Elizabeth
Al salir de la oficina, me dirijo a un restaurante cercano para almorzar. Antes de entrar, decido enviarle un mensaje a Nicole para informarle acerca de Liam.
Reviso mi teléfono mientras camino, sin prestar atención a mi entorno, lo cual me lleva a chocar con alguien.
Levantó la mirada y, para mi sorpresa, es la misma mujer que, hace unos días, me derramó una malteada encima. Ambas nos reconocimos inmediatamente.
—¡Oh! ¡Eres tú otra vez! —exclama ella sorprendida.
—Sí, pero esta vez sin malteada —contestó con una leve sonrisa. Ella ríe y se muestra amable.
—¡Lo siento nuevamente! ¿Te parece bien si te invito algo? Supongo que estás aquí para almorzar, ¿correcto? —cuestiona.
—Sí, efectivamente. Soy Elizabeth. Mucho gusto —me presentó formalmente, encontrando su sugerencia adecuada, ya que prefería no almorzar sola y parece que ella también busca compañía.
—Soy Janet Smith —responde con una sonrisa genuina. Su amabilidad y cortesía son evidentes.
Entramos al restaurante y al ordenar, noto que le gusta la malteada de fresa, puesto que ha pedido una.
—Se nota que te encanta la malteada de fresa. — le comenté.
—Sí, es mi favorita. Mi hermano siempre me preparaba una antes de ir al colegio, —afirmó, mostrando claramente su admiración por su hermano. No puedo compartir ese sentimiento, ya que soy hija única.
—Entiendo. Yo no tengo hermanos, pero siempre quise tener una hermana —añadí.
—Pero supongo que tienes amigas, y a veces las amigas pueden ser como hermanas, —dijo, intentando consolarme.
—Sí, tengo dos. Las conozco desde la universidad — respondí.
—Entonces estás bendecida por tener dos amigas, — comentó. Aunque noté un tono de desánimo en su voz, así que decidí cambiar de tema.
—¿Y a qué te dedicas, Janet? —indagué.
—Le ayudo a mi hermano a llevar la administración de una cadena hotelera, pero en este momento estoy tomando una pausa debido a que tengo un embarazo de cuatro semanas —confiesa.
Su comentario me hizo recordar mi propio embarazo fallido. De no haber sido por ese accidente, ahora tendría a ese bebé en mis brazos.
El camarero llegó con nuestra comida. Sin embargo, noté que su expresión triste no cambiaba, por lo que decidí preguntarle:
—¿Por qué estás así? Deberías sentirte feliz —comenté.
—Y lo estoy, pero no quiero que él se sienta obligado a quedarse conmigo solo porque estoy embarazada —se lamenta.
—¿De verdad? ¿Aún no se lo has contado? —pregunté curiosa.
—No, no le he dicho nada. Mi hermano dice que él tiene derecho a saber que va a ser padre y que la decisión será suya —responde con tristeza.
—Tiene razón —asentí—, si él realmente está dispuesto a estar contigo, no le importará sé positiva —aconsejé.
—Entiendo, pero es difícil no preocuparse. ¡Ay, lo siento! Apenas nos conocemos y ya te estoy agobiando con mis problemas —dijo, visiblemente apenada.
—No te preocupes, considérame una nueva amiga —le contesté sonriendo.
—Gracias, creo que necesitaba hablar con alguien —admitió más relajada.
—Podemos charlar todo lo que quieras, pero por ahora, termina tu comida. Recuerda que estás comiendo por dos —le dije, guiñándole un ojo. Ella me devolvió una sonrisa y asintió, reconociendo que tenía razón.
Terminamos nuestro almuerzo entre risas y confesiones. Supe que es un año menor que yo y adora a su hermano, aunque este sea un verdadero don Juan. También compartió que su padre falleció hace un par de años.
Hablamos poco de mí; en realidad, no había mucho que contar comparado con su historia llena de matices. Me sentí agradecida por tener a mis padres, que siempre me han colmado de amor y apoyo. Al salir del restaurante, intercambiamos números de teléfono y nos despedimos con un cálido abrazo.
Me dirigí directamente a la oficina. Al llegar, vi a Jonathan concentrado, trabajando arduamente. Le di un rápido saludo, y él respondió con su característica sonrisa encantadora. Noté que Sara estaba ordenando algunas carpetas, probablemente con todos los pendientes.
—Hola, Sara —la saludé, sonriendo.
—Hola, señora. El rojo es lo de más importancia y el n***o se puede manejar con más calma —me explicó, entregándome dos carpetas con un gesto eficiente.
