—Hola —me dice con una sonrisa impecable—. Te ves mejor, Nicoló. —Gracias —respondo con cortesía. Mi madre la mira. —¿A dónde vas? —A ver a unas amigas. Tenemos almuerzo en el centro. —Ajá —dice ella con voz neutra, pero sus ojos la recorren de pies a cabeza con juicio contenido. Valeria se despide con un gesto leve y cruza el vestíbulo sin mirar atrás. Cuando se cierra la puerta de entrada, el silencio regresa como una ola que lo empapa todo. —Debería estar aquí, esperando a su marido —dice mi madre entonces—. Y haciendo lo que debe para darle un hijo en lugar de andar de paseo. Es su deber. Siento que una pared invisible se levanta entre nosotros. Dura e infranqueable porque ahí está Dahlia Visconti. No digo nada porque no quiero discutir, menos quiero desgastarme; ya que ambos,

