Capítulo 3

1660 Palabras
MARTINA El creciente temor me tiene temblando como una hoja. Llevo horas en la parte trasera de esta extraña limusina. Las ventanas están tan polarizadas que ni siquiera puedo ver hacia afuera. Si creía que la vista desde la jaula dorada de mi padre era oscura, esto es completamente n***o. No hay nada. Ni siluetas. Ni colores apagados. Ni luz. Nada que le dé esperanza a una princesa secuestrada. Nada que le diga a dónde la están llevando. Nada. No hasta que la limusina se detiene y la puerta trasera se abre de golpe. Mi primera reacción es arrastrarme lejos de los dos pares de manos rudas que se acercan a mí. Pero no hay a dónde ir. La puerta opuesta se abre de un tirón y me agarran por el cuello del vestido, sacándome a la fuerza hacia la tenue luz del atardecer. —¡Suéltenme! —grito. Es entonces cuando veo dónde estoy. Mi voz se pierde entre los espesos árboles del bosque oscuro que tengo enfrente. Hemos dejado atrás la civilización. Este es el territorio de los cuentos de hadas más crueles. Mis ojos no reconocen el paisaje, pero mi subconsciente grita y se revuelve en terror. Mis captores no responden a mis súplicas. Solo me giran para que vea el otro lado de mi destino. Escondida en un claro inmenso, elevándose por encima de las sombras de los pinos dentados que rodean la propiedad, hay una mansión tan oscura e imponente como el mismo Callum O’Callaghan. Se alza ante mí como un leviatán, haciéndose más y más gigantesca a cada segundo mientras me llevan hasta su boca y a través de sus intestinos convertidos en pasillos. El destino final es un dormitorio demasiado grande como para tener solo una ventana de vitrales en sus paredes altísimas. Las luces están apagadas, y cuando la puerta se cierra y se tranca detrás de mí, la única luz que queda es el rojo profundo que se filtra por el vitral. La habitación es lo suficientemente grande y vacía como para sentirse solitaria. Una cama con dosel está en el centro, sobre una alfombra persa. Pero aparte de eso, no hay nada. Estoy sola en un lugar extraño, en medio de un bosque extraño, esperando a que un hombre extraño y poderoso venga a arrebatarme la inocencia. Mis lágrimas fluyen con fuerza ahora y me enrosco en una bola donde me dejaron, al pie de la puerta, tratando de cubrirme de esta pesadilla. No sirve de nada. Ahora que realmente estoy aquí, en mi nueva jaula, mi mente corre con mil preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué mi padre permitió que esto me sucediera? Puede que siempre me haya mantenido con correa corta, pero he ido a eventos con él antes. En su brazo, he conocido alcaldes, senadores y magnates, y todos se inclinaban ante él con reverencia y miedo. Incluso los criminales, de quienes mi padre siempre decía que movían los hilos desde las sombras del inframundo, hablaban de él como si fuera intocable. Solo los más valientes se atrevían a hacerme un cumplido sobre mi supuesta belleza frente a él, aunque muchos me observaban desde lejos. Siempre creí más en las miradas que en las palabras. Pero por mucho que me miraran, nunca me consideré hermosa. Mi padre siempre decía que lo único hermoso en mí era mi inocencia, y que mientras lo obedeciera, conservaría esa belleza, la misma que tenía mi madre. Mi hermosa madre. Murió antes de que pudiera formar una frase completa. Mi única conexión con ella era esa supuesta belleza inocente. Así que, incluso mucho después de entrar en la adolescencia y de que mis hormonas desbocadas quisieran rebelarse, permanecí recatada, obediente, conectada con la imagen que mi padre pintó de mi madre. Pero ahora mi inocencia está en grave peligro. Un príncipe irlandés salvaje quiere profanarla. Me llamó su pequeña flor. ¿Piensa arrancar mis pétalos hasta dejarme marchita y estéril? ¿Por qué? ¿Qué hizo mi padre para merecer este castigo? ¿Qué debe? ¿Por qué soy yo el único pago aceptable? ¿A Callum O’Callaghan le importa que yo sea una inocente atrapada en este lío, o eso solo me hace aún más valiosa? Siempre creí más en las miradas que en las palabras. Y hoy, por primera vez en mi vida, los ojos de mi padre estaban oscuros y derrotados. No sé cuánto tiempo permanezco acurrucada en posición fetal, pero cuando escucho que la puerta detrás de mí comienza a sacudirse, un disparo de miedo me da la fuerza para desenroscarme. Mis extremidades duelen y mis mejillas están en carne viva, pero con desesperación me arrastro lejos de la puerta que se abre. —El suelo no es lugar para una princesa —esa voz. Es tan fuerte y poderosa