Rusia Moscú
Pov Arabella.
Los últimos suspiros del invierno se mezclan con los primeros atisbos de la primavera. Aún no me acostumbro a estos cambios climáticos repentinos y más para estas fecha dónde pasa de ser un día lleno de nieve a otro lleno de agua que rebosan las plantas que están comenzando a salir. Así son los cambios de transición del invierno a la primavera; impredecible.
Un frío agradable me recorre el cuerpo mientras observo mi silueta menuda en el espejo. Suspiro con las manos heladas de los nervios. No voy a negar que me veo hermosa; el vestido es exactamente lo que quería; un escote en forma de corazón que hace notar el inicio de mis pequeños y redondos senos. Mientras la tela de seda blanca cae en pliegues suntuosos hasta el suelo, dándome exactamente lo que quiero; una silueta etérea y romántica. El corpiño ajustado destaca mi pequeña y firme silueta resaltando mis delicadas curvas. Las mangas largas de encaje abrazan mis brazos, dándome la elegancia que me caracteriza, mientras la cadena en forma de lágrima cuelga de mi cuello, haciendo un contraste perfecto con los cientos de perlas blancas que están esparcidas por todo el vestido. Doy una vuelta detallando la enorme cola que también tiene pequeñas perlas que parecen confeccionadas a mano.
—Estoy perfecta —Exclamo sonriendo.
Las hebras doradas de mi cabello caen en mi rostro de forma sutil, mientras las argollas que hacen juego con mi cadena cuelga de manera armoniosa. El maquillaje es delicado, pero acentúa mis ojos azules como el hielo y mis labios están pintados de un rosa pálido que combina con mis mejillas naturalmente carmesí.
Mi nombre es Arabella king, hija menor de la familia King; una de las familias más prominentes y poderosas de Rusia, pero no toda la vida hemos vivido aquí. Nací en Londres hace más de veintidós años y fue cuando cumplí los diez años que mis padres se vinieron a Moscú por negocios. Aún no me acostumbro del todo al frío gélido y seco que abraza a Rusia la mayor parte del año, pero he aprendido a vivir con él.
Suspiro retocando de nuevo mi maquillaje y luego me rocío un poco de perfume. La inseguridad siempre me ha hecho verme más de dos veces en el espejo, ya que siento que soy diferente y poco llamativa. Mi piel es tan pálida y blanca que parezco albina y mi cuerpo es pequeño y menudo. A veces me pregunto por qué no nací como mi hermana; Charlotte, que aunque es apenas dos años mayor, es totalmente diferente; tiene una melena negra y voluptuosa que la hace notar imponente, además de que sacó el cuerpo llamativo de mi madre; con curvas hermosas que se acentúa más en sus caderas. Sus senos son como dos copas grandes y sus labios son gruesos y llamativos. Mi madre siempre me ha dicho que me parezco a mi abuela, aunque yo no me encuentro parecida con nadie, ya que mi padre es idéntico a Charlotte y mi madre es como la mayoría de los ingleses; cabellos rojizos y ojos verdes.
—¿Puedo entrar? —pregunta mi hermana asomando su melena por la puerta.
Le indico que pase y luego me volteo para que me observe. Él arrugar de sus cejas me indica que no le gusta lo que ve. Ella es más sexi y espontánea y yo, aunque me visto como toda joven de mi edad, la verdad es que no me gusta mostrar tanto.
—Estás hermosa, no hay duda, pero te vas a casar nada más y nada menos que Maxim Volkov, tienes que mostrar imponencia, poder —Me sugiere y suelto a reír por sus ocurrencias
Maxim Volkov es el único hombre que amo y amaré hasta el resto de mis días. Es socio directo de mi padre y es tan apuesto y hermoso como cualquier actor de película; sus ojos verdes es una invitación a soñar y sus cabellos negros son como el ébano mismo. Además, es alto, galante, con un semblante inquebrantable que dudo que otro hombre repase. Somos novios desde que tengo trece años de edad y hasta el sol de hoy decidimos casarnos y la verdad es que no veo la hora para convertirme en su mujer y con eso la señora Volkova al fin.
—Maxim me quiero como soy Charlotte, —Le digo a mi hermana mientras me siento en la cama para acomodar mis sandalias de tacón.
