CAP 1

618 Palabras
Introducción: Eran las 8:00 a.m., la hora en que entraba a mi curso de informática. Estoy a punto de graduarme; solo me falta un año. Tengo 20 años y soy una de las chicas más raras que alguien podría conocer. No soy sociable ni voy a fiestas; prefiero quedarme en casa jugando videojuegos o aprendiendo cosas nuevas. La verdad, los libros no me gustan, me aburren un montón… a menos que sea algo que realmente me interese. No tengo muchos amigos y, en los recreos, casi siempre me ven con mis audífonos, aprovechando para hacer mi tarea. La mayoría de las personas me consideran callada, pero cuando agarro confianza, puedo ser hasta insoportable. Según un ridículo test de personalidad que me recomendó un amigo, soy ISTP. No sabía nada de eso, pero me hizo gracia, porque de alguna manera sí me describe. Inicio: Mientras caminaba a las 7:34 a.m. hacia mi curso, el sol todavía no había salido. Siempre llegaba temprano porque mi padre me dejaba cerca a esa hora. Mientras caminaba, notaba siempre una camioneta negra aparcada en la esquina del curso. Era grande y no se podía ver nada del interior. Yo solía pasar de largo y sentarme frente al lugar, esperando que llegara un profesor para abrir la puerta o algún compañero. Estaba sentada, tranquila, jugando videojuegos, cuando vi una silueta a lo lejos. Era un hombre alto que me observaba de manera penetrante; me dio escalofríos. Se dirigió a la camioneta negra que llevaba días allí y se sentó en el asiento del copiloto. Me sentí incómoda y bajé la mirada justo cuando llegó mi profesora: —Hola, Anya, ¿qué tal? —saludó ella. Le levanté la mirada y respondí tranquila: —Bien, gracias… —miré de reojo la camioneta y luego volví a mirar a la profesora—. Profesora, esa camioneta… es muy extraña. Lleva un mes allí, ¿no le parece raro? Ella miró hacia la camioneta y abrió la puerta: —No lo sé… sí es extraño, pero debe ser por algo. Tal vez sean investigadores, o no sé… Reí incómoda y entré al salón, justo cuando llegaban los demás compañeros. Había pasado casi una semana y ya era viernes. Como siempre, mi padre me dejaba temprano, cuando la luna aún estaba en el cielo. Llegué y me senté frente al instituto, concentrada en mis videojuegos, ignorando el mundo a mi alrededor… hasta que algo llamó mi atención demasiado tarde. La camioneta negra, que siempre había estado quieta en la esquina, comenzó a moverse silenciosamente. Yo no lo noté; estaba demasiado metida en la pantalla. De repente, la sentí detenerse justo frente a mí. Levanté la vista y vi a dos hombres altos bajar de golpe. Mi corazón dio un salto. Antes de que pudiera reaccionar, uno de ellos me tapó la boca con fuerza, impidiéndome gritar. —Shhh… tranquila —susurró uno, con un tono frío que me recorrió la espalda como un escalofrío. El otro sacó una aguja y antes de que pudiera apartarme, la clavó en mi brazo. Un calor extraño recorrió mi sangre mientras me empujaban dentro de la camioneta. La puerta se cerró de golpe detrás de mí. Arrancaron de repente y me golpeé contra la puerta con violencia. La mezcla de adrenalina y miedo hizo que mi visión se nublara y un pitido agudo resonara en mis oídos. Intenté gritar, pero no podía. Todo se volvió borroso, y el mundo se desvaneció lentamente hasta que caí —¡¿Por qué aceleraste tan fuerte?! ¡Recuerda que tenemos que traerla intacta! —gritó uno. —Solo se golpeó la cabeza… —contestó el otro con indiferencia, mientras el vehículo desaparecía en la oscuridad.
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