La luna poco a poco fue bajando, dándole paso a un sol brillante y acogedor. A medida que subía, las sombras largas que se proyectaban en los edificios se acortaban y desaparecían.
Jagger esperó a que los primeros rayos del sol pasaran por la ventana para observar por última vez a la chica que empezaba a levantarse. Le sorprendió que despertara un segundo antes de que sonara su alarma, pero no se quedó a contemplar nada más.
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Juliet Banner despertó con la sensación de que no había dormido nada. Un segundo después de que se incorporó en la cama, el despertador empezó a sonar como si no le hubiera gustado el hecho de que se levantara sin su intervención. Presionó el botón superior y el artefacto detuvo su molesto estruendo.
Juliet se estiró para disminuir el agarrotamiento de su cuerpo y levantarse de la cama. Se bañó, se vistió y preparó unos huevos revueltos que devoró sin preámbulos antes de salir a la calle que aún dormía a esas horas.
La señorita Banner dirigía una hermosa librería que le había heredado su difunta abuela y había leído casi todos los libros que tuvieron la suerte de pasar frente a sus inocentes ojos de color miel.
A pesar de que no era una persona con baja autoestima, Juliet no era consciente del atractivo de sus labios, de su sensual talle, de su sonrisa abrumadora o de su hermoso cabello color castaño claro.
Ella no ignoraba estos rasgos porque fuera muy humilde o porque necesitara urgentemente comprar un espejo; los ignoraba porque nunca se le ocurría fijarse en esos detalles.
Juliet era soñadora y distraída, su mente siempre estaba perdida en las historias y aventuras que había leído desde pequeña hasta el punto que le costaba relacionarse con los demás.
Mientras caminaba hacia la cuadra contigua al peligroso callejón de Mason&Mason, esforzándose para no voltear, analizó nuevamente si debía avisar a la policía de los sucesos de la noche anterior.
Lo más probable es que alguien se quejara por el agujero en la pared y formara un lío, aunque, por otro lado, quizás el problema terminaría recayendo sobre ella a causa de que su explicación sería muy parecida a lo que alguien con problemas mentales diría.
Suspiró y cruzó a la derecha, en la avenida Parker, para encontrarse de frente con el edificio en el que trabajaba.
La librería parecía una versión en miniatura de un museo neoclásico adaptado al estilo de los grandes templos de los dioses griegos. Sobre los cuatro pilares de la entrada se encontraba un arco en el que se podía leer en unas letras grandes y talladas en piedra la célebre frase de Auguste Comte, «saber es poder». Treinta escalones de concreto y dos metros de acera separaban la entrada de la calle donde los carros apenas empezaban a transitar.
Juliet estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta del autobús que se acercaba con velocidad al sitio donde ella estaría en el momento perfecto para que el conductor no tuviera tiempo de frenar o cambiar su dirección.
Quizás, si hubiera estado prestando atención, algo dentro de su cabeza se hubiera arrepentido por el resto de su vida sin saber por qué.
Justo antes de que Juliet Banner diera el paso final hacia una muerte patética y simple, alguien la tomó del brazo con delicadeza, pero con la suficiente fuerza para detener por completo el avance de su cuerpo.
Juliet levantó la cabeza por reflejo y sintió un escalofrío cuando observó a unos centímetros de su cara un fugaz metal, portador de una brisa que le desordenó el cabello. Se quedó inmóvil con sus hermosos ojos abiertos al máximo y con el aliento atrapado dentro de su pecho hasta que escuchó una voz que llenó todo su cuerpo de rubor.
—¿Estás bien? —preguntó el chico.
Juliet volteó torpemente sobre sí misma apoyándose lo más posible en la mano de su salvador para mantener el equilibrio. Se arrepintió de haber volteado en el momento que observó la expresión seria de aquel muchacho.
Sus ojos eran de un marrón intenso y penetrante; su cabello era de color azabache y lacio sin peinar, y su cara era atractiva, pero en ella se encontraba una sombra de tristeza mezclada con un intenso fuego que hizo que Juliet se intimidara aún más.
