Me encontraba en el bar, mi vista perdida en la copa de vino que estaba en mi mano, mis pensamientos asimilando todo lo que sucedió el día anterior. De repente, sentí una mano tocar mi hombro, pegué un brinco, mis sentidos en alerta.
—Señorita, tranquila —dijo Matías con suavidad.
Giré el rostro para verlo, su expresión era de preocupación.
—Venía a decirle que su padre quiere hablar con usted en la oficina.
—Gracias, Matías —susurré, tratando de que mi voz no sonara entrecortada por el nudo en la garganta.
—Alaia, ¿estás bien? —dijo con preocupación, escaneando mi rostro una y otra vez—. Esta vez no me regañaste por decirte “señorita”.
Le di una breve sonrisa y traté de hablar lo más serena que pude. —Sí, estoy bien, Matías, y tienes razón, no te regañé. Tú solito te corregiste.
Él me dio una mirada como si no creyera del todo en mi explicación. Me puse de pie, tomé de un trago lo que quedaba de vino en la copa, y él me miró fijamente.
—Otra cosa, señorita. La visita de los señores Márquez se alargó un poco más, todavía se encuentran en la mansión.
Cerré los ojos al instante. Maldita sea, ¿qué hacen todavía aquí?
—Gracias por la información, Matías. ¿En cuál de las oficinas está mi padre? —pregunté con calma.
—En la principal, señorita —hizo una pausa mientras me veía fijamente—. Estás muy pálida, Alaia, ¿estás segura de que te sientes bien?
Estaba a punto de negarlo cuando un mareo me invadió por un segundo. Escuché cómo Matías exclamó, sentí unos brazos sosteniéndome. Cerré los ojos, respiré. Uno, dos, tres. Me calmé, abrí los ojos y miré fijamente a Matías.
—Aquí no ha pasado nada —sentencié—. Hay de ti si alguien se entera de esto, Matías.
Lo miré con seriedad antes de empezar a caminar hacia la oficina de mi padre.
Tomé una bocanada de aire, la contuve unos segundos antes de soltarla. No es momento para esto, Alaia, hoy más que nunca necesitas estar bien. Finalmente, toqué la puerta de la oficina. Mi padre me dejó entrar. Cerré la puerta con llave y tomé asiento frente a él.
—¿Por qué te metiste en algo que no conoces, Alaia? Te dije claramente que no hicieras nada y que te mantuvieras alejada —soltó con frustración, apoyando sus puños en la mesa.
Rodeé los ojos antes de dejarme caer por completo en el respaldo de la silla.
—¿Te conseguí el negocio que querías, sí o no? —pregunté con prepotencia. Él solo asintió—. Es más, te conseguí una sociedad. ¿De qué te quejas, Isidro?
Él me miró con esa mezcla de orgullo y frustración. —Me quejo de que te dije que todavía no te acercaras. Rompiste mi orden, todo pudo haber salido al revés —siseó.
—Pero no fue así. Ya ves, sin conocer nada de la empresa familiar, te conseguí una asociación que estabas esperando por mucho tiempo. Soy de utilidad, padre, me atrevería a decir que más que Valentina —siseé con orgullo, cruzándome de brazos.
Él sonrió. —En eso tienes toda la razón, pero igual deja de llevarme la contraria, porque si no, tu carácter me va a volver loco, Alaia.
—Isidro, entiende, estás luchando con tu propio carácter, pero repotenciado. Es más, si no te hubiera llevado la contraria, ni siquiera hubieras cerrado ese trato.
Mi padre me escaneó. —Touché.
Lo miré fijamente. —Ahora bien, ¿eso era todo o quieres hablar de algo más?
—Creo que es hora de que sepas de qué va la empresa familiar —habló con lentitud, con seriedad, como si pensara cada una de sus palabras.
Por fin. ¿Será posible que todo el esfuerzo valga la pena? Que no necesite seguir tratando de averiguar por mi cuenta.
—Bien, ya era hora —me acerqué al escritorio, poniéndo mi espalda recta. Puse mis codos en el escritorio, junté mis manos haciendo una base antes de apoyar mi barbilla en ellas—. Te escucho, padre.
—Nuestra empresa se llama Honey Red Corporation, V.G. Es una de las empresas más grandes de importación y exportación, somos los encargados de recibir los productos que llegan del extranjero, al mismo tiempo que enviamos y comercializamos los productos nacionales.
—¿Rojo Miel? —dije con una sonrisa divertida.
