Me encuentro de pie, justo enfrente de la puerta que descubrí en mi vestidor. Suelto un suspiro antes de dar un paso al interior del túnel y cierro la puerta a mis espaldas.
Lo primero que necesito es saber cómo ubicarme, cómo regresar a esta habitación. No puedo perderme ni correr el riesgo de que me encuentren o de entrar a otra habitación y ser descubierta. Ayer tuve suerte, pero hoy no me puedo arriesgar.
Doy un vistazo al túnel: puertas y más puertas a un lado, y estantes llenos de archivos al otro. Cada puerta es una habitación de la mansión, así que solo tengo que asociar las puertas del túnel con las habitaciones. La puerta por donde entré es la más grande de todo el pasillo. Al final, el túnel dobla en una esquina; supongo que por ahí se llega al otro lado del pasillo de las habitaciones.
Suspiro. Mejor comienzo desde el inicio de este pasillo, es más fácil así. Empiezo a caminar a mi izquierda. Me detengo frente a un estante lleno de archivos. Justo en la parte superior dice, muy pequeño: “Archivos del Personal, Sección 1”.
Tomo la primera carpeta y la abro. Me encuentro con la foto de una mujer rubia. Debajo, está su nombre completo, su número de cédula y los datos de toda su familia. También sale una fecha de ingreso y de salida, y el puesto que había ocupado: “empleada, área lavandería”. Adjunta, hay una copia de un contrato. En la última página, leo: “Eliminada por incumplimiento del contrato”.
Dios mío, ¿qué es esto? ¿Eliminada? No se refiere a que la asesinaron, ¿cierto? Me paso la mano por el cabello para luego taparme la boca. Necesito leer el contrato. Saco mi teléfono y escaneo cada documento. El contrato es un pacto con el diablo: “guardar completo silencio”, “acatar cada orden”, “no hacer preguntas”, “tu lealtad es absoluta”, y lo que me hace temblar: “Si rompes cualquier cláusula, tu muerte contará como despido, la tuya y la de cualquier persona cercana a ti”.
Termino de leer y casi me da algo. La asesinaron. El pánico empieza a invadirme. Esto es peor de lo que pensaba. Sabía que había algo mal, y ahora solo me falta descifrar por qué tanto misterio. Y aunque la ansiedad me está matando, necesito tranquilizarme. Ahora más que nunca, debo averiguar qué está pasando, quién es mi familia, con qué clase de monstruos estoy conviviendo y de qué va realmente el negocio familiar.
Las piernas me tiemblan, pero no voy a colapsar. La adrenalina me mantiene de pie. Necesito un plan. Tengo que descubrir más, necesito pruebas, y no puedo confiar en nadie. La única persona que puede ayudarme soy yo misma.
Empiezo a caminar por el túnel. Cada estante tiene un nombre: “Personal Activo”, “Personal de la Empresa”, “Guardia de Seguridad”, “Área Legal”. La organización de este lugar me da más miedo que lo que contienen. Me percato de los espejos que adornan las paredes del pasillo real de la mansión. Son ventanas de un solo sentido: yo los veo, pero ellos no a mí. ¿Cuántos más habrá así?
Llego al final del pasillo, donde se supone que están las escaleras para bajar, pero no hay nada. Busco y veo en el suelo algo pequeñito. Lo toco y una puertilla sobresale. La abro y hay una escalera de madera. Bajo y me encuentro en el primer piso del túnel, que replica la mansión: oficinas, áreas de juego, el cine. Los estantes tienen nombres diferentes: “Clientes”, “Socios”, “Áreas de Entrega”. Es demasiada información.
Al final de este pasillo, donde la mansión termina, encuentro otra puertilla. Bajo las escaleras y me encuentro en un espacio enorme, como un estacionamiento subterráneo. Hay carros estacionados y una rampa que da a un túnel. En una esquina, veo una puerta que da a lo que parece ser una oficina.
Me acerco al escritorio y lo primero que llama mi atención es una carpeta: “Sección D, Socios Potenciales, Archivo 24”. De inmediato, recuerdo lo que escuché el otro día: mi padre lo mandó a buscar. Por eso el archivo está aquí.
Abro la carpeta y me encuentro con el nombre de Jonathan Josué Márquez Hernández. Es él. Es el hombre que viene en unos días a la mansión. Continúo leyendo hasta que llego a su expediente familiar. Suelto la carpeta en el escritorio, mi respiración se acelera. ¿Qué hace una foto de Alejandro ahí? Me paso las manos por el cabello. Cómo es posible que él sea el hijo del famoso Señor Márquez.
Dejo la carpeta donde está, incapaz de continuar leyendo. En el escritorio, veo una cajita llena de notas de mi padre, con apuntes sobre “envíos”, “cargamentos” y personas a las que tenía que “despedir” porque no eran leales. Trato de abrir los cajones, pero están cerrados con llave.
Suelto un suspiro. Puedo servirles de ayuda, mi padre lo dijo. Puedo seducir y ayudarlo a conseguir lo que quiere, y eso me va a ayudar a terminar de descubrir de qué va todo esto. Necesito salir de este laberinto que no me deja averiguar la verdad. Soy Alaia, y ellos no van a poder contra mí. No me van a atrapar, no me van a usar. Soy la única que va a controlar mi destino. Me levanto. Voy a descubrirlo todo. Le voy a dar a mi padre lo que quiere, pero no seré una simple pieza en su juego. Seré la que lo destruya.
Me quedo allí unos minutos más, tomando aire. Cuando siento que mi mente está clara, salgo de la oficina y me meto de nuevo en el túnel. Me paro frente a la puerta que da a mi habitación, la abro con cuidado y entro. Cierro la puerta detrás de mí y el sonido de la llave de seguridad se escucha. Estoy sola. Y ahora, más que nunca, estoy lista para luchar.