Ambos sabían que debían parar, pero ninguno tomó la iniciativa de frenar la situación. Solo complicaba las cosas al volverse más y más intensa, como la profundidad del mar. Aunque no se podía encontrar ninguna comparación suficiente con lo que estaban haciendo. De repente, ya no podían respirar bien y ella comenzó a estar encima de él, experimentando en exceso la sensación viril debajo de sus pantalones, lo cual enloqueció a él. Pero se contenía, no quería causar un escándalo. No importaba que no hubiera nadie más presente, de todas formas aquel no era el lugar adecuado para expresarse o hacer cosas prohibidas. Fue un milagro que él pudiera detenerlo y finalmente ser lo suficientemente capaz de decirle que no. Aunque después tuviera que tomar una ducha fría y aliviarse por sí mismo. Sin

