Las luces de París parecen tener vida propia, como si respiraran, se estiraran y danzaran en sincronía con el murmullo del viento y el rugido suave del motor que nos transporta. A través de la ventana del auto, veo las farolas multiplicarse en reflejos dorados sobre el Sena, y, por un momento, olvido todo lo demás. Nicoló va a mi lado, silencioso pero atento. Me hago un repaso rápido asegurándome que todo está perfecto. llevo un vestido corto, con glitter, de un solo hombro, en color verde. Mi cabello está en un recogido, pero he dejado unos cuantos mechones sueltos para darle un aspecto no tan formal y mis sandalias de tirantes le dan un toque sexi, pero sin sobrepasar a lo vulgar. Encima para protegerme del frío llevo un abrigo n***o y debo admitir que me siento bonita. —¿Estás bien? —

