Un mes

1135 Palabras
Lo interrumpo y él sonríe de medio lado por mi interrupción y por haber usado la palabra correcta. —Sí. Enamorado. Si no lo estuvieras ya te estaría coqueteando, eres una mujer muy hermosa, pero ya tengo a alguien. Sin embargo, podemos ser amigos. —Un amigo me caería bien. —Puedes contar conmigo para lo que sea que necesites. No importa qué es o de quién ahí estaré. Sé fuerte y no dejes que nadie decida por ti. Sé que lo último que dice es debido a Maya y su madre. Sobre todo, su madre. Ella no ha dejado de tomar las decisiones por mí durante estos dos días y él se ha dado cuenta de que no tengo voz ni voto cuando ella está aquí. —Gracias, Leo. —De nada, Isa. —¿Isa? —Creo que tu nombre es hermoso, pero muy largo. —Oh, ya veo. Los dos nos reímos por nuestro pequeño momento. Antes de dos personas que considero fastidiosas llegarán para interrumpir y arruinar el momento, él apunta su número de teléfono en el mío y marca a su número para tener registrado el mío en su teléfono. Una vez que Maya y su madre entran en la habitación arruinando nuestro maravilloso momento, él se pone de pie y vuelve a su habitual seriedad frente a ellas, borrando todo rastro de sonrisa y alegría de su rostro. Sin duda alguna los dos días que dure aquí nos ha unido y nos ha permitido ser amigos confidentes. No le conté la verdad de lo sucedido, pero él había conseguido que yo confiara en él y encontrará a un verdadero amigo. —Debes tener reposo por unos días más. No lo olvides, nada de esfuerzo. Tu cuerpo sigue estando débil por el accidente, así que debes venir a un control muy pronto. Ese día nos daremos cuenta si podremos quitarte estas cosas y ser libre. En ese momento en que Leo termina de hablar, Angélica es quien toma la palabra para decidir por mí como ha estado haciendo y es algo que a mí no me ha gustado. —Gracias, doctor. Vendré con Isabella a su control y a sus terapias. Las palabras de Leo resuenan en mi mente y mis oídos. «Sé fuerte y no dejes que nadie decida por ti». Leo tenía razón, no debía seguir dejando que Angélica, Maya y mi padre tomen las decisiones por mí. He permitido que lo hagan toda mi vida. Fui despreciada por estas dos mujeres, madre e hija y, aun así, por amor a mi padre, he soportado cada una de las cosas que han hecho en mi contra. Soporté todos los castigos que Maya debió recibir por culpa de su madre. Soporté humillaciones, una tras otra, y no iba a permitirlo más. Todo lo que he hablado con Leo en estos dos días ha hecho que abra los ojos y enfrente la realidad. —No es necesario. Por primera vez, me niego a lo que ella dice, pero no intento disfrazar mi disgusto ante Leo nada más por hacerlas felices a ellas dos. —¿Cómo dices? —He dicho que no es necesario, puedo venir yo sola. Estoy segura de que tendrás algo por hacer para entonces y Angélica, ya no soy una niña. Yo mismo puedo encargarme de mí y de mis necesidades y eso incluye las visitas con el médico. —¿Soy tu madre cómo, te atreves a tratarme así? —No, tú no eres mi madre. Eres la esposa de mi padre, pero no mi madre. Eso te convierte en mi madrastra, nada más. Así que, no tienes ningún derecho a controlarme. Puedo ver de reojo que Leo se enorgullece de mí. Mientras que Maya y su madre se sorprenden porque esta era la primera vez en que contradecía lo que ellas querían y la primera vez en retarlas con la mirada. —Gracias por todo. Vendré para el próximo control y espero poder quitarme esto para entonces. —Aquí estaré. Le sonrío a Leo como agradecimiento. Me bajo de la camilla y me dispongo a caminar. Estaba por acercarme al ascensor cuando siento un brazo agarrarme para arrastrarme hasta un pasillo vacío que quedaba a mi derecha. —¿Crees qué puedes hacer lo que te da la gana? Mi rostro gira bruscamente al sentir el calor de su mano en mi mejilla. Me enfurezco y dejo que mi furia salga a la luz por primera vez. Cuando veo que levanta su mano para darme otra bofetada, se la sujeto con fuerza y la miro con odio. —Jamás. Escúchame muy bien, Angélica Davies, jamás vuelvas a levantarme la mano porque no te aseguro nada. Ya no soportaré más tus abusos ni los de tu hija. Ustedes no significan nada para mí, he soportado todo lo que me han hecho por mi padre, pero no seguiré soportando más. Así que, te lo advierto, no te metas conmigo porque no me conoces como soy realmente. —¿Quién te...? ¡Ah! La empujo cómo puedo a ella y a su hija para irme de allí. Entro en el ascensor y me dirijo a la primera planta del hospital para irme. Decido caminar un rato, pues sabía lo que me esperaría en casa en mi regreso. Para mi sorpresa no sucedió nada. No había nadie y eso me deja tranquila al menos por unas horas. —Señorita, su padre exige su presencia para almorzar. —Gracias Nani. Nani es una mujer de más de cincuenta años, está cerca de cumplir sus cincuenta y nueve años. Su cabello es canoso y corto, su piel es arrugada y el color azul de sus ojos cada vez se opaca más con el pasar del tiempo. Adoraba a esta mujer porque ha cuidado de mí desde que nací, ha estado conmigo durante mis diecisiete años de vida. Jamás me ha abandonado en todo este y siempre me ha dado el amor que una madre debe darle a sus hijos durante su vida. Puedo ver que Maya ha pasado por detrás de ella y por eso ha usado el término de señorita. No obstante, una vez que se aleja y estamos a solas me habla como suele hacer siempre. —Pero mira lo que te han hecho, mi niña. ¿Cómo fue capaz de hacer esto tu padre? Con lo buena hija que eres con él y te paga así. ¡No es justo! —Estoy bien, Nani. —No tienes que mentirme, esto debe ser doloroso para ti. —Lo es, pero más que dolor físico es dolor emocional, Nani. Mi padre nunca se había atrevido a hacerme esto y menos por las mentiras de Maya y su madre, pero no volverá a ser así. No lo volveré a permitir.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR