—Isabella POV—
«Deshonra»
Esa maldita palabra la estaba odiando como nunca he odiado.
Me encontraba en el centro de la sala, siendo golpeada sin parar a manos de mi propio padre. El hombre a quien yo más amaba. Dicen que el primer amor de una hija es su padre y el primer amor de un hijo es su madre, y que es por eso que los hijos tienen una conexión más fuerte con uno de sus padres. Yo creía que era así. Yo fui leal a mi padre y seguí cada una de sus instrucciones, todo al pie de la letra. Hice sacrificios por él para recibir un halago de su parte. Sobre todo, cuando era una niña. Pero, ahora, me golpeaba sin parar y me obligo a no dejar escapar ni una lágrima, ni un solo gemido de lamento. Lo soporto todo. Cada uno de sus golpes. Cada uno de sus insultos. Todo.
—¡Eres una deshonra para esta familia, no eres mi hija y nunca lo serás!
—Esposo, por favor, cálmate o tu presión volverá a subir. ¿Quieres sufrir un ataque al corazón? ¿Es eso lo que quieres?
—¡Suéltame! Es mi deber como padre educar a su hija, aunque deba golpearla.
—Isabella ya no puede ponerse de pie, la educaste lo suficiente como para que entienda el grave error que ha cometido. Detente, por favor.
Aunque su voz sonara gentil ante los oídos de mi padre. Yo sabía que no era más que una víbora disfrazada de conejo.
—Vas a casarte con Harry Wood, no me importa si no lo amas ¡Vas a casarte!
Les contaré un poco para que entiendan esta historia...
Hace una hora me enteré por mi padre, Pablo Davies, fue halagado durante muchos años por su capacidad de liderazgo. Cuando estaba en sus veinte consiguió llevar a flote la empresa familiar, lo cual ha hecho que nuestra familia sea considerada parte de la alta sociedad. No somos ricos y/o millonarios como muchas familias de esta sociedad, pero tenemos el dinero suficiente como para asistir a banquetes de etiquetas y entre otros eventos. Sin embargo, de un momento a otro la empresa comenzó a decaer y las deudas se hacían cada vez más altas, pero, él quería que me casará con el joven amo de la familia Wood, lo cual por supuesto me opuse y ahora me encontraba golpeada y encerrada en mi habitación. Fue un espectáculo muy divertido para Maya Davies, mi media hermana y su madre, Angélica Davies, mi madrastra.
Jamás supe quién era mi verdadera madre. Mi padre y toda mi familia se han negado en decirme su nombre. Lo único que me han contado de ella es que no era más que una sinvergüenza y que huyó cuando dio a luz dejándome a cargo de mi padre con tan solo unos días de nacida. Sin embargo, una parte de mí sabe que ellos mentían y me ocultaban algo, pero no sabía que era. Al ver que no descubrí nada, decidí dejarlo así, pero nunca pude creer en lo profundo de mi corazón una sola palabra de lo que decían de ella. De mi madre.
Nadie vino a verme durante dos días enteros. Tuve que curar mis propias heridas por más doloroso que fuera. Aunque, la gran mayoría del tiempo me la pasé durmiendo boca arriba por el dolor en mi espalda. No probé ningún alimento desde que me encerraron por órdenes de mi padre.
Estaba viendo la ventana medio abierta de mi habitación. Intenté ponerme de pie, pero no pude. El dolor era tan fuerte que no podía siquiera levantarme de la cama.
Al tercer día, escucho que abren la puerta y saco las pocas fuerzas que tenía para sentarme en la cama y recibir a quien fuera que entrará.
—Ha venido un doctor para revisar tus heridas. Debes recuperarte. Pronto se anunciará tu compromiso con Harry Wood. Aceptarás casarte con él y no nos harás pasar vergüenza frente a todo el mundo.
—Si padre.
—Bien. Le diré al doctor que suba a verte y mantén la boca cerrada.
—Si padre.
No podía negarme en este momento. Siempre obedecía lo que él me pedía y ahora, la primera vez que me niego ante él, termino recibiendo una paliza en todo mi cuerpo.
El doctor ingresa en mi habitación y me examina bajo la mirada de mi madrastra, Angélica. Sabía que ella no quería estar aquí presente, pero fue mi padre quien le ordenó que me vigilará para no decirle nada al doctor. Imaginaba que se debía para que nadie en la alta sociedad se enterará de que fue él quien me hizo esto.
—Por favor, doctor, ayude a mi hija. La robaron cuando regresó a casa y ella...
Tuve que morderme la lengua para no revelar la verdad. Sus falsas lágrimas, el escuchar el término de hija salir de su boca, me enfurece como nunca. El doctor se acerca a mí y comienza a examinar mi cuerpo. Cada movimiento que él me obligaba hacer, dolía. No me quejo en voz alta, pero el sudor en mi frente y la sensación fría en mis manos le hace saber que estaba sufriendo.
—Deberá ir a un hospital para unos exámenes, parece que su clavícula ha sido fracturada. Podré desinfectar sus heridas externas para que no se infecten, pero me temo que tendrá que ir a urgencias.
Le informa el doctor a mi cruel madrastra.
—¿Es realmente necesario?
Él parecía sorprendido por su pregunta y ella se da cuenta de que el tono de voz que ha usado junto a su expresión rompe su fachada de madre preocupada, y es sorprendente de como en cuestión de segundos se recupera y vuelve a su papel.
—Isabella está en muy mal estado doctor, pero no creí que tanto. Lo siento tanto, hija mía, iremos enseguida a que te hagan los exámenes. Doctor, por favor, puede encargarse de ella al llegar al hospital.
—Por supuesto.
—Estupendo. Le diré a tu padre. Vuelvo en un momento, no tardaré.
Ella toma mi mano y la aprieta para que el doctor crea que somos unidas y, aunque intento retirar mi mano de su agarre, ella me entierra las uñas para que no la mueva y a su vez es una advertencia.
Cuando se va el ambiente cambia y el doctor se pone a trabajar. Cura mis heridas externas cómo lo ha mencionado él y después se va para preparar mi llegada al hospital.
Hago un enorme esfuerzo por caminar erguida. Mi padre no estaba por ningún lado cuando salí por el pasillo de mi habitación hasta afuera de la casa. Estaba encerrado en su despacho y no lo he visto desde que él me ha golpeado sin parar.