como esos ojos tormentosos. Tan dominante como esos hombros anchos y esos brazos musculosos. Callum O’Callaghan ha venido a reclamarme. —Aquí me dejaron tus hombres, así que aquí me quedé —digo con voz áspera, mirando al gigante salvaje. A diferencia de mi padre y sus hombres, el cabello de Callum no está engominado hacia atrás. En cambio, sus mechones rubios y sucios caen sueltos por sus orejas como la melena de un león. Eso solo lo hace aún más intimidante e impredecible. —Fue un error de su parte —dice, con una voz no tan fuerte como la recordaba en la oficina de mi padre—. Esta es tu habitación y esa es tu cama. Espero que la uses. —Mientras habla, sus ojos codiciosos recorren mi cuerpo. Cuando no respondo, sus colmillos se asoman tras sus labios perfectos. —Pareces preocupada, princesa. Dime, ¿qué crees que voy a hacerte? Está jugando conmigo. Un depredador jugueteando con su presa. El tinte rojo sangre de la única ventana del dormitorio lo baña en una luz brutal. La bilis se me atora en la garganta. —Sé lo que no vas a hacerme —logro decir. Por alguna razón, a pesar de la debilidad en mis huesos, mi corazón arde. —¿Y qué es eso? ¿Qué no voy a hacerte? —No vas a hacerme nada que yo no quiera que me hagas. Eso provoca una risa en mi oscuro captor. —¿Y por qué crees eso? Mi espalda choca con la cama. Estoy atrapada mientras Callum se acerca. Se pasa una mano por su cabello salvaje y mi corazón acelerado se detiene por un momento. Mierda. Es jodidamente hermoso. Pero eso solo me enfurece más. —Porque no te lo voy a permitir. —Me temo que no tienes voz en el asunto. —¡Claro que sí! —Con eso, encuentro la fuerza para ponerme de pie de un salto y lanzarme sobre la cama. No sé hacia dónde voy —no hay a dónde ir—, pero mi instinto de lucha o huida se ha activado y no puedo quedarme quieta ante este monstruo. Callum no me deja avanzar mucho. Antes de que logre cruzar siquiera la mitad del enorme colchón, ya está sobre mí. Sus brazos poderosos me encierran en una jaula de carne y sus caderas se estrellan contra mi trasero, inmovilizándome contra la cama. A través del miedo, reconozco la dureza bajo sus pantalones. Esto lo excita. El animal. Su aliento caliente se arremolina en mi cuello y una presión profunda se acumula en mi estómago. Mierda. A mí también. —Estás sucia —Callum olfatea. Sus palabras me desconciertan. No sé si es un intento de hablar sucio o si se refiere a mi cabello empapado en sudor. —Eres repugnante —no me arriesgo. A pesar del peso placentero de su m*****o contra mi trasero, quiero salir. Salir de debajo de él. Salir de este cuarto. Salir de este contrato. Salir de esta vida. —Creo que ambos necesitamos una ducha —Callum me da un último empujón antes de apartarse de mi cuerpo imponente. La marca ardiente de su erección persiste entre mis piernas mientras ruedo fuera de su alcance. —Esto está tan mal —susurro. —Realmente eres ingenua —Callum sonríe con arrogancia. Se pone de pie y empieza a desabotonarse la camisa. —No... no eso... —hago un gesto hacia el bulto en sus pantalones—. Bueno, eso también está mal. Pero me refiero a esto. Me compraste. Compraste a una persona. Sabes que eso está mal. Para mi sorpresa, Callum se encoge de hombros con indiferencia. —Por supuesto que está mal. Pero el mundo no se trata de lo correcto o lo incorrecto. Se trata de poder y debilidad. Inocencia y corrupción. Amor y odio. Tu familia es más débil que la mía. Tu inocencia es frágil ante mi poder. El amor de tu padre es minúsculo frente a mi odio. Te compré, no porque fuera correcto o incorrecto. Te compré porque puedo. Y harás lo que yo diga porque no puedes hacer otra cosa. Eres demasiado débil. Demasiado inocente. No eres lo suficientemente amada como para luchar contra mi odio. Un ardiente pinchazo de miedo y furia se eleva desde mi pecho. —¡Mentiroso! —grito. —¡No soy débil! Mi padre me ama. No sé qué le has hecho, pero si no lo has matado, ese es tu error. ¡Porque él te hará sufrir por esto! El último botón de la camisa de vestir de Callum se desabrocha y la tela se aparta como cortinas hacia un mundo esculpido de músculos y deseo. —Es hora de nuestra ducha —dice Callum. Nuestra ducha. —Nunca me ducharé contigo. Él sonríe y noto su hoyuelo por primera vez. Mi corazón se contrae antes de que un tirón inesperadamente fuerte de las sábanas me haga caer de espaldas. Miro al techo, intentando alejar la imagen del pecho de Callum. —Entonces tendré que hacerte mojar de alguna otra manera.
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