Elizabeth
Estoy en mi habitación, preparándome para salir a cenar con Liam. Sin embargo, mi mente se siente dispersa y experimento una leve incomodidad cuyo origen desconozco.
Si pudiera, iría a su casa y le diría todas las palabras hirientes imaginables, pero sé que no puedo. Mi conciencia me acompaña en este razonamiento: ¿con qué derecho podría reclamarle algo a alguien que apenas conozco y cuyo nombre ni siquiera me importó saber? Peor aún, estoy a punto de salir con mi esposo, lo cual resulta increíblemente contradictorio. ¿Con qué cara veré a Janet después de haber estado con su novio, el futuro padre de su hijo?
«Acabo de conocerla, no es precisamente mi mejor amiga, y probablemente no la veré con frecuencia».
Hablar sola no parece ser de ayuda en este momento; es mejor que me concentre. Estoy casi lista; solo me faltan unos elegantes tacones.
Liam me espera al pie de las escaleras, luciendo impecable con su traje n***o que resalta su porte distinguido. Sus brazos fuertes y su nuevo corte de pelo denotan confianza; además, ahora luce una barba de candado que le sienta de maravilla. Su piel clara, casi de porcelana, y sus labios rosados, enmarcan perfectamente sus ojos verdes, semejantes al jade.
Esos ojos verdes, tan profundos como jades perdidas, han dejado de ser las estrellas que guiaban mis noches.
¿Por qué ya no brillan al mirarme? Reflexiono, sumida en un mar de pensamientos. ¿Será que ya no me ama? Pero si no me ama, ¿por qué lucha por salvar nuestro matrimonio?
Al llegar a su lado, extiende su mano hacia mí, la tomo, sintiendo el eco de nuestra historia.
Desciendo los últimos escalones y me encuentro frente a él, sus ojos fijos en los míos. Durante un breve instante, el tiempo parece detenerse, y pienso que besará mis labios. Pero su beso se posa en mi mejilla, acompañado de una sonrisa de lado tan suya, tan él.
—¿Lista, cariño? —pregunta, su voz, una caricia.
—Creo que sí —respondo, más a mí misma que a él.
Nos subimos a su coche y el silencio llena el espacio entre nosotros, interrumpido solo por la tenue música de fondo. Minutos después, llegamos al restaurante. Liam exhibe un comportamiento impecable: galante, bien presentable y extremadamente atractivo. Su manera de hacerme sentir especial debería ser suficiente para cualquier persona considerada. Sin embargo, si sus ojos ya no reflejan los mismos sentimientos, ¿qué valor tiene todo este esfuerzo?
Actúa con la misma cortesía que cuando éramos novios: abriendo puertas, estirando la silla.
La magia parece una obra de teatro bien ensayada, pero sin alma. Sus acciones son perfectas pero vacías.
Estaba absorta en mis pensamientos, tan distraída que no noté la presencia del camarero en nuestra mesa. Liam tuvo que llamarme por mi nombre para atraer mi atención.
—Lo siento, tomaré lo mismo —le dije al camarero, quien, tras tomar la orden, se retiró.
—¿Te encuentras bien, cariño? —cuestiona al notar mi distracción.
—Sí, perdona, es solo cansancio —respondí, intentando desviar su atención.
—Elizabet, solo quiero que todo vuelva a ser como antes —dijo, sin darse cuenta de que sin amor, nada puede ser igual.
—¿Por qué, Liam? ¿Por qué quieres que todo sea como antes? —inquirí, sintiendo un nudo en la garganta y una presión en el pecho ante el tema.
—Porque no quiero perderte, porque merecemos otra oportunidad para recuperar lo que teníamos —contestó, sin el convencimiento en su mirada.
—¿Y qué teníamos? —inquirí—. Desde que volví a casa siempre estabas ausente. Todo era prioritario, excepto yo. Y ahora entiendo el porqué.
