— Dios… soy tan imbécil — Jeremías se encontraba sentado en la isla de la cocina, con su hermana mirándolo de frente mientras su amigo se encontraba a su lado.
— Porque te amo no te diré mi verdadera opinión con respecto a esto — comenzó Samantha —. Cuando estés mejor te daré un buen sermón — amenazó con el dedo —. Ahora los dejo para que ustedes puedan hablar.
— Gracias hermana, eres muy amable — respondió el morocho manteniendo la mirada fija en la fría mesada y un tono de voz sarcástico.
Los dos hombres vieron a la rubia salir del departamento dejándolos en silencio. Marcos conocía a su amigo y por eso esperaba que él comenzara a hablar, intentar obligarlo a que confesara sus sentimientos iba a ser inútil, por eso el rubio se paró para comenzar a preparar café.
— Creo que ahora enti
