Corazón Indestructible

3401 Palabras
Nos encerramos entre soñadoras promesas, apartados del mundo y sus censuras. Prohibido eras, prohibida fui para ti, pero la sed de tu espalda desnuda me cegó. Regresa a mí, ángel oscuro con alas cortadas. Regresa o llévame contigo, hasta las tinieblas.  —Buena noche. Solicito informes de una paciente —rogó Lidia a la recepcionista del hospital. El tráfico repentino gracias a una fiesta nocturna que se cruzó por su camino y un reloj que caminaba más rápido de lo que deseaba la desesperó. El tiempo se suele tornar un enemigo cuando la muerte ronda a una persona. —¿Nombre? —le preguntó la recepcionista que observaba indiferente el monitor de una computadora. Morena, con cabello n***o amarrado en un chongo apretado, ojos cafés oscuros y labios resecos con restos de labial rojo; esas eran las características más sobresalientes de la mujer que parecía que detestaba su trabajo. —Ámbar… Ámbar Montero. —Alguien del hospital le avisó que su cliente había llegado allí sin signos vitales. Hasta ese punto solo sabía que estuvo muerta por más de un minuto. Esta vez podría haber secuelas si es que sobrevivía de la atroz recaída. La encargada buscó con exasperante lentitud. Cada clic que ella presionaba era para Castelo tiempo perdido. Con cada segundo que tardaba se perdía uno de la valiosa vida de Ámbar. Cuando por fin la encontró, el semblante de desagrado cambió por la sorpresa y el trato hacia la mujer que tenía enfrente se tornó benévolo. Los empleados de hospitales públicos, en bastantes ocasiones, tratan a la gente como si fueran seres inferiores. Responden con desdén, niegan informes y hacen sus tareas a regañadientes. Tal vez se les ha olvidado ya que a quienes atienden son personas que se encuentran luchando contra una enfermedad, contra el dolor de tener un ser querido enfermo o contra la terrible despedida de alguien a quien se amó. La insensibilidad que muestran es preocupante, y sí, también desagradable. —Está en la habitación veintisiete, tercer piso. El elevador lo encuentra junto al sanitario de mujeres. —Apuntó con un dedo. Sonreía nerviosa porque atender mal a una abogada no era una buena idea. Seguro ella conocía al director del hospital y lo último que quería era recibir una queja. Lidia le agradeció y caminó a pasos rápidos, cruzando la sala de espera para subir al elevador que estaba por cerrarse. Ni siquiera preguntó el estado de la chica. Necesitaba verla y no se detuvo a investigar más porque, en el fondo, temía recibir malas noticias. Un policía que parecía cansado vigilaba por fuera la puerta del cuarto veintisiete. La abogada le mostró su identificación y él la dejó pasar sin indagar más. Apenas entró, la pudo ver. ¡Ahí estaba a quien ansiaba ver! Descansaba con la respiración forzada y los ojos cerrados. Los cables conectados a su cuerpo le recordaron la gravedad de su estado. Un olor a enfermedad rondaba el ambiente y se volvió difícil de soportar. Para Lidia, el estar allí resultaba poco agradable. Su madre había fallecido víctima de un coma diabético cuando ella era una adolecente y tuvo que pasar más de tres semanas cuidándola. Al final no logró salir con vida. Los recuerdos de aquellos días de agonía se hicieron más nítidos al ver a Ámbar con el rostro pálido. Ni siquiera se tomaron la molestia de pasarla a terapia intensiva. Pronto las ganas de salir corriendo la invadieron, pero decidió ser fuerte y quedarse para hacerle compañía ya que nadie más la visitaba ni la cuidaba. —Ámbar —le llamó susurrante cuando llegó a su lado—. Soy Lidia. ¿Puedes oírme? Estoy contigo. La joven abrió poco a poco los ojos, que se habían puesto rojos por las venas que se hincharon, haciéndola