Sin embargo, lo que provocó la llegada del arrepentimiento no fue nada que el muchacho tuviera, o por lo menos nada que ella pudiera identificar, sino el hecho de que el rubor en ella hubiera aumentado al verlo. Sintió un gran impulso por preguntarle su nombre y saber más de él.
—Sí, sí, gracias… —agregó con la esperanza de que el joven le dijera su nombre.
—Me alegro —dijo sin sonreír y le soltó con suavidad el brazo a la vez que se alejaba. Hasta ese momento Juliet no se había dado cuenta de que, mientras la sujetaba, tenía la otra mano en el bolsillo.
—¡Espera! —empezó la chica sin estar muy segura de qué iba a decir—. Quiero ofrecerte una taza de café para darte las gracias, sé que no es mucho, pero no puedo quedarme de brazos cruzados —agregó implorando que no hubiera parecido que le estaba rogando, aunque en su mente eso era lo que estaba haciendo.
El muchacho se detuvo en seco y se quedó unos segundos como si estuviera reflexionando sus opciones.
—Acepto —respondió finalmente el joven mientras se volteaba permitiendo que Juliet se calmara al darse cuenta de que la mirada severa había sido reemplazada por otra amable, aunque carente de alegría.
—Juliet Banner —dijo en un instante, sin estar muy segura de si él había pretendido saber su nombre al dejar ese silencio.
—Jagger Black —dijo sacando la mano derecha de su bolsillo.
—Muchas gracias por… salvarme, Jagger —respondió Juliet apresurándose a regresar el saludo.
Sintió una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo al momento que tocó la mano de Jagger. Para su sorpresa, la palma de su mano era mucho más suave al tacto de lo que ella hubiera esperado, aunque alcanzó a ver el dorso maltratado y con cicatrices. Mientras observaba estos detalles, Jagger le soltó la mano.
La chica se quedó confusa un momento por todas las cosas que le pasaron por la cabeza y no supo qué hacer ni decir, pero Jagger la ayudó.
—¿Dónde quieres tomar el café? —preguntó casualmente, lo cual consiguió que Juliet se calmara un poco y lograra separar sus labios para hablar lo más normal que podía.
—En este momento, solo te puedo ofrecer del que preparo en mi oficina en esta librería, ¿no te importa? —preguntó Juliet intentando sonar tan tranquila como él sin mucho éxito.
—Para nada —respondió sin sonreír lo cual hizo que la chica se desesperara por dentro.
Cuando cruzaron la calle Jagger se mantuvo del lado del arroyo. Esa actitud protectora sorprendió a Juliet y la hizo sentir muy halagada. Mientras empezaban a subir los escalones de la entrada, se dio cuenta de que Jagger miraba en todas direcciones como si buscara a alguien.
—¿Estás bien? —preguntó un poco preocupada—. Pareciera que se te perdió alguien —agregó dejando escapar una risa nerviosa que calló inmediatamente cuando Jagger la observó sin mostrar ningún tipo de reacción a la broma.
—No he perdido a nadie —respondió el chico mirándola a los ojos—, es solo que… —se interrumpió de repente y subió los últimos dos escalones con un paso.
—¿Qué cosa? —preguntó Juliet por reflejo—. Me da curiosidad, nada más —agregó encogiéndose de hombros ante la mirada penetrante que lanzó el muchacho. Jagger pareció pensar un momento su respuesta y su mirada se fue aplacando poco a poco.
—No es nada —respondió tranquilamente, aunque Juliet podía darse cuenta de que no estaba siendo del todo sincero.
—¡Qué misterio! —bromeó Juliet—. No me digas ahora que eres algún tipo de mafioso o algo así —dijo Juliet observándolo con curiosidad y sonriendo un poco para que no se lo tomara a pecho. Sacó de su abrigo el manojo de llaves de la librería y se dispuso a buscar la que correspondía a la puerta principal.