—Cómo digas hermanita, te veo en la ceremonia, ya papá y mamá salieron para allá. Con eso de que no los escoltas de Maxim no permiten que lleves acompañante en la limusina, te toca irte sola —Exclama dándome un beso en la frente que recibo.
Aliso mi vestido y luego tomo el ramo de rosas blancas. Con mi corazón galopando de los nervios salgo de mi habitación. Vivimos en el norte de Moscú, en una mansión aledaña, en una residencia de alta alcurnia. Con cuidado, bajo las escaleras de mi casa, logrando que un eco profundo se escuche con cada toque que da mi sandalia en el granito pulido.
—¿Está lista señorita? —Me pregunta el chófer tendiéndome la mano que tomo.
—Sí, estoy lista —Respondo llena de convicción.
Minutos después estoy dentro de la limusina. Un espacio grande, con asientos de cuero y con luces LED en el techo. Me muerdo el borde de la uña mientras los escoltas que me acompañan salen primero, para luego ser nosotros lo que los seguimos. El camino a la iglesia es un poco lejos, con más o menos cuarenta minutos de caminos así que decido mirar por la ventana para calmarme; pequeños copos de nieves caen sobre los pequeños brotes de verdor que comienzan a asomarse tímidamente en medio de la blancura invernal.
—¿Falta mucho? —Le pregunto al chófer, pero su respuesta es interrumpida por el fuerte golpe de un carro.
Todo pasa en cuestión de segundos. Cubro mi cabeza mientras siento como disparos secos y fuertes comienzan a retumbar en mis oídos. El olor a pólvora mezclado con sangre llena mi nariz poniéndome a hiperventilar. Las manos me sudan y siento el corazón en mi boca.
—¿Qué ocurre? —Pregunto con una mezcla de angustia y miedo.
—Quédese aquí, señorita —Exclama el chófer cargando su arma.
Trago grueso apretado con fuerza el borde de mi vestido. La ráfaga de tiros se sigue extiendo, poniéndome a temblar. Grito llena de angustia y en cuestión de segundos tengo a un hombre tapando mi boca y nariz. Pataleo en busca de zafarme y hasta lo araño, pero el olor a Cloroformo se mete por mis pulmones poniéndome a dormir.
…
Un dolor de cabeza agudo traspasa mi carne poniéndome a chillar; llevo las manos a mi cabeza mientras los recuerdos de lo que ocurrió golpea mi mente. Miro a todos lados y me encuentro en una camioneta cubierta por cuero gris y paneles laterales. El vestido de novia está sucio, y roto mientras siento como un dolor me recorre la espalda. Abro la puerta con las manos temblorosas y entrecierro los ojos cuando la luz de una linterna me pega directo al rostro. Es de noche y estamos estacionados afuera de lo que parece ser una propiedad privada y cubierta de escoltas.
—¿Dónde estoy? ¿Qué quieren de mí? Por favor, libérenme, es mi boda y… —La voz se queda a media con el hombre que se acerca con un vaso de Whisky en la mano.
Es alto, de cuerpo atlético, con ojos azules, eléctricos y llamativos. La marca rojiza que tiene en la mejilla me indica que fui quien me sacó del auto mientras el aura cargada de poder me grita que estoy en peligro.
—Si usted me secuestró, le digo por favor que considere liberarme. Mi padre es un hombre muy poderoso y…
—Él no fue quien te secuestró —Una voz profunda y fría como el acero mismo se hace notar.
Me volteo para ver de quién se trata, pero por la oscuridad solo puedo ver una silueta gigante acercarse. Retrocedo, logrando caer de culo en la nieve helada.
—¿Quién es usted? —Pregunto con voz rasposa y tímida.
Mis piernas tiemblan y mi respiración se acelera cuando lo veo de cerca; cabellos rubios caen por su cuello, mientras unos ojos ámbares me miran con profundidad. Su semblante está lleno de poder, de autoridad. Su mandíbula está apretada mientras su aura me indica peligro. Suspiro logrando que un perfume a maderado se me meta por mi nariz combinado con olor a tabaco costoso.
—Soy Vladimir Novikov, pero puedes decirme Asmodeo, Arabella —Susurra helando mi sangre y secando mi garganta en cuestión de segundos.