—Sí, las iniciales V.G. son las iniciales del apellido de tu madre y el mío propio, es decir, las iniciales de tus dos apellidos. Rojo, por el color de pelo de tu madre, y miel por el color de mis ojos. La idea de ponerle ese nombre era para que representara nuestro legado familiar, algo que perdura en el tiempo y tuviera algo de cada uno de los miembros de nuestra familia.
—Entiendo —susurré. Me estaba diciendo lo mismo que me comentó Valentina la otra vez en nuestra discusión, pero esta vez tenía más detalles. Sin embargo, no me estaba contando el trasfondo del negocio familiar—. Y si era solo esto, ¿por qué había tanto misterio en contarme sobre la empresa familiar? —siseé con mi vista fija en él. Apretó su mandíbula solo por unos segundos, pero lo hizo.
—Solo no te quería agobiar con eso, eran demasiadas cosas nuevas para ti, comenzando con que tu vida era una completa mentira.
—Bien —solté con calma—. ¿Cuántos años tiene la empresa?
—Muchos, es de la época de tu abuelo, solo que en su momento trabajaba únicamente con la exportación e importación de alimentos. Sacamos otra sede que absorbió la antigua, cambiándole el nombre por el que tiene actualmente.
—Entiendo. ¿Y qué productos importa o exporta?
—Todo lo que se consiga en el mercado nacional e internacional, por esto te digo que somos una de las empresas más grandes encargada de esto, por no decir la más grande.
Tomé nota mental: no especificó. Y con eso de decir "todo lo que se consiga en el mercado" podría englobar tranquilamente cosas ilegales. Asentí levemente con la cabeza. Él solo me miró con su expresión seria y esa sonrisa de orgullo que no se le quitaba desde el día anterior.
—¿Y qué medio utilizan para hacer las transportaciones?
—Dependiendo del sitio y del tamaño, pueden ser aviones, barcos o camiones. Todo depende, como te dije, si es al interior o al exterior del país.
—Entiendo. ¿Cuándo podré conocer la empresa?
—Cuando tú quieras, hija, ya eres parte de ella, y ya me demostraste ser muy capaz, a tu modo, pero claramente puedes ser de mucha ayuda.
—Perfecto, el lunes será entonces. Y padre, quiero terminar mi carrera, creo que es buena idea que empiece a asistir a la universidad, ¿no crees?
—Depende, ¿qué estás estudiando? No quiero que te expongas.
Rodeé los ojos. —Administración de empresas, padre, me faltan dos años para terminar la carrera. Además, ya sabes que no soy ingenua, me sé defender muy bien, y si te preocupa que descubran quién soy, puedo seguir utilizando la identidad falsa que tengo como Luna, así mismo para los negocios.
Mi padre sonrió con satisfacción y asintió con la cabeza. —Perfecto, se hará como tú digas entonces, te voy a dar ese voto de confianza.
Sonreí antes de ponerme de pie. —Prometo que no te voy a decepcionar, es más, te aseguro que te voy a sorprender más de lo que crees, padre —y claro que lo haré, pero no como él cree. Seré su mejor aliada y al mismo tiempo su peor enemiga.
—Eso espero —dijo con la voz ronca, y repitió, haciendo énfasis en cada palabra—, eso espero.
Justo estaba por darme la vuelta y empezar a caminar hacia la puerta cuando algo pasó por mi mente como un *flash*.
—¿De qué era el negocio que se cerró con el señor Jonathan Márquez, y de qué va la asociación que te conseguí con él? —siseé.
—La asociación es para unir las dos empresas de exportación y tomar más territorio del que ya tenemos, llegar a más personas y así lograr vender la mercancía que tenemos y obtener aún más.
—Entiendo, ¿entonces te viene como anillo al dedo esto, no?
—Exactamente, hija. Tu relación con Alejandro le viene perfecta al negocio, y así como lograste convencerlo a él de trabajar con nosotros, estoy seguro de que lo puedes hacer con más personas.
—Sí, padre, dalo por hecho, yo vine a ayudarte, es el negocio familiar, hay que hacerlo crecer lo más que se pueda, cueste lo que cueste. Entre más poder obtengamos, mejor —dije con seguridad, mi rostro serio era una afirmación.
Mi padre soltó una carcajada. —Definitivamente eres como yo, pero mejor.
—¿Cuándo se van Alejandro y mi suegro?
—Realmente cuando ellos quieran, yo no tengo afán en que se vayan, y tú tampoco deberías tenerlo. De hecho, mientras más tiempo mejor, así que ya sabes, flojita y cooperando.
Una arcada de asco me inundó, pero disimulé. —Sí, padre…