—Tranquila —respondió Jagger—, no conozco un mafioso que le guste visitar librerías a esta hora.
Juliet rio con nerviosismo a la vez que la puerta se abría produciendo un leve gruñido metálico. Se apresuró a entrar y luego se volteó para asegurar que Jagger la seguía.
La librería era un sitio espectacular. Había dos docenas de inmensas estanterías de madera tallada repletas de libros que se dispersaban a lo largo del recinto. Dos escaleras paralelas subían hasta encontrarse en el piso superior, donde las estanterías eran un poco más pequeñas, pero lucían igual de imponentes.
Jagger rebasó a Juliet. La chica quería conversar así que dijo lo primero que le vino a la cabeza.
—Tenemos más de cinco mil libros solo en el primer piso —comentó—. Se podría decir que buena parte del conocimiento del mundo está aquí —aseguró Juliet con una sonrisa mientras avanzaba y miraba sobre su hombro para asegurarse que la puerta se cerraba.
Ese momento de distracción le costó caro, pues no pudo evitar tropezar con un libro en el suelo y proferir un grito ahogado al perder el equilibrio. Sin embargo, antes de cerrar los ojos, observó cómo Jagger desaparecía repentinamente de su vista y, al instante siguiente, sintió el contacto de un brazo que se oponía entre ella y el suelo. Abrió los ojos y su cara se encontró apenas unos milímetros de la de Jagger. Durante unos segundos se observaron, pero Jagger terminó por levantarla de nuevo.
—Gracias… ahora pareciera que siempre me salvas —agregó Juliet con una sonrisa nerviosa.
—Solo te sostuve, no es para tanto —dijo Jagger sin darle importancia.
—Pero no entiendo cómo te pusiste tan rápido a mi lado para sujetarme —insistió Juliet.
—¿No lo entiendes? —preguntó Jagger arqueando una ceja—. Estaba apenas a unos centímetros de ti —agregó observando a Juliet como si estuviera mal de la cabeza.
—¿Centímetros? —repitió la chica confundida—. Juraría que antes de caer estabas por lo menos dos metros en frente —aseguró Juliet haciendo un esfuerzo para recordar el momento, pero no le costó mucho. La escena se había quedado grabada con completa nitidez en su mente: Jagger desapareciendo.
—¡Qué raro! —exclamó Jagger sin emoción y apartó la mirada de Juliet.
La chica decidió no preguntar más a pesar de que su curiosidad aumentaba de manera desmesurada.
Guió a Jagger a través del corredor hasta una puerta de madera en la que se podía leer en la parte superior «Oficina». Sacó de nuevo su manojo de llaves y abrió la puerta al primer intento. Se apresuró a encender la cafetera y, en cuestión de minutos, el café se encontraba humeando en el recipiente de vidrio insertado bajo la máquina.
La oficina de Juliet no era muy grande, aunque sí lo suficiente como para que cupieran dos estanterías de libros de tamaño medio, unas palmas falsas en las esquinas y un escritorio en el que se hallaba una computadora con diversas cosas esparcidas sobre su superficie como lapiceros, una engrapadora, marcatextos y documentos.
En uno de los costados, había otra pequeña mesa rectangular donde estaban la cafetera, una foto de los padres de Juliet cargando a su hija pequeña y otras en las que posaba con su abuela.
La luz del sol traspasaba con energía las persianas de un color blanco traslúcido que intentaban esconder sin mucho éxito la ventana que se encontraba al final de la oficina, justo detrás del escritorio.
Juliet sacó dos tazas de porcelana de uno de los gabinetes del escritorio y sirvió el café.
—Aquí tienes tu recompensa —dijo Juliet con una sonrisa, extendiéndole la taza a Jagger que ya se había sentado en uno de los asientos de visitas.
—No gracias, yo no tomo café —respondió Jagger.