—Gracias, Sara.
Esa chica es la personificación del orden. Repaso los detalles y noto que tenemos atraso en el diseño interior de un restaurante y una residencia. Recojo mis cosas y, con Sara a mi lado, dejo a Jonathan encargado de otras tareas. Nos embarcamos en la solución de los problemas del restaurante, una tarea que pensé sería sencilla, pero que nos llevó mucho más tiempo del esperado.
Regresamos a la oficina exhausta, quedé impresionada con la capacidad de Sara para convencer al cliente sobre pequeños cambios que beneficiaban el presupuesto. Mientras discutía con él, yo atendía una llamada con otro cliente, quien nos recordó que también andamos cortos de tiempo.
«Liam estaba hasta el cuello de trabajo», pensé.
Entro a mi oficina y parece que lo invoqué, porque está sentado esperándome.
—Hola —dice sin entusiasmo.
—¿Necesitas algo? —le pregunté.
—llamó tu madre. Quiere que te comuniques con ella cuanto antes —responde.
—¿Por qué? ¿Ocurrió algo? —preguntó, preocupada.
—Hubo un pequeño incidente en la obra mientras estaba tu padre. Nada grave, se lastimó el brazo. Fue solo un susto, estará bien —dice, mientras coloca sus manos en mis hombros y, finalizando, me abraza para consolarme. Le agradezco, pues el temor de que algo le ocurra a mi padre me abruma.
—¿Y por qué no me llamó directamente? —dije, apartándome suavemente.
—Lo intentó, pero no contestaste. Supuso que estarías ocupada y decidió llamarme a mí —explicó.
—Entiendo. Voy a llamarles —respondí, justo cuando alguien tocó la puerta. Era Jonathan.
—Perdón por la interrupción, pero el señor Olmos lo busca, señor. Liam lo espera en su oficina —informa.
—Gracias, dile que voy enseguida —respondió Liam mientras se acercaba a mí. Jonathan cerró la puerta tras él.
—Te ves hermosa —dijo tomando mi cintura. Me sentí un tanto incómoda, notando que la conexión ya no era la misma. ¿Sería por su error o por el mío?
—Liam, no compliques las cosas. Por favor, no me presiones —. Le pedí, alejándome de sus brazos.
—Lo siento, está bien. Seré paciente —aceptó con un tono comprensivo.
—Te dejaré para que llames a tus padres. No te alteres, ¿de acuerdo? Tu padre estará bien —dijo, acercándose nuevamente para besarme en la frente.
—Gracias —respondí con una leve sonrisa. Su calidez seguía siendo única, pero ya no era igual que antes. Tan pronto salió, llamé a mi madre para averiguar cómo estaba mi padre. Me tranquilizó saber que solo necesitaba un poco de reposo y estaría completamente bien.
Mientras finalizo mis pendientes, noto que el cielo ha comenzado a oscurecer. Me dirijo a casa con un nudo en el estómago, sabiendo que estaré bajo el mismo techo que Liam, pero de una manera diferente a la de antes.
Esto me provoca una tristeza profunda. No sé qué nos depara el futuro; no estoy segura de cómo reaccionaré si después de todo aún pueda amarlo.
¿Podré corresponderle después de su traición? ¿Y qué hay de mis propios errores?
Al abrir la puerta, me recibió un aroma delicioso. La escena me sorprende: la mesa está elegantemente puesta, adornada con velas y una botella de champán. Liam siempre ha tenido un don para estas cosas, pero ¿por qué ahora? Me hubiera encantado ver un gesto así cuando desperté del coma.
Él cocina mucho mejor que yo y todo esto parece salido de un sueño romántico. Pero desde mi regreso del hospital todo ha cambiado.
—Hola, cariño, —dice con una sonrisa que desarma.
—¿Qué pretendes con todo esto, Liam? —preguntó, tratando de mantener la compostura.
Siento el corazón agitado y las lágrimas a punto de brotar. Aunque todo sea perfecto y romántico, no puedo evitar sentir el dolor de lo que hemos vivido.
—Recuperarte —respondió.
No pude contener las lágrimas y salí corriendo a mi habitación. No estoy segura de su sinceridad; una parte de mí quiere creerle, pero la otra mantiene sus dudas. Hay algo en su mirada que no me convence, un detalle que no puedo descifrar.
Lo oigo golpear mi puerta con desesperación.
—¡Cariño! Perdóname. No quise hacerte daño, fui un idiota. No mereces esto, perdón —súplica, mientras mis lágrimas caen amargamente sobre mis mejillas.