lucir todavía más demacrada. Al reconocerla, intentó sentarse sobre la cama, pero la abogada se apresuró para impedírselo. —No debes moverte, estás delicada —dijo y la sujetó por la cintura para acostarla de nuevo. Luego se acomodó a su lado para poder trasmitirle seguridad. La muchacha estaba tan sola, ¡tan abandonada!, que sentía que tenía la responsabilidad de estar allí. Su abuelo no se comunicaba y, según sabía, solo lo tenía a él y a su hermano menor. —No estoy delicada —admitió conmovida. Apenas y se podía escuchar su voz—, estoy muriendo —Por extraño que pareció, al decirlo, esbozó una sonrisa que apenas podía gesticular. Fue como si la idea la hiciera feliz. —No, no es así… —Las palabras se detuvieron en sus labios. Supo que Ámbar tenía razón, estaba muriendo, y cuando eso sucede no existen frases de aliento que puedan ayudar. Solo podía darle su apoyo que poco servía en esos complicados casos. —Estuve muerta, no es como una gripa. Pero no se preocupe por mí, hoy no es el día. —Enseguida notó el cambio en la abogada: se veía preocupada y tensa, y los hombros se le pusieron rectos de un instante a otro—. Tengo un corazón indestructible —le aseguró, tocándose el pecho con sus débiles dedos. —Es bueno que tengas esperanza. —¿Esperanza? ¡No, para nada! Esa la perdí hace ya mucho tiempo. —Sus ojos se abrieron de par en par tan rápido que dejó a Castelo impresionada por la fuerza repentina que mostró—. ¡Tengo algo mejor que una triste esperanza que no sirve para nada! La inestabilidad de la joven florecía de nuevo, pero esta vez la libreta de notas se había quedado en el coche porque la visitaba como una amiga. Era raro en Lidia el tener amigos. No confiaba en las personas porque en el trascurso de su carrera había visto toda la maldad que pueden albergar. Hay quienes son capaces de herir o de herirse a sí mismos para causar sufrimiento. Por eso prefería mantenerse sola. Al morir su madre, su padre se mudó a España. Tuvo un hermano mayor, pero falleció en un lamentable accidente automovilístico al jugar carreras ilegales. Sus recuerdos de él eran pocos porque apenas tenía seis años cuando lo perdió. Quedó al cuidado de su abuelo paterno y fue él quien le terminó de dar la educación que necesitaba. En el caso de Ámbar las cosas eran similares. Se encontraba igual de sola que ella y tal vez poseía más inocencia de la que creían los que la acusaban. —¿Y qué es eso que tienes? Dime, ¡anda! —Sonrió al cuestionarla porque sabía que iba a contarle alguna historia increíble y ella la escucharía. Lo haría porque ambas necesitaban relajarse. Con una seña, Ámbar le pidió que se acercara y le susurró: —No está preparada para saberlo. —Se cubrió el rostro con la sábana gastada, como si fuera una niña que acaba de hacer una travesura. A pesar de haber saboreado la muerte tan solo unas horas antes, ahora tenía energía suficiente como para bromear; algo que se volvía “normal” si se hablaba de ella—. ¡¿Pero qué fue lo que le pasó?! Luce terrible —comentó sorprendida al prestarle atención. ¡Era verdad! Lidia sabía que el viaje la había dejado hecha un desastre. Su cabello ya no permanecía peinado, su ropa tenía lodo salpicado y sus zapatos tenían manchas que no quería saber de qué eran. Pero la joven no debía saber sobre la aventura de la que acababa de regresar porque seguro la pondría mal, por lo que prefirió omitir esa información. —Lo sé, salía a dar un paseo cuando me llamaron… —mintió con las mejillas sonrojadas. —Me apena molestarla, no debieron llamarla. —Para nada es molestia. Estaré aquí cuando lo necesites —añadió con completa seguridad—. Pero bueno, te decía que me gustaría saber qué es “eso” que tienes. Recuerda que