bajo nuestro cuidado. No había nada para que nos lo quitara. Era legalmente nuestro, lo amábamos muchísimo y él nos amaba a nosotras: se quedaría. Me repetí eso durante la media hora previa a entrar al lugar porque una vez que volvimos a vernos toda mi confianza se derrumbó. Como me dijo Kevin, lo mejor era que yo guardara silencio todo el tiempo y, si me tocaba hablar, debía decir lo que él escribió para mí. Hasta recomendó tatuármelo. Todo lo que hice fue en defensa propia. No planeaba dejarlo estéril. Evan no podría tener hijos naturalmente y de seguro pensó eso durante los últimos ocho años cuando, de alguna manera, se enteró de que Allison y yo estábamos criando a un niño de ojos azules y cabello castaño claro, un niño que tenía la misma edad que debería tener el hijo que Tania supuestamente perdió. El juicio inició con la carta de palabras redundantes escritas por su abogado que mencionaban la custodia que merecía tener Evan debido a que él no dio el consentimiento para la adopción, pero ¿Cómo lo daría? Él no tenía idea que el bebé había nacido y, al menos los que lo conocíamos, sabíamos que de saberlo tampoco se habría quedado. Pero ese fue el tema que alargaría el juicio a mínimo un año. Evan mencionó que fue coaccionado por mí para irse, que prácticamente lo esterilicé para que no volviera a acercarse a Chicago y había un viejo documento de la policía local en la que mencionaba cierta paliza que le dimos Allison y yo unos cuantos meses antes del nacimiento de Cody. Estábamos bien jodidas. Joe me gritó poco después de esa primera audiencia. Me recordó cuán útil hubiera sido que yo hubiese demandado a Evan luego de que casi me matara en ese callejón, pero ahora no podía quejarme de nada. Lo hecho estaba hecho y lo que no hice, también. De nuestro lado estaba el hecho de la custodia legal. Si Evan hubiese deseado a Cody debió reclamar antes de que se cumpliera un año luego de firmar los papeles de la adopción. Se le puso fin a la autoridad parental desde que Tania decidió dar a Cody en adopción mucho antes de que naciera. En tema emocional, era un tierno Cody Walters, pero legalmente era Cody Harris. Allison era la que tenía la custodia total y se la dieron a los veinticuatro años: el niño llevaba varios años siendo legalmente suyo y muchos años más siendo sentimentalmente nuestro. De solo enfocarse en eso, el juicio hubiera estado finalizado en seis meses o menos, pero estaba el tema de la mentira. Evan estaba diciendo que yo le dije que el bebé había muerto junto con Tania sabiendo de su interés por ser padre. Era una gran mentira de parte de ambos porque yo jamás le dije eso a Evan, al menos no directamente: solo se lo dije a uno de sus amigos para que se lo dijera a él. Miré callada a Avril debatiéndose en figuras de acción de Marvel y un equipo de pesca, la nueva fascinación de Cody desde que tenía a mi padre en su vida. — ¿Esta ya la tiene? —Avril me levantó a Scarlett Johansson hecha muñeca. Le negué con la cabeza de inmediato—. ¿Por qué no? —Dice que cuenta como Barbie—Avril puso los ojos en blanco y la lanzó al carrito—. ¿La llevas para ti? —Tendrá que jugar con muñecas si yo se la regalo—sonreí y alcancé los Lego de Star Wars para que fueran de mi parte junto con el equipo de pesca—. Está muy enojado por todo ¿No? Ha cambiado desde que vio a su papá. No pude dejar de notar la observación de Avril que era la única persona a la que Cody recurría últimamente. El primer día del juicio no soltó mi mano. La apretaba con toda la fuerza que puede tener un niño de ocho años y yo no quité mi vista de él. Gran parte de mi esperaba que odiara a Evan y no quisiera verlo, pero en el momento en que el abogado caminó hacia el juez seguido por su defendido, todo cambió. Cody se volteó a verlo y Evan lo vio a él. Por un segundo mi corazón se detuvo al ver lo similares que eran físicamente, pero mi impresión iba más en cómo Evan lo miraba. Como si estuviera a punto de llorar: no le creía ni lo que rezaba. Con eso en mente manejé a mi casa en donde Allison trataba de coordinar todos los arreglos de la fiesta para Cody, pero estaba volviéndose loca. No podíamos hacernos tan felices de la nada luego de todo lo que estábamos pasando. Avril de inmediato me entregó los regalos para que los ocultara y ella corrió hasta donde estaba Cody junto al estanque. Lo miré muy de lejos, ya ni siquiera sabía cómo acercarme a él ¿Qué podía decirle ahora? Jamás quise que estuviera en esa posición. Era tan pequeño aún. — ¿Cómo estás? —primero miré su mano en mi hombro y luego la miré a los ojos—. Luces agotada. —Tú no luces mejor, Allison—se encogió de hombros y se sentó en una banca junto a donde Grey dormía. Sonreí cuando la vi acariciándolo y luego ambos suspiraron—. Solo quiero acabar con ese maldito juicio. —Todos queremos lo mismo—al mismo tiempo miramos a nuestra pequeña familia hecha de amigos y nos miramos—. Joe dice que estás por hacer a tu bebé a la antigua. Solté una risa y aplaudí haciendo que Grey despertara y se acercara para que lo acariciara. Luego le negué con la cabeza a Allison. —Tengo que reunir el dinero. Jamás hubiera pensado que era tanto. — ¿Cuánto? Odiaba muchísimo hablar de eso con Allison, o con cualquiera que tuviera el dinero suficiente para hacerme un préstamo que jamás me dejarían pagar. No quería pedir prestado a nadie y cuando hablaba al respecto, me exponía a eso. —No importa, solo debo ahorrar un poco más. Grey ladró como recordándome que yo ya había hecho gastos así en él. Prácticamente era mi primer hijo. —Eres una máquina sexy, Devora. Necesitas tu mantención básica: perfumes Carolina Herrera, cigarrillos Lucky Strike, chaquetas de cuero Zara y exóticas cremas para tus nuevas arrugas—inmediatamente cubrí mi frente y ella sonrió—. No perderé el tiempo ofreciéndote un préstamo, pero considéralo a no ser que quieras un arrugado pene ahí. Levantó mi falda y de inmediato le di una palmada en sus manos. Luego la miré revoloteando enamorada de Kelly mientras yo me quedaba sentada en el suelo abrazando a Grey. Cuando las veía juntas tenía un montón de sentimientos encontrados, pero finalmente entendía que no eran celos, al menos no de los que yo pudiera tener por alguna especie de amor escondido hacia Allison. Tenía celos porque esas podríamos ser Katherine y yo. Pensando en ella tomé mi celular y comencé a marcar su número.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR