Capítulo 2

1603 Palabras
Ella sonrió con aire maternal. —Oye, estoy aquí para ayudarte con todas las áreas del desarrollo físico, y la seguridad deportiva es parte de mi trabajo. Sería negligente si no me diera cuenta de cosas así —Eso sonaba lógico, pensó. No era nada... pecaminoso. —Pero de todos mis alumnos, me sorprendió que no tuvieras uno. Me sorprende que no los obliguen en el equipo de baloncesto —reflexionó. En realidad, el entrenador les había aconsejado que los usaran. Otros jugadores sí lo hacían, pero él no. Los consideraba inmodestos y prefería los bóxers; y nunca antes había tenido un problema de seguridad. —Simplemente no le veo el sentido... —Créeme —dijo la Sra. Bandy con autoridad—. Llevo más de una década en deportes de competición. Hay historias de terror —Se inclinó un poco—. Cuando estaba en el instituto, un chico del equipo de baloncesto se salió de una trampa para dos hombres y debió de quedar atrapado entre sus propias piernas —dijo en voz baja—. Se oía el grito desde el patio. El diagnóstico fue traumatismo testicular con hemorragia escrotal interna. Se quedó mirando su escritorio con los ojos muy abiertos. —Oh —fue todo lo que pudo decir. —Me temo que voy a tener que insistir —dijo amablemente. —De acuerdo —dijo en voz baja. Ella arrugó la nariz. —Tienes suerte, porque tengo un montón aquí en mi oficina, solo para atletas universitarios. ¡Así que calificas! —añadió con entusiasmo. Se levantó del escritorio y se dirigió a un cajón del equipo—. ¿Cuál es tu cintura? —Eh... 32 —balbuceó. —Mmm —comentó—. Delgada —Buscó en el cajón, sacó un paquete de plástico y se lo lanzó. —A partir de mañana, ¿de acuerdo? —dijo ella con cierta severidad. —Está bien, Sra. Bandy. Claro que sí —Su rostro se iluminó. —Bueno, vete de aquí —dijo radiante. Era tan bonita, con los ojos entrecerrados, la nariz arrugada y las ligeras pecas en sus mejillas danzando. ¡Adiós! ¡Y gracias! ¡Gracias por ayudarme! ¿Lo dijo con demasiado entusiasmo? No quería incomodarla más. Esperaba que no se notara lo mucho que le gustaba mirarla y estar con ella. Era realmente inapropiado. Ella sonrió con complicidad. —Ajá. Nos vemos mañana, Jake —Lo llamó Jake. Le gustó. *** A la mañana siguiente, volvió a ser el primer estudiante en llegar al gimnasio. Sin embargo, la Sra. Bandy aún no había llegado. Pasaron cinco minutos, y entraron otros estudiantes, y luego otros, hasta que todos estuvieron allí, pero no la Sra. Bandy, y la clase estaba a punto de comenzar. Se sentía ansioso y, francamente, incómodo. El suspensorio no le sentaba bien ni a él ni a su paquete. Se le clavaba en los costados le irritaba la zona entre la entrepierna y el ano. Seguía sin entender el sentido de esto, pero no quería decepcionarla ni desobedecerla. Y no podía imaginar la vergüenza que pasaría si ella tuviera que volver a sacarlo a colación. Toda la conversación de ayer fue demasiado íntima para su comodidad, hablando de ese tema con su chica del instituto. —¡Bien, que empiecen todos con los calentamientos! —oyó desde atrás. La Sra. Bandy, con su chándal azul inmutable, corrió hacia el frente de la clase—. ¡Hola a todos! ¡Bien! ¡Buenos días, primera hora! —Apretó los puños en el aire. ¡Qué torbellino de energía!, pensó. Simplemente increíble. No se parecía a nadie que hubiera conocido. La miró fijamente, quizás demasiado tiempo. —¡Perdón por llegar tarde! Tuve que conseguirle equipo especial al director deportivo para la clase de hoy —explicó, y luego se giró para mirarlo directamente—. ¡Oye, Packert! ¡Ayúdame con las cajas! ¡Volvemos enseguida! ¡Krista, ponlos a todos a hacer calistenia! ¡Nos espera un buen día! ¡Genial! —Echó a correr hacia atrás, y él la siguió trotando. Se detuvo en el espacio entre las gradas y el armario de suministros y se giró hacia él. —¿Ya los tienes puestos? —preguntó, arqueando las cejas. Él sintió que le ardía la mirada. —Oh... Eh, sí. —Bueno, vamos a verlos —dijo sin pestañear. Debió haber notado cómo se sentía al respecto. —¿Qué? —Ya sé, es incómodo, ¿verdad? Tengo que ver cómo me quedan. Es un asunto del colegio y eso —Lo miró expectante, con los brazos cruzados. Abrió la boca, pero no tenía nada que decir. Mudo, miró a su alrededor, intentando pensar en algo. Esta situación parecía imposible. No lo creía. Se rio, como si ella bromeara, lo cual seguramente debía de ser. —¡Vamos, vamos! ¡Hoy tenemos un gran día! —sonrió emocionada mientras chasqueaba los dedos. Ya no se reía. —¿Cómo...? Es decir, no puedo... —Ella debía saber lo imposible que era para él. Él era un metodista devoto, ¡y ella, una atleta cristiana! Ella lo miró confundida, como para decirle lo tonto que estaba siendo. —Ay, Jake, no es para tanto. Estudié fisioterapia en la universidad —Él no sabía qué significaba eso—. No puedo empezar la clase sin asegurarme de que todo esté bien. Si te lastimas por un mal ajuste, la universidad es responsable, y yo estoy en un gran problema —Supuso que tenía sentido—. Anda, quítatelo como una tirita —bromeó. Miró a su alrededor: estaban solos detrás de las gradas, pero cualquiera podría haber doblado la esquina en cualquier momento. —Yo... Empezó a mirarlo con impaciencia. —Jacob, vamos. A mí tampoco me gusta esto. Deja de empeorarnos las cosas —Me miró con más atención y luego señaló hacia abajo con el dedo. Asintió y tragó saliva con dificultad. Desató el cordón de sus pantalones cortos de baloncesto y, desde la cinturilla elástica, los abrió unos quince centímetros por delante. No temblaba, pero sentía que sí. Parecía ponerse de puntillas y miraba hacia abajo con una mirada de curiosa inocencia mientras examinaba su suspensorio. Estaba a punto de cerrarse cuando ella le detuvo la mano ligeramente. —Un segundo —dijo—. ¿Están demasiado... ajustados? —No lo sé —murmuró. No le salía la lengua. Ella rió suavemente: —¿No lo sabes? —Creo que sí. Sí. Nunca lo había usado antes. —Toma, baja esto un poco —dijo. Si antes no estaban tan cómodos, ahora sí. Esto lo excitaba terriblemente. No lo deseaba, pero lo deseaba, y mucho. —¿Jake? Se los bajó hasta los muslos por delante. Ella se inclinó un poco, de modo que su rostro quedó a la altura de su entrepierna, frunciendo el ceño. Lo miró desde allí. —Creo que tenemos que comprarte uno más grande —dijo, con una leve sonrisa, pensó él—. ¿Crees que podrás con estos hoy? —Sí —asintió nervioso. Sentía que su erección iba a ser visible en cualquier momento, si no lo era ya. Ella se irguió y articuló —vale— con compasión. —Nos vemos después de clase y te arreglaremos. Y ve a buscarme esas cajas del armario de suministros, ¿vale? Le guiñó un ojo y salió corriendo, tocando el silbato al doblar la esquina. —¡Bien, primera hora! ¡Listos! ¡Saltos de tijera! ¡Cuenta hasta cuatro! ¡Listos! ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! ¡Sandra! ¡LISTOS! ¡Dos! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! ¡Oye! ¿Dónde está Packert? ¡Ven aquí YA! Se subió rápidamente los pantalones cortos. Estaba aturdido y su erección no cedía. Apiló una caja sobre otra y se agachó para recogerlas. Sintió un fuerte pinchazo en el perineo e hizo una mueca. Las levantó y las sostuvo frente a él mientras regresaba con el grupo. Jacob bajó las cajas apresuradamente y empezó a dar saltos de tijera. Su erección dilataba la bolsa de la correa y sentía un dolor intenso en toda la entrepierna. La Sra. Bandy saltaba con energía y contaba los saltos. La cremallera de su sudadera parecía más baja que antes, hasta el esternón. Sus pechos se movían a pesar de la opresión de su sujetador deportivo azul oscuro, que era parcialmente visible bajo la camiseta blanca de su uniforme. De repente, notó que todas las chicas de su clase también se movían, con sus pantalones cortos y camisetas blancas ajustadas, rezumando sudor y sexualidad adolescente. Estaba peligrosamente excitado; la tirantez de his ropa interior le pellizcaba la piel, y cada salto la irritaba aún más. Pero a pesar del dolor, la excitación crecía; a medida que crecía, más observaba a las chicas. Sus pechos, sus traseros, los espacios entre sus piernas. ¿Estaba viendo todo esto por primera vez? ¿Estaba bajo algún tipo de hechizo? —Déjame superar esto —le pidió a su poder superior—. Abandonaré todos esos pensamientos perversos. —Y: extiende los isquiotibiales. Con los pies separados y flexiona la cintura. La fila de chicas frente a él se agachó, con los traseros alineados. La Sra. Bandy también se inclinó, dejando al descubierto un poco de su escote. Él apartó la mirada, luego volvió a mirarla, y luego volvió a apartarla. Se agarró los tobillos, y su pene erecto luchó miserablemente contra la parte delantera del suspensorio, poniendo a prueba su fuerza de voluntad.
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