hicimos un acuerdo de confianza. De golpe se sintió un frío que corría y dolía por todo el cuerpo. Las dos mujeres se sobresaltaron porque la habitación no tenía ventanas. Fue la compañía que se hacían la que les proporcionó el valor para ignorarlo y seguir conversando. —Hay pactos más fuertes que ese —aseguró, descubriéndose todo el rostro y luciendo un semblante más serio. —¿Cómo cuál? —le preguntó dubitativa. La chica se removió en la dura cama y enterró su mirada en la abogada para comenzar a responder lo que le cuestionó. —Alan se convirtió en todo para mí —pronunció con una voz firme. La vitalidad volvía a ella con solo mencionar su nombre—. Solo podía pensar en él, día y noche. Algunas de mis amigas decían que cuando te enamoras te vuelves tonta. Pero yo no me sentía tonta, más bien me sentía aterrada. Sé lo que él era… —Pero, si él era lo que aseguras, debes entender que no podía ser bueno, y tampoco podía amarte —le dijo, interrumpiéndola, sabiendo que sus palabras podían herirla; aun así buscaba sacarla del pasado en el que permanecía estancada. —¿Pero cuántas personas no hacen daño? ¡Somos bestiales! —subió el tono de su voz al decir lo último. —¿Por qué crees eso? —Lidia sabía que en esa afirmación tenía razón, pero quería conocer sus motivos para pensar así. —Porque acabamos con todo lo bueno que hay en este mundo, nos lastimamos entre nosotros. Sí, somos bestiales, y ¡no hacemos nada para cambiarlo! Comprendo que Alan era alguien equivocado, pero al menos luchaba contra su propia naturaleza. Lo vi varias veces resistirse a eso que lo llamaba a hacer daño. Buscaba no herir a nadie más… y todo eso lo hizo por mí. Yo sentía terror… de perderlo. —De inmediato sus ojos se llenaron de lágrimas, que pronto se derramaron por sus mejillas y su cuello—. No todos son los típicos cuentos de la adolescente que se enamora del chico lindo en el instituto. No todas las historias tratan de princesas que terminan casadas con el apuesto príncipe. —¡Qué bah! —se mofó, sonriendo para que ella se tranquilizara—. Eso no pasa en la vida real, pero la gente se engaña porque vivir con un poco de fantasía los hace felices. En mi caso creo que el amor es un lujo que no puedo darme. Supongo que terminaré sin príncipe. Aunque, para ser sincera, no lo necesito. —Somos del tipo de chicas a las que no las vuelve locas el “felices para siempre”. Usted me agrada. Juntas rieron y Lidia sujetó la mano de Ámbar para apretarla. Sin duda, un vínculo muy alejado de lo laboral empezaba a nacer entre ambas, y a ninguna le desagradaba la idea. El médico que la atendía interrumpió para revisar a Ámbar. Lidia salió de la habitación con el objetivo de darles privacidad y aprovechó para ir a comprar un café a la máquina expendedora del segundo piso. Decidió bajar las escaleras a pie. El hospital se encontraba solitario porque era de madrugada. Durante su trayecto solo escuchó uno que otro quejido de los enfermos, pero nada más. Llegó a la máquina, sacó un par de monedas y cuando apenas iba a meter la primera, los sigilosos pasos a su izquierda la hicieron girar de golpe. ¡Ahí lo vio! Un hombre alto y con una gabardina negra que estaba ya a unos seis metros de distancia llamó su atención. «¿Pero de dónde salió?», se preguntó porque forzosamente tenía que pasar a su lado y ella estaba segura que no lo hizo. Interesada, enfocó mejor la vista. Su leve miopía empezaba a causarle problemas, pero fue capaz de ver, a través de la oscuridad del pasillo, que era pelirrojo y por su nuca supo que también de piel blanca. «Una casualidad quizá», se dijo aunque su mano que tenía la moneda temblaba. Siendo poco discreta, lo siguió con la vista hasta que dio vuelta al final del pasillo, perdiéndose. Convencida de que iba a ignorarlo porque no quería ofender al desconocido, metió la moneda que sostenía, pero lo meditó porque una corazonada y la tensión que percibía la hicieron cambiar de opinión y abandonó el café. Avanzó por la misma ruta que el hombre, solo quería verle la cara, pero para su sorpresa ¡el pasillo estaba vacío! En ese instante sintió que su presión se elevó y le causó un mareo. Tuvo que recargarse en la pared para no caer. Respiró varias veces, hasta que se sintió mejor. De reojo llamó su atención una tarjeta negra en el suelo que se encontraba a poco menos de dos metros de sus pies. Decidió levantarla sin saber por qué y leyó: TAROT DE MARA Háblanos al 55-10-14-561 Reserva día y hora. La primera lectura tiene 10% de descuento. El primer impulso que tuvo fue tirar la tarjeta al bote de basura, pero apenas llegó, desistió y la metió al bolsillo de su abrigo. En realidad no creía en nada de eso de lecturas, adivinas y demás, pero por alguna razón sintió la necesidad de guardarla. Dejando su café para otra ocasión, regresó con Ámbar sin hacer otra escala. Antes de llegar al cuarto, se topó al médico a quien de inmediato interrogó: —¿Cómo está? —Me dice el policía que usted es su abogada, ¿es correcto? —respondió el hombre de unos sesenta años que se portó cordial. —Sí. —No debería darle informes de su salud porque no es familiar, pero lo haré porque veo que nadie más pregunta por ella. Ámbar sufre de cardiopatía isquémica. —Se quedó pensativo un breve instante—. Debo decirle que estoy impresionado por todo lo que ha resistido. Es muy fuerte, pero por el daño que ya tiene, su vida no será larga. Lo siento mucho. Le recetaré medicamentos que la ayudarán y una dieta. Por ahora la cirugía no es opción, no va a resistirla. —Antes de finalizar, le hizo un último comentario que sonó más a consejo—: Entiendo que es su trabajo, pero evite alterarla. Darle espacio unos días será lo mejor. Lidia sintió que su estómago se removió como si tuviera dentro un roedor carcomiéndola. —Gracias por decirme, doctor. El hombre asintió y ella se apresuró a entrar a ver a su joven cliente. Seguía despierta y parecía más estable. Lidia lo relacionó con el medicamento que le administraron vía intravenosa. Convencida de que se quedaría a dormir allí, se volvió a acomodar en la misma silla y le sonrió. —¿Se ha enamorado alguna vez? —la cuestionó Ámbar con un repentino interés. —No he tenido el gusto, pero si eso no pasa no me molesta de todos modos —respondió, pero en realidad no sonó tan convencida. Tener una cama vacía todas las noches era algo que, en momentos difíciles, se volvía insoportable. —Lo último que yo quería era engancharme a un hombre. Mis sueños iban en otros rumbos. Quería continuar la escuela, salir del pueblo y conocer más lugares… Pero llegó él y no supe cómo parar lo que pasaba. Después de nuestra primera vez no pude poner un alto. —La historia de su idílico romance volvía. Castelo recostó la cabeza en el respaldo de la silla y se cubrió con el abrigo para escucharla. —¿Cuánto tiempo pasó para que se vieran otra vez? —Fue la noche siguiente y también a escondidas —recordó y una media sonrisa se dibujó en sus labios—. Cada vez que me iba a dormir me decía que estaba mal y me prometía que no volvería a hacerlo. Pero con solo verlo se me olvidaba todo. Con cada beso, cada que sus manos me tocaban… No nos cansábamos de aprender. Me escapaba cada vez que tenía la oportunidad porque no lograba dormir, solo podía pensar en él, en sus manos acariciándome, y ni siquiera tenía que pedirme que lo hiciera. —Sus ojos brillaron por la ilusión de rememorar esos momentos—. Cuando estábamos juntos, él