—¿No tomas café? Pero entonces, ¿por qué aceptaste mi invitación? —preguntó Juliet confundida a la vez que se sentaba en la silla posterior al escritorio.
—Supongo que tenía curiosidad —aseguró Jagger.
—¿Curiosidad de qué? —preguntó Juliet aún más desconcertada.
—No sé por qué, pero hay algo raro en ti —respondió Jagger investigando los ojos de Juliet que se paralizaron a causa de la fuerza de su mirada.
—¿Algo… raro? —repitió Juliet asustándose un poco.
—Exactamente —respondió Jagger que parecía confundido por la reacción de la muchacha—. También me sorprende que estés tan tranquila unos segundos después de que casi eres atropellada por un autobús.
—La verdad es que estaba más pendiente de descubrir el significado de tus expresiones —contestó Juliet cambiando su temor por rubor.
—¿De mis expresiones? —repitió Jagger arqueando una ceja de nuevo—. Eres aún más extraña de lo que pensé.
—¿Por qué? —preguntó Juliet debatiendo en su mente si eso era algo bueno o algo malo.
—Acostumbras hacer muchas preguntas, ¿no es cierto? —respondió Jagger.
—Soy muy curiosa, así que sería muy malo de tu parte si no me respondes —dijo Juliet intentando poner un tono divertido, lográndolo con más éxito del que creyó.
—¿Nunca desistes? —preguntó Jagger.
—No cuando me interesa mucho saber la respuesta —insistió Juliet.
—¿Te interesa mi respuesta? —preguntó Jagger sorprendido—. Probablemente no ha pasado una hora desde que me conociste.
Juliet se ruborizó y contempló su taza de café todavía intacta, pero no iba a dejar que todo acabara así. Ahora sentía que valía la pena saber más acerca de aquel muchacho.
—Entonces —empezó a decir Juliet intentando mantener su mirada en los profundos ojos de Jagger—, ¿si te conozco más… me contestarías? —preguntó esperanzada.
—No lo sé —respondió Jagger con tranquilidad.
—¿Me dejarías intentar? —pidió la chica, que ya sentía que su cara ardía por el rubor. Jamás había sido tan descarada al hablar con otro hombre, pero un sentimiento extraño y desconocido estaba nublando su mente.
—¿Eres así de insistente todo el tiempo? —contestó Jagger suspirando, pero con un tono amable en su voz—. Bueno, creo que ha llegado la hora de irme para que empieces a trabajar —agregó a la vez que se levantaba.
—¿Ya te vas? —repitió Juliet levantándose nerviosa. No quería arrepentirse de haberse quedado callada como tantas otras veces.
Jagger la observó por unos segundos y sonrió. Su sonrisa hipnotizó a Juliet por un momento. La muchacha pensó que su rostro se veía mucho más atractivo cuando algo de alegría se asomaba en él. De hecho, su sonrisa la cautivó hasta el punto que todas las células de su cuerpo se agitaron provocando un momentáneo sentimiento de euforia, como si la pequeña alegría de esa expresión se multiplicara exponencialmente dentro de ella.
—Supongo que no haría daño dejar que lo intentes —terminó diciendo Jagger, acentuando su sonrisa.
—Entonces, mañana a la misma hora, vendrás a tomarte un café aquí conmigo —aseguró Juliet con una sonrisa.
—Aquí estaré —respondió Jagger mientras abría la puerta y desaparecía de la vista de la muchacha.
Juliet contempló el sitio donde unos segundos atrás había estado su extraño amigo. Se dejó caer en la silla suspirando con alivio. Hacía muchos años que no había tenido una conversación tan larga con alguien y estaba sorprendida de lo bien que le había ido.
Había algo indescifrable que le atraía de Jagger, algo que no entendía del todo. Lo único que podía decir es que le recordaba a esos personajes misteriosos de las novelas de aventuras, y esa extraña comparación era suficiente para que su soñadora mente se enfocara por completo, y por primera vez, en una sola persona.