—¡Necesito estar sola! —dije, intentando obtener algo de paz.
Finalmente, dejó de insistir y se fue.
Me metí a duchar para relajarme y asimilar la situación. Al salir, veo que no he desempacado las compras.
Decido empezar organizando el clóset y noto que todas mis cosas están allí, excepto las de Liam.
Comienzo a ordenar lo que he comprado y, siendo honesta, creo que me excedí. Pero sin duda, el cambio era necesario. Finalmente, al desocupar la última bolsa, encontré la ropa que él compró para mí. Una ola de nostalgia me invadió, recordando su contacto sensible en mi espalda.
No podía permitirme pensar en él. Me reprendí a mí misma. Suspiré profundamente, guardé la ropa en una caja, y la oculté en el armario lejos de mi alcance.
En cuanto terminé, me fui a la cama, quedando profundamente dormida.
Al amanecer, me levanté temprano, más calmada tras el huracán emocional con Liam. Al bajar las escaleras, un aroma celestial llenaba toda la casa, haciéndome agua la boca.
No se oía un alma, pero mi instinto me llevó a la cocina. Allí, solo una nota y un desayuno digno de un dios: panqueques, café y fruta alineada en una flor.
¡Sí que sabe lucirse! Tomé la nota, la abrí y empecé a leer.
«Asumo la culpa de todo el daño causado. Admito que fui un idiota. Solo te pido una oportunidad más para nuestro matrimonio.
Con amor, Liam».
Sé que sus palabras nacen del arrepentimiento, pero sus disculpas no sanan mi herida tan fácilmente como para perdonarlo.
«¿No puedo perdonarlo? ¿O, sí?», me cuestiono.
Entiendo que busca calmar su conciencia, algo que yo también querría en su situación.
Aunque el hambre rugía en mis entrañas, mi orgullo rugía más fuerte, llenándome además de culpabilidad.
Mi orgullo inició una lucha con mi conciencia, ¿quién ganó? Mi orgullo, sin duda. ¡Mi necio y testarudo orgullo!
Arrugué su nota, como se arrugó mi corazón aquel día, y la arrojé a la basura. Salí de casa directamente a un restaurante a desayunar antes de dirigirme a la oficina.
Al llegar, Jonathan, me saludó con una sonrisa y una carpeta en mano sobre el proyecto de una residencia.
Con entusiasmo, me comentó que había resuelto el inconveniente con el cliente y que solo faltaba visitarla para empezar las nuevas indicaciones.
Al entrar a mi oficina, me encontré con una pila ordenada de documentos, cortesía de Sara, siempre tan meticulosa.
Los papeles estaban organizados por colores, con los más importantes marcados en rojo. Revisé todo minuciosamente: algunos requerían firmas, y otros detallaban nuevos proyectos, como la remodelación de casas y restaurantes. También encontré la invitación para la inauguración del hotel que, según vi, sería en un mes.
Decidí salir de mi oficina para tomar el aire en el balcón del edificio. Al hacerlo, me topé con Jonathan y Sara. Estaban trabajando juntos, riendo de algo que desconocía, pero que claramente era muy divertido.
Era inevitable notar la risa contagiosa de Sara. Al verme, intentó ponerse seria, pero no pudo evitar sonreír. Jonathan, continúa riendo sin control, con las manos sobre su estómago, sin percatarse de que lo observó.
Sara, en un intento por disimular, le da un codazo “discreto” para que se comporte. En cuanto Jonathan me ve, su risa se apaga y trata de aclarar la garganta antes de hablar.
—Lo siento, señora Elizabeth, es que Sara es muy divertida, incluso vestida de monja —comenta, esbozando una ligera sonrisa mientras Sara lo pellizca. Aunque Sara cree que sus gestos son sutiles, Jonathan usualmente la delata.
Ambos son muy divertidos, y me agrada ver a Sara tan feliz. Debajo de su atuendo de monja y esos enormes lentes, sospecho que se esconde una mujer hermosa.
—No se preocupen, chicos. Jonathan, hoy irás conmigo. Salimos en 20 minutos.
— Sí, señora Elizabeth —dijo con seriedad.
Salimos de la oficina y al llegar al lugar todo era un caos. Crucé miradas con Jonatán y nos resignamos.
Fue una tarde agotadora. Llegué tarde a la oficina solo para recoger mis cosas antes de irme a casa.
Dos semanas después.
Las últimas dos semanas han sido de mucho trabajo y llegadas tardías a casa.
Me he enfocado en el trabajo para evitar a Liam. Apenas lo he visto, aunque me deja flores en la oficina y siempre me prepara el desayuno. A veces me llama para invitarme a comer, pero rechazo sus invitaciones.
Cuando nos cruzamos, intenta abrazarme y a veces lo permito por sentirme culpable por mi infidelidad no confesada.
Mi amiga Nicole dice que en los divorcios que ha visto, los hombres suelen ser crueles cuando se sienten traicionados.
A pesar de muchas infidelidades perdonadas por una mujer, si ella traiciona, el hombre puede ser implacable, dejándola sin recursos y denigrándola públicamente, incluso ante los hijos.
Eso es precisamente lo que deseo evitar. No quiero convertirme en una mujer más que dedica su vida a perdonar a alguien que no la valora. Pero, parece que todo conspira en mi contra.
Sacrifique muchas cosas por Liam, incluso a mí misma. Y temo a ser criticada y divorciada a la vez.
Nicole comúnmente dice: si haces las cosas bien, pasarás desapercibido; pero comete un pequeño error y serás el centro de críticas, porque la gente tiende a concentrarse en tus fallos y no en tus buenas acciones. Por eso prefiero llevar mi secreto a la tumba; temo ser cruelmente criticada y ser culpada hasta de mi divorcio.
Aunque pensándolo bien no estaría mal el sacrificio puesto que no sé si pueda soportar mi propia situación.
Es domingo y quedé con Nicole para que me acompañe a comprar un vestido para la inauguración.
Después iremos con Emily, puesto que está un poco deprimida. Al parecer, el “idiota” no sabe lo que quiere y le pidió tiempo para aclararse, ¡qué va! Solo juega con ella y ella no lo ve así.
Ella dice que siempre ha estado enamorada de él y que le es difícil dejarlo ahora que él le ha correspondido.
En verdad, no la entiendo y me da pena y coraje a la vez.
Al llegar a la tienda, una señorita nos muestra un montón de vestidos. Ya me dolía la cabeza de ver tantos. Nicole me dice que vaya a probarme algunos mientras ella elige. Le hago caso sin protestar y me voy a los probadores. Al ratito, llega con dos vestidos: uno n***o y otro verde esmeralda. Ambos son preciosos.
Me pruebo el n***o primero y me encanta; se ajusta perfectamente y tiene un corte precioso. Salgo del probador para que Nicole vea.
—¡Estás divina, Eli! Se te ve estupendo —dice con una sonrisa.
—Sí, me encanta —respondí.
—¡Por supuesto! Pero pruébate el otro —añadió mi amiga. No dudé en hacerlo, ya que también quería ver cómo lucía. Me fascinó aún más; tiene un pequeño escote en la espalda y una abertura en la pierna. Salgo para que Nicole me dé su aprobación, puesto que este será el elegido.
—Por esa expresión, creo que ya sabemos cuál compraremos, ¿verdad? —dijo arqueando una ceja y esbozando una sonrisa.
—¡Así es! —contesté. Salimos de la tienda con el vestido perfecto y nos dirigimos directamente a la casa de Emily.
Mientras subimos al piso de Emily, suena mi teléfono. Lo reviso y veo que es Liam. Nicole, que iba a mi lado, no pudo evitar darse cuenta de quién llamaba. La veo rodar los ojos y adelantarse, diciendo:
—No le muestres compasión —. Estoy segura de que Nicole sería feliz si le dijera que me divorciaré, y que ya estuve con alguien más y que esa persona me hizo sentir como nunca en una sola noche.
«Elizabeth, no te permito pensar en él».
—Sí —respondí con curiosidad.
—Hola, me gustaría invitarte a cenar —propone.
Siento que estoy siendo injusta, ya que no solo él traicionó este matrimonio. La voz de mi conciencia me impide rechazarlo, así que acepté su invitación.
—De acuerdo, estaré allí para la cena —acepté para aliviar la carga de mi conciencia.
—Muy bien, cariño, te veo más tarde —respondió más relajado.
Colgué y entré a la casa de Emily. Nicole ya husmeaba la cocina buscando qué cocinar. Sin embargo, no encontramos más que bolsas y cajas de comida en la basura.
—Parece que esto le ha afectado mucho —comentó Nicole.
—lo sé —asentí.
—Si conociera a ese idiota, juro que lo mataría —dijo Nicole, muy enojada. Ella es muy temperamental.
—Esta vez, te apoyo —asentí nuevamente.
—Voy a comprar algo para cocinar, vuelvo en un rato—. En cuanto se marchó, me dirigí a la recámara con Emily, quien, a pesar de ser ya pasado el mediodía, aún permanecía en la cama hecha un desastre. Sus ojos, hinchados de tanto llorar, reflejaban un dolor que no podía soportar ver.
Su tristeza me recordó lo deprimido que estuve hace unas semanas. Me recosté a su lado y la abracé con fuerza para consolarla.
—Soy una mala persona, Eli —murmuró entre sollozos.
—No, Emily, no digas eso, simplemente tu corazón eligió mal —respondí. Sus lágrimas brotaron de nuevo con una tristeza palpable. Nunca la había visto así.
¿Cómo podía el amor ser tan despiadado?
Permanecí a su lado, abrazándola hasta que el sueño finalmente la venció.
Al escuchar ruidos en la cocina, deduje que Nicole había regresado. Me levanté para ver si necesitaba ayuda.
—¿Y Emily?—preguntó.
—Se quedó dormida —contesté.
—Dejémosla dormir en lo que le preparamos la comida —sugirió.
Asentí y comenzamos a cocinar. Al terminar, nos sentamos en el sofá a esperar y ver televisión mientras Emily descansaba.
—Qué bueno que despertaste, ya está lista la comida —dijo Nicole, al ver a Emily salir de su habitación.
—Huele bien. ¿Puedo ducharme antes? —respondió.
—Sí, creo que lo necesitas —dije y solo me regaló una sonrisa tímida. Bueno, al menos logré sacarle una sonrisa.
Su aspecto era fresco después de la ducha, y comía con voracidad. Nuestra visita había sido oportuna; de no ser por nosotros, probablemente habría optado otra vez por comida rápida.
Pasé un rato agradable con ella y me alegra verla un poco más repuesta.
—Lo siento, chicas, pero tengo que irme —dije en cuanto sonó mi móvil.
—Eli, solo te recuerdo que él te engañó con tu asistente. No te ilusiones tan rápido nuevamente —dijo Nicole. Sus palabras fueron directas y algo malintencionadas, pero comprendí que su intención era protegerme de otra desilusión.
No fui la única afectada; Emily también cambió su expresión, comprensible dadas las circunstancias. Pero sé que no fue malintencionada. Es su manera de ser y, a veces, necesitamos escuchar la verdad, aunque duela.
—Descuida, solo es una cena. No es necesario ser tan cruel para que lo entienda —respondí.
—Perdón, me excedí un poco —. Se disculpa, reconociendo su error al notar el impacto de sus palabras.
—No te preocupes, no dijiste nada que no sea cierto. Sé que te preocupas por mí y te lo agradezco —dije, abrazándola.
—Solo te pido que pienses dos veces antes de tomar una decisión, ¿de acuerdo? —sugirió.
—Sí, lo pensaré no dos, sino las veces que sean necesarias —respondí, tranquilizándola.
Me despedí con un abrazo y me dirigí hacia mi coche. Justo cuando estaba por arrancar, vi a Janet salir del mismo edificio. Tenía la intención de saludarla, pero un claxon me distrajo y noté que estaba esperando a alguien. Imagino que era su novio porque su expresión cambió al verlo. Ella lucía radiante, con una gran sonrisa.
Observé mientras subía al coche. Yo también inicié mi marcha y, al pasar junto al vehículo en el que se había subido, aún la veía sonreír y desprenderse de un abrazo. Justo en el preciso momento en que el conductor se puso de frente, lo reconocí. Nos cruzamos de reojo y ambos quedamos pálidos al vernos.
Estaba en shock, como si el estómago se me hubiera desplomado. No podía pensar en nada más que en él. Miré el retrovisor y vi que estaba girando el coche en mi dirección. Sentí pánico y aceleré para evitar que me siguiera. Una vez que logré perderme entre las calles y con la mente más clara, me pregunté: ¿por qué querría seguirme? Estaba con Janet, su “novia”, y parecían tan felices.
¡Estoy alucinando! No debería sentirme así. Pero, ¿así cómo?
Realmente no sé ni cómo me siento, solo sé que tengo el estómago revuelto. Tal vez fue la impresión de verlo. Nunca pensé que lo vería de nuevo y, además, con Janet, quien imaginó que es su novia, a quien le dije que me considerara su amiga. Ni yo misma me lo creo.
Conduje a casa con la mente perdida. Al llegar a casa, veo que Liam ya está listo, esperándome…