hablaba poco, pero una vez me dijo que estar conmigo estaba prohibido. En el fondo yo sabía que sentía algo muy fuerte por mí, aunque no puedo asegurar que era amor. No sé si él podía sentirlo, pero se acercaba mucho a lo que teníamos. —¿Siempre se encontraban en la casa abandonada? —quiso saber porque en realidad se sentía interesada. —Al principio sí, pero luego lo convencí de ir al pueblo. Le conseguí ropa adecuada. Su cuerpo era el de un hombre y ninguna persona sospechó sobre su verdadera naturaleza. Yo quería presumirlo con mis amigas. Quería que nos vieran juntos y que me tomara de la mano al caminar por las calles, como una pareja normal… Pero jamás íbamos a ser una pareja normal. —Las lágrimas volvieron a salir por la pena que sobrevino y una mueca de dolor deformó su rostro. Lidia hizo una pregunta más, buscando llamar su atención. —La fotografía que te mostré hace unos días, donde estaban los dos y él te tenía abrazada, ¿la tomaron en tu pueblo? Esa fotografía llegó a sus manos gracias a los documentos que el abuelo de ella le envió. —Sí —confirmó, secándose la cara con la bata del hospital—. Fue en el primer día que salimos. Una feria pequeña se pone cada año para honrar al santo del pueblo. Recuerdo que tenía unos nervios tremendos porque era la primera vez que paseaba con novio, o lo que sea que Alan era. El fotógrafo se nos acercó y aprovechó para retratarnos juntos. Yo estaba tan feliz de tenerlo a mi lado. —Según me dices, la gente lo acogió sin problemas. Ámbar sacudió rápido la cabeza. Su lucidez tambaleaba una vez más. —En muy poco tiempo se ganó la confianza de mis conocidos, hasta la de mi abuelo. Él era muy callado, aunque tenía algo que hacía que lograras adaptarte a su compañía. Pero… —se interrumpió de golpe. —¿Pero? —La abogada levantó la cabeza para verla mejor. Sabía que estaba costándole un gran esfuerzo continuar, aun así deseaba conocer lo que escondía. Sin querer, su oficio salió a relucir y comenzó a ver el relato como información que se sumaba a su pizarrón. —Una noche estando juntos… me desmayé —narró tensa, tocándose las manos y rascándose entre los dedos—. Cuando desperté me tenía entre sus brazos. Dijo que no me quedaba mucho tiempo, y por primera vez lo vi asustado. —¿Quieres decir que él te salvó ese día? —No lo sé. No llegué a conocer las limitaciones de sus “poderes”, por así decirles; pero, si lo hizo, no serviría por mucho tiempo. —De un momento a otro, un estado de histeria la envolvió y comenzó a jalar de sus cabellos. Su vista iba y venía de un objeto a otro, provocando que su acompañante se alertara—. ¡Hicimos un cambio que me daría vida! ¡Se suponía que lo salvaría también a él! ¡Y no lo hizo! ¡No lo hizo! ¡No lo hizo! —Sus últimas frases fueron casi gritos que pronto alertarían a los demás pacientes y a las enfermeras. —Por favor, no te pongas así. —Lidia trataba de tranquilizarla y la sostuvo de los hombros. Sabía que en su estado, ponerse así podía ser fatal—. ¡Enfermera! —¡No! No le hable, tengo que pensar… —Se llevó las manos a la cabeza y jaló el tubo del catéter en repetidas ocasiones—. ¡No debería estar muerto! ¡No pude salvarlo! ¡No sirvió de nada! Lidia volvió a llamar a la enfermera hasta que esta entró antes de que fuera demasiado tarde. La mujer la vio, de inmediato se fue y regresó con un calmante y más ayuda. El corazón de la joven se encontraba muy débil, un nuevo ataque resultaría fatal. Un enfermero la retuvo acostada y le inyectaron directo el calmante. Ámbar cerró los ojos gracias al efecto de la droga, soltando entre rumores unas últimas palabras antes de dormirse: —Tengo… su sangre, no… puedo morir…
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR