6. Secretos...

1531 Palabras
Capítulo 6. Secretos que no podrán ocultarse para siempre. Sebastián se duchó con el agua más fría que permitió la vieja tubería del hotel, pero ni el frío ni la furia lograron borrar el perfume que aún parecía impregnado en su piel. Salió con el cabello aún húmedo, enfundado en su uniforme, ahora perfectamente colocado, como si nada de lo ocurrido la noche anterior hubiera pasado. La tiara seguía sobre la mesa de noche, brillando como un recordatorio cínico de la audacia de aquella mujer. La tomó entre sus manos y la guardó en el interior de su chaqueta, justo junto a su insignia militar. No era un trofeo, ¡claro que no! Para él era una pista. Ajustó el cuello del uniforme, se colocó los guantes negros y, con la mirada afilada como una navaja, abandonó la habitación. El pasillo del sexto piso estaba vacío, silencioso, ya no había más militares escondidos por allí, los que estuvieron antes ahora están intentando planear una huida, sabían que el temible Coronel Durand no los dejaría en paz. El hombre avanzó con paso firme por el corredor, mirando a cada lado, esperando ver a la mujer que paso la noche la noche con él, pero no fue asi. Llego a la esquina del corredor y giro hacia el ascensor. Su mente ya calculaba cada movimiento. “Una despedida de soltera… habitación 666… mujeres celebrando en algún lugar cercano… alguien en el hotel debía haber registrado el evento”. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, no dudó en bajar directamente a la recepción. El lobby del hotel estaba tranquilo a esa hora de la mañana. Algunos huéspedes desayunaban, otros esperaban sus autos. Detrás del mostrador, una joven recepcionista, distinta al hombre que recordaba lo había atendido la noche anterior, ella escribía en un cuaderno con el rostro sereno. Sebastián se acercó, imponente. La joven alzó la vista, sorprendida ante su presencia, en todos los años trabajando en el hotel nunca había visto a un hombre que le inspirara tanto temor. -- Buenos días, señor. ¿En qué puedo ayudarlo? -- su voz era amable y profesional, pero Sebastián no se dejó engañar. -- Necesito información sobre la habitación 666 -- le dijo, con voz grave y militar, la misma que utilizaba para dar órdenes en el cuartel. La joven parpadeó. -- ¿Se refiere a su habitación, señor? -- -- Exacto. Quiero saber quién organizó la reserva de esa habitación anoche. La mujer tragó saliva, incómoda. -- Señor, lamento informarle que no podemos proporcionar datos de nuestros clientes. Es política del hotel respetar la privacidad absoluta de quienes se hospedan aquí -- Sebastián no parpadeó. -- Pues bien, yo estoy hospedado aquí ¿no? – eso era verdad, la llave de la habitación la tenía él en su poder. La jovencita asiente y busca el libro de reservas, pero el empleado anterior había borrado cualquier evidencia de su error. -- Acá esta... su habitación fue reservada por el señor Durand, ¿Es usted? – él asiente. -- pero... – la jovencita duda un segundo. Sebastian levanta una ceja, esa parte del, pero, era lo que estaba esperando, -- El sistema nos indica que usted también se encuentra hospedado en la habitación 999 – le dice dejándolo más perdido que nunca. -- Eso no puede ser. Si yo reserve la habitación 999 porque tengo la llave de la habitación 666 – le dice serio. La joven no encuentra una explicación valida. Sebastian baja la mirada hacia la tarjeta de su habitación y se da cuenta de que decía 999 y no 666, da un paso atrás y mueve la cabeza confundido, no recordaba todo lo que pasó para llegar allí, pero está seguro de que el encargado de recepción le dijo anoche habitación 666. -- ¿Quién reservó la 666? – ordenó. Con su uniforme y su voz de mando, cualquiera se hubiera orinado del miedo, pero eso no ocurrió. -- Ya le dije que fue usted -- insistió la joven. -- Eso no puede ser... en la habitación había alguien más. Asi que revise bien, alguien más debió reservar la misma habitación -- La joven se percata de que existía algo extraño en todo. Seguramente el empleado anterior cometió algún error y ahora querían hacerla responsable a ella. -- Lo lamento señor Durand. Pero no tenemos autorización para revelar esa clase de información, ni siquiera a otros huéspedes -- -- No estoy pidiendo nombres completos señorita. Pero anoche alguien que celebraba una despedida de soltera ingresó en mi habitación... asi que solo quiero saber qué grupo celebró anoche en esa habitación -- él afiló la mirada, apoyándose en el mostrador con ambas manos enguantadas. -- No tenemos información de que haya habido alguna celebración en la habitación señor Durand -- insistió la joven. Sebastian cansado, confundido y ahora de muy mal humor refunfuño. -- ¿Qué pasó con el hombre que atendía anoche? Quiero hablar con él. Él debe saber a quién más le dio mi habitación -- La joven dudó apenas un segundo, pero Sebastián notó el titubeo. -- El señor Echeverry ya no trabaja con nosotros -- le respondió ella, forzando una sonrisa. -- ¿Acaso renunció en la madrugada? -- Sebastián entrecerró los ojos. Y al ver como asentía la joven se sintió furioso. -- Vaya casualidad -- murmuro entre dientes. La recepcionista bajó la mirada, incómoda, pero mantuvo su postura. -- ¿Algún otro inconveniente con su habitación, señor Durand? -- -- ¡Algún inconveniente!, ¿Por cuál de las dos habitaciones está preguntando? – esta vez fue sarcástico. La joven no sabía a donde esconderse, la furia del militar frente a ella comenzaban a minimizarla. Él sostuvo su mirada por unos segundos más, esperando oírla, esperando medir cada palabra que la joven dijera, esperando encontrar el error. Podría gritar, exigir, incluso intimidarla… pero parecía que no obtendría nada de esa mujer. Ella solo era un eslabón más en la cadena de atención que tenía el hotel. -- No, ningún inconveniente -- le dijo al fin, con una calma peligrosa. -- Solo recuerde que no hay secretos que duren para siempre -- La joven palideció, no comprendía si era una advertencia o una amenaza, pero cualquiera que fuera sabía que ambas eran peligrosas. Sebastián giró sobre sus talones y se marchó con paso firme, dejando tras de sí un silencio tenso en el lobby del hotel. Ya fuera del hotel, el aire fresco golpeó su rostro. Caminó unos pasos por la acera, respirando hondo, tratando de ordenar sus pensamientos, tratando de aclarar su mente. La mujer había desaparecido, eso era verdad. Pero ella lo había visto al despertar, de eso estaba seguro... Y el recepcionista... ese tipo era cómplice de todo lo que pasó, también. No había testigos, el único que podía aclarar lo ocurrido era ese tal Echeverry. Y, por si fuera poco, los enemigos que habían planeado arruinarlo ahora debían estar escondidos, esperando su castigo por su aparente “fracaso”. Pero Sebastián Durand no era un hombre que aceptara derrotas. -- No será fácil… -- murmuró, mientras sus dedos se deslizaban hasta el interior de su chaqueta. Rozó la tiara con ellos, mientras el aroma de aquella mujer aún rondaba en su memoria. Un perfume dulce, embriagador, con notas florales y un fondo amaderado. Difícil de describir, pero al mismo tiempo imposible de olvidar. Sonrió, oscuro. -- No importa cuánto intentes esconderte, princesa… yo Sebastian Durand te encontraré -- No sabía cuál era su nombre, ni tampoco recordaba su rostro por completo, pero sí había algo mucho más importante, algo que no podía olvidar... Su aroma. Y la certeza de que no era cualquier mujer… sino que era una novia, alguien que estuviera a punto de casarse y que, aquella noche, había decidido traicionar también sus propios votos matrimoniales. Ese era el tipo de secretos que no se ocultaban para siempre y él lo sabía... **** **** **** Paulina Acaba de salir Estefanía de mi departamento con la misma desfachatez de siempre, creyendo que el mundo le debe algo, solo por haber sido la hija de la amante de papá. Recién siento la reacción de la noche anterior en mi cuerpo, las horas que pase a merced de ese maldito Sebastian comienzan a pasarme factura, ahora comprendo porque dicen que mujer que se acuesta con él, amanece muerta en el rio, no creo que se hayan suicidado por ese hombre, debieron ser asesinadas durante el acto. Mi cuerpo pide descanso y eso mismo pienso hacer, he pensado mucho en todo lo ocurrido, al principio me sentía sucia, indignada, pero por alguna razón desconocida ahora me siento en paz, no por haber dormido con ese hombre, sino por el hecho de que pude comprobar que Antonio no es el único hombre que me hace sentir deseada... El sol comenzaba a ocultarse entre las cortinas de encaje de mi habitación, oscureciéndola, llevó más de tres horas fingiendo dormir. Cada vez que abro los ojos tengo la misma sensación con la que me había dormido: Un hueco en el pecho, un dolor punzante en la garganta y el perfume de aquel hombre aún impregnado en mi piel.
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