—Lo siento —su silencio me carcome—. Me perdí cuando me dijeron que habíamos perdido al bebé y sentí volverme loco cuando el médico dijo no saber cuándo despertarías. Sé que nada justifica mi comportamiento.
El mesero interrumpió con los platos y comimos en silencio. La comida, sabía amarga por la conversación, a pesar de su exquisito aroma. Finalmente, decidí hablar.
—Cuando desperté, fue un golpe duro, me sentí destrozada, me llegué a culpar por tu comportamiento. Necesitaba a mi esposo. ¡Perdí a nuestro hijo! —exclamé.
—No quiero perderte —. Sus ojos gritaban su desesperación, pero mi corazón lloraba con sus palabras.
—¿No quieres perderme? Tú mismo me diste por perdida. ¡Te metiste con Ava mientras yo estaba en coma! —. Contuve las lágrimas, y las ganas de abofetearlo.
—¡Eso no significó nada, cariño! —. La desesperación teñía su voz.
—¡Apostaste todo lo que teníamos por ella y ahora dices que no significó nada! —. Mi voz se alzó sin que pudiera evitarlo. Las miradas curiosas en el restaurante nos rodearon, pero ya no podía contener mis emociones. Sabía que era momento de llevar esta discusión a otro lugar.
—Creo que es mejor continuar esto en casa —propuse con firmeza mientras me levantaba de la mesa y me dirigía a la salida. Oí cómo pedía la cuenta apresuradamente y sus pasos rápidos me siguieron hasta el exterior. Durante el trayecto de regreso, el silencio en el auto era ensordecedor.
Al llegar, solo deseaba refugiarme en mi habitación. Creía estar preparada para esta confrontación, pero el dolor aún pesaba. Liam significó tanto para mí; mis sueños de formar una familia ahora parecían desvanecerse en el aire. Subí las escaleras tan rápido como pude, pero no lo suficiente, ya que él me alcanzó.
—Cariño, por favor, escúchame —suplicó, la mezcla de urgencia y arrepentimiento reflejada en sus ojos—. Sé que te herí y en verdad lo lamento cada momento. Estoy arrepentido y dispuesto a hacer lo que sea necesario para recuperar tu confianza. Solo dame una oportunidad.
—¿Por qué, Liam? ¿Por qué quieres reconstruir lo que teníamos? —pregunté, encontrando su mirada y buscando la verdad—. Dame una buena razón que me haga intentarlo.
Con esperanza anhelaba escuchar la palabra amor. Pero su silencio, desgarró aún más las grietas de mi alma.
—Porque no quiero perderte. Deseo estar contigo, y porque quiero… —titubeó, quedándose sin palabras.
—¿Es porque deseas sentirte menos culpable? ¿Intentas arreglar lo nuestro como si fuera una compensación para mí? —Mis preguntas sonaban con fuerza más en mí que en él.
—No, no es eso —respondió con decisión, aunque sus ojos traicionaban su seguridad.
—Entonces, ¿qué es, Liam? Porque siento que el amor que me tenías se ha esfumado. Desde que desperté del coma, siento tus caricias frías apenas y me tocas, y hasta ahora no he escuchado un “te amo” de tus labios —reproche sintiendo cada momento quemando mi piel.
—¡Cariño, no es así! Estoy confundido, y lo único que tengo claro es que quiero estar contigo, sin importar lo que pase.
—¿Confundido? Dices que no significó nada y que estás confundido. ¿De qué se trata todo esto, Liam? —. Mi voz aumentó de volumen. La discusión se desbocaba: él gritaba, yo gritaba, y no encontrábamos una salida. De repente, me preguntó:
—¿Y tú, Elizabet, qué hay de ti? ¿Aún me amas? Porque yo también noto que tus ojos ya no me miran como antes, y eso me está volviendo loco —confesó con una angustia palpable.
Su pregunta despertó en mí dudas.
—Liam, yo te amaba. Pero, con esa decisión, rompiste lo que éramos. ¿Cómo esperas que te vea igual después de todo esto?
Hablé con calma mientras él se acercaba, dejándome sin escapatoria contra la pared. Su cercanía me permitió sentir su aliento. De repente, me besó. Intenté apartarlo, pero fue insistente. Decidí permitir el beso, buscando en mis emociones una chispa del pasado, pero él se alejó rápidamente.
—Lo siento. Prometí respetar tu espacio y pienso cumplirlo —. Sus ojos reflejaban una mezcla de arrepentimiento y dolor.
—Afirmas que no quieres perderme y, aun así, no puedes darme un beso sin luego lamentarlo —repliqué con calma, retirándome a mi habitación. La confusión me envolvía tanto como a él. También anhelaba volver a la normalidad, pero sabía que había algo más. Él oculta algo; desde aquel suceso, todo ha cambiado. Ese accidente no solo destrozó mi sueño de ser madre, sino también la relación con el hombre que creí que me amaría para siempre. Y, ahora, todo se siente diferente ahora.
EL ACCIDENTE
Elizabeth
Estoy embarazada de tres meses y mi vientre ya es visible. Todos están pendientes de mí: Liam, mis padres, mis amigas e incluso mis suegros. Estamos emocionados por la llegada del bebé. Después de enfrentar una amenaza de aborto, opté por dejar de trabajar y cuidar de mí misma en casa.
Actualmente, me encuentro mejor. Me estoy preparando para asistir a un evento significativo para mi padre, quien recibirá un premio por su destacado diseño arquitectónico.
Estaba por terminar de arreglarme cuando el hombre más atractivo que conozco entró en la habitación.
—¿Estás lista? El chofer ya nos espera —dijo él.
—Sí—respondí, poniéndome los aretes mientras observaba su mirada profunda y brillante.
—Te ves espectacular. Te amo, —aseguró. Rodeando mi cintura con sus enormes y maravillosas manos, posándolas sobre mi pequeño vientre, apoyo su rostro en mi cuello mientras nos reflejábamos en el espejo.
—Él es lo que yo siento por ti —respondí besando su mejilla, y él me regaló esa sonrisa de lado que tanto me fascina.
—No hagamos esperar a tus padres —sugirió. Y tenía razón.
Al llegar al evento, mis padres nos saludaron efusivamente y nos unimos a ellos en la mesa. Todo iba bien hasta que sentí una ligera punzada en el abdomen, algo que ya no había sentido hace días. Opté por restarle importancia. Por ello, decidí no informar a Liam ni a mis padres, con el fin de no interrumpir el momento.
Con el paso de las horas, el evento se acercaba a su fin. Mi padre había sido galardonado y su alegría era evidente, compartida tanto por mi madre como por mí. No obstante, estas molestias se tornaban inquietantes y comenzaban a generarme preocupación. A pesar de la conclusión del evento, aún quedaba un banquete destinado a establecer contactos y discutir nuevos proyectos.
Decidí acercarme a Liam para comunicarle que no me sentía bien.
—Cariño, ¿podemos retirarnos? —le comenté. Sin embargo, antes de que pudiera responderme, fuimos interrumpidos por mi padre y un antiguo colega, quienes se aproximaron para discutir un proyecto. Mi padre insistió en que Liam los acompañara, aunque al notar su vacilación, se dirigió a mí para asegurarse de que todo estuviera en orden.
—¿Te encuentras bien, querida? —inquirió mi padre.
—Sí, solo estoy algo fatigada. Quizás sea por el embarazo —respondí, con el propósito de no alarmarlo.
—Pienso que lo más prudente sería regresar a casa —sugirió mi padre.
—No, por favor, quédense, el chofer puede llevarme a casa —respondí, consciente de que esta es una oportunidad para nuevos proyectos.
—¿Estás segura de estar bien? —preguntó Liam, preocupado.
—Sí, solo estoy un poco cansada. No te preocupes, te llamaré en cuanto llegue a casa, ¿de acuerdo? —respondí para tranquilizarlo.
—¿Ocurre algo, te encuentras bien, cariño? —cuestiona mi madre, quien llegó en ese momento.
—Sí, solo estoy algo fatigada. El chofer me llevará a casa —aseguré.
Me despedí de mis padres, esforzándome para que no notaran mi malestar, incluido Liam. Una vez en el automóvil, le mencioné a Liam que prefería sentarme en el asiento del copiloto, ya que es más cómodo y podría reclinarlo. Él accedió sin dudar. Me abroché el cinturón de seguridad, asegurándome de estar cómoda.
—Llámame cuando llegues a casa. Te amo. Llegaré tan pronto terminé esto —prometió, dándome un beso, e inclinándose para besar a mi vientre.
—De acuerdo —respondí.
—Conduce con cuidado —le indicó al chofer.
El chofer conducía a casa cuando sentí una punzada fuerte en el abdomen, más intensa que antes, obligándome a moverme en el asiento.
—¿Se encuentra bien, señora? —preguntó el chofer, preocupado.
—Creo que el bebé está un poco inquieto —contesté, deseando llegar pronto a casa. Sin embargo, mi abdomen se endureció de repente y el dolor aumentó.
—Deberíamos llamar al señor Liam —sugirió el chofer, visiblemente inquieto.
—No, llamaré al doctor para que me examine en casa —respondí con confianza. Llamé al médico y le describí los síntomas. Me indicó que fuera directo a la clínica. La preocupación creció junto con el dolor. Tras colgar, le pedí al chofer que se dirigiera a la clínica y él accedió de inmediato. Intenté llamar a Liam para informarle, pero el dolor era cada vez más intenso, lo que me hizo soltar un leve gemido y el teléfono junto con él.
Un desgarrador gemido de agonía escapa de mis labios justo cuando el chofer me pregunta si estoy bien. Mi mano temblorosa apretó su brazo, y él, en un intento de tranquilizarme, perdió el control y la mirada del camino.
El claxon de un camión me hizo asimilar lo inimaginable: un segundo estamos surcando el asfalto, y al siguiente, colisionamos ferozmente contra un titánico camión.
El teléfono suena en un eco distante, perdido en algún rincón del coche. Un dolor lacerante emerge en mi abdomen, contrastando con los latidos ensordecedores de mi cabeza.
Siento un río tibio deslizarse por mi mejilla, descendiendo hasta envolver mi cuello. Al llevar una mano a mi cabeza, descubro con horror la humedad viscosa de la sangre. Mi visión se difumina, y el mundo a mi alrededor se descomponía en un remolino indistinto.
Mis dedos aterrizan suavemente en mi abdomen, descubriendo una tensión alarmante. Un escalofrío recorre mi espina dorsal al percatarme de la hemorragia. Al mirar al chofer, su rostro resplandecía caricias de sangre.
Las luces parpadeantes distorsionan mi percepción, hasta que el dulcero abrazo del desmayo me acuna primero que la ambulancia.
Las puertas del hospital se abren, y la sinfonía de zumbidos llena el vacío, mientras las luces del pasillo desfilan a toda velocidad sobre mí.
Lucho contra el peso de mis párpados que relentizan los segundos. Cada latido en mi cabeza se clava más profundo, al igual que las punzadas de dolor en mi abdomen y cadera.
Intento a toda costa mantener mis ojos abiertos, pero al final, el inevitable mar de letargo me envuelve y cierro los ojos.
MESES DESPUÉS.
Elizabeth
Despierto con un intenso dolor de cabeza en una habitación de hospital, sola y conectada a múltiples dispositivos médicos. Al recordar los recientes sucesos, llevo instintivamente mis manos al abdomen, pero ya no siento ni el latido ni la protuberancