—Creí que eras madre soltera —indicó Paul viendo a Berenice entrar a su oficina. La joven suspiró. —Soy madre soltera —aseguró ella, tomando asiento en una de las dos sillas delante del escritorio que solía llamar suyo cuando trabajaba, pero en el que estaba trabajando Paul. —¿Y de dónde salió el padre de tus hijos? —cuestionó el joven, sin dejar de hacer lo que hacía en la computadora, pero de verdad interesado en la vida de esa joven. Paul era sobrino de la señora Luciana, y era quien estaba a cargo de otro de los resorts de esa señora. Le gustaba considerarse amigo de esa chica que, tras ver el cariño que su tía le tenía, también se había ganado su aprecio, admiración y, no podía negarlo, también un poco de compasión; además, ese trío de angelitos, como los llamaba su tía, se ga

