Capítulo 1
KIERAN
Camino hacia las puertas del infierno. Y cobran entrada.
—Oh, Kieran… —Sarah Green me saluda con una mirada lenta de arriba abajo, sus labios rosa pastel curvándose en una sonrisa traviesa. Su nombre le queda perfecto, porque la presidenta de nuestro curso de último año no bromeaba cuando se trataba de presionar y manipular a sus compañeros para conseguir lo que quería—. Qué alegría verte. Vaya. Quiero decir, veo tus fotos en revistas y en r************* de vez en cuando porque te sigo, pero eres mucho más guapo en persona de lo que recordaba del instituto.
—¿Eh? ¿Gracias? —Sale como una pregunta, mi cabeza inclinándose hacia ella.
—Claro. No hay de qué. —Se lame los labios, sus pestañas postizas batiendo más rápido que las alas de una mariposa—. ¿Estás solo esta noche? —Suelta una risita mientras un rubor le sube por las mejillas. Está casada. ¿Podemos decirlo de una vez?—. Solo pregunto porque necesito saber cuánto cobrarte. Me tocó recoger el dinero hasta que la coordinadora del evento pueda organizarse de una vez. —Sopla un suspiro frustrado, poniendo los ojos en blanco con desdén—. En fin, son cien por persona. ¿Te apunto solo o acompañado?
Y aquí es donde dudo. No por el dinero. El dinero no es un problema.
—Dame un segundo.
Sarah me mira con anhelo, relamiéndose los labios. —Claro. Te doy toda la noche.
—Vale. —Porque no sé qué más decir a eso. No recuerdo que Sarah estuviera tan abiertamente interesada en mí cuando estábamos en el instituto. Claro que eso fue hace diez años, y yo estaba definitivamente pillado. Lo cual es tanto la razón principal por la que no quiero estar aquí como la razón por la que vine. Pero ahora empiezo a replanteármelo todo.
No tengo nada que demostrar estando aquí.
Ni a ella, ni a su imbécil marido —mi antiguo amigo— ni a nadie más.
Debería irme. Tal vez quedar con Carter, que ya sé que va a nuestro bar favorito, y perderme en una noche de diversión. Nada en este agujero infernal será divertido. Y, en verdad, me vendría bien una copa. Una tranquila. Ha sido una semana de mierda. Demasiados pacientes. Poco tiempo. Ah, y enterarme de que el cáncer de mi madre ha vuelto siempre es un éxito.
Saco el móvil del bolsillo y le envío un mensaje a mi mejor amiga, Elizabeth.
Yo: Lo siento, cariño. No voy a poder ir.
El globo de mensaje baila al instante en mi pantalla. Elizabeth: No es una opción, cielo. Todos ya están preguntando cuándo vas a llegar. Todos.
Y de inmediato me tienta preguntar si ella está preguntando. De hecho, mis pulgares, que parecen tener vida propia, empiezan a escribir esa misma pregunta hasta que los controlo y los detengo. Claro que ella está preguntando. Es lo que hace. Sigue persiguiéndome con una determinación de nivel terrorista, incluso después de todos estos años.
Probablemente está emocionada ante la perspectiva de restregarme su vida perfecta en la cara sin siquiera importarle que es la última persona en el planeta a la que quiero ver esta noche o cualquier otra. Por eso ahora es el momento perfecto para irme.
Yo: Me da igual.
Elizabeth: Sí te importa. Venga. Sé que ya estás vestido para esta noche. Carter me envió un mensaje.
Carter. Mi hermano traidor.
Elizabeth: Solo entra al hotel. Sube a la reunión. Tómate una copa conmigo. Ve a la gente que no has visto desde el instituto y que caerá a tus pies como lo hacía entonces. Oh, espera, todavía lo hacen.
Yo: Estás haciendo un trabajo pésimo para convencerme, dulzura.
Elizabeth: Todos pensarán que eres un débil si no vienes.
Yo: Buen golpe bajo.
Elizabeth: Lo sé. ¡Ahora mueve el culo y ven!
Suelto una retahíla de maldiciones en voz baja, aún considerando seriamente huir por el bien de mi cordura, cuando veo a una pelirroja baja y curvilínea con un vestido n***o ajustado sin espalda, tacones altísimos y labios rojos como su cabello acercándose a Sarah. Llega tan tarde como yo, y antes de que me dé cuenta, una sonrisa se extiende por mi rostro.
La reconozco al instante.
Aunque han pasado diez años desde la última vez que la vi. Un hombre nunca olvida a la chica que le provocó su primera erección. La primera en clase, para más señas. Teníamos doce años y ella se inclinó para recoger un lápiz que se le cayó, cuando un destello de su sujetador de entrenamiento captó mi atención. Erección instantánea.
Quedé bastante encaprichado después de ese momento, como te puedes imaginar.
—Avery —Sarah la saluda, su rostro ahora sin rastro de la calidez que tenía cuando hablaba conmigo—. No tenía ni idea de que venías.
¿Qué demonios? Uno pensaría que en los diez años desde que nos graduamos de nuestro prestigioso instituto privado, las chicas ricas habrían superado el drama de ser malas con las becadas.
Avery se pone más roja que su cabello y da un pequeño paso atrás antes de enderezarse y cuadrar los hombros. —Bueno, aquí estoy. Me gradué el mismo año que tú. Incluso recibí la invitación por correo. Debe haber sido un error de tu parte —termina con sarcasmo.
—Ajá. Son cien dólares de entrada —suelta Sarah, disfrutando demasiado al anunciar esa suma mientras frunce los labios hacia un lado, dándole a Avery una mirada lenta y cruel.
—¿Cien dólares? —pregunta Avery, aunque sale en un susurro desinflado.
—Sip. Lo siento —se burla Sarah con una voz dulzona de falsa disculpa—. Sin excepciones. Ni siquiera para las que estaban becadas.
Y eso es todo. Antes de que Sarah pueda decir algo más que me haga querer estrangularla, me acerco a Avery, rodeando su cintura con la mano. —Cariño —exclamo—. Lo lograste. Empezaba a preocuparme.
Avery se tensa en mis brazos, su respiración se detiene en la garganta mientras se gira para mirarme. Luego alza la vista, y un poco más, porque es casi un pie más baja que yo incluso con tacones. De repente, dos ojos grises brillantes parpadean rápidamente hacia mí, y mi corazón comienza a latir al ritmo de sus pestañas, mi boca seca como si hubiera estado comiendo arena toda la noche.
—Lo siento —dice, confundida, sus labios entreabiertos quedando un poco demasiado abiertos para que esto sea convincente—. Creo que debes…
Me inclino, mi nariz rozando su cabello rojo sedoso que huele a madreselva o algo dulce, y susurro en su oído: —Solo sígueme la corriente.
Traga audiblemente mientras me retiro, mirándola a los ojos y preguntándome cómo es posible un color así, cuando ella sonríe y me roba el aliento. Vaya. Eso no me lo esperaba.
—No quería preocuparte… —Se tropieza, mordiéndose el labio como si buscara un término cariñoso adecuado. ¿O tal vez mi nombre? Supongo que es posible que no tenga idea de quién soy. Después de todo, me acerqué y la rodeé con el brazo—. Oli —termina, y suelto el aliento que no me di cuenta que estaba conteniendo.
—Está bien. Solo no quería entrar sin la mujer más hermosa del mundo en mi brazo.
Avery me regala esa sonrisa deslumbrante otra vez, esta vez con un rubor tiñendo sus mejillas, y me maravillo de cómo hace que sus ojos brillen como carbón humeante. Dios, es jodidamente sexy.
—Espera —interrumpe Sarah—. ¿Estás con ella? —Señala a Avery.
—Claro que sí —declaro sin apartar los ojos de los de Avery, porque esos ojos, hombre. Son demasiado bonitos para no mirarlos—. Soy un bastardo afortunado, ¿verdad?
—¿Estás con él? —Sarah gira ese dedo hacia mí.
—Así parece —responde Avery, su tono un poco desconcertado, aunque hay un toque de diversión también.
—Pero. Tú. Eres. No. Eres Kieran Evans —balbucea Sarah incrédula—. Y ella es Avery…
Sus palabras se cortan cuando le lanzo mi mirada más amenazadora, ya sabiendo el apodo cruel que está a punto de soltar. Por qué algunas mujeres sienten la necesidad de degradar y menospreciar a otras, nunca lo entenderé.
Saco dos billetes de cien dólares de mi cartera y se los lanzo a Sarah. —Que tengas buena noche —digo en lugar de lo que realmente pienso. Mis dedos se entrelazan con los de Avery, y luego la arrastro más allá de Sarah, por el largo pasillo con la alfombra de cachemira y las paredes doradas, hacia el salón de baile.
Supongo que voy a mi reunión del instituto después de todo.
En cuanto estamos fuera de la vista de Sarah, Avery suelta su mano de la mía, deteniéndose en medio del pasillo y girándose para mirarme. —¿Me recuerdas? —pregunta y luego sacude la cabeza como si no fuera eso lo que quiso decir.
—Avery Wright. Estabas en la mayoría de mis clases desde sexto grado, más o menos.
—Correcto. Lo que quise decir es, gracias por intervenir ahí atrás, pero realmente no era necesario.
—Tal vez no. Estoy seguro de que puedes manejar a mujeres como Sarah. Pero se sentía mal quedarme ahí viendo eso sin hacer nada. No soporto a las mujeres que sienten la necesidad de herir a otras solo para verse y sentirse mejor.
Ella cruza los brazos sobre el pecho, alzando una ceja. —Y, sin embargo, saliste con una mujer que hacía exactamente eso durante todo el instituto.
Touché. Una risa seca se me escapa. —No puedo discutir eso. Demonios, salí con esa misma mujer cruel durante la universidad también. Error de juventud. ¿Qué puedo decir?
Aún así, al mencionar a esa mujer en particular, un viejo dolor me golpea directamente en el pecho. Mis dedos encuentran mi bolsillo, jugueteando con el gran solitario de diamante engastado en una banda de diamantes y platino que guardé ahí esta noche. Es el anillo. El que casi le di a esa mujer que me engañaba con mi amigo, Rob. Una lección de traición que nunca he olvidado. Por eso, en ciertas ocasiones, lo llevo conmigo.
Un recordatorio para nunca volver a acercarme tanto.
—Lo siento —dice Avery, marchitándose ante mis ojos—. Eso fue increíblemente grosero de mi parte. Ni siquiera sé por qué lo dije. Sarah me puso los nervios de punta, y descargué en ti en lugar de en ella, como debería haber hecho. Maldita sea, algunas mujeres realmente apestan, ¿verdad? —No puedo evitar reírme, aunque creo que ella hablaba en serio. Mira hacia la alfombra, cambiando de postura hasta apoyarse contra la pared opuesta a las puertas cerradas donde se celebra la reunión—. Mira, desearía que no hubieras pagado por mí. El dinero y yo no estamos exactamente en buenos términos en este momento. Me va a tomar un tiempo devolverte el dinero. Pero lo haré. Solo que no tengo ese tipo de…
Mis dedos se enganchan en su barbilla, levantando su rostro hasta que nuestros ojos se encuentran. —No me importa el dinero. Y no quiero que me lo devuelvas. —Ella abre la boca como para discutir, y sacudo la cabeza, cortándola de nuevo—. Lo digo en serio.
Sopla un suspiro. —Bueno, gracias. Es muy generoso. Pero si así es como empieza esta noche, estoy pensando que tal vez debería irme. Demonios, ni siquiera debería haber venido en primer lugar. No sé en qué estaba pensando. Mi hermana me convenció, y pensé… —Sacude la cabeza—. No importa. Es estúpido.
Apoyo mi hombro contra la pared para quedar frente a ella, cruzando los brazos mientras la miro porque no puedo evitarlo. —¿Por qué es estúpido?
—¿De verdad quieres saber?
—De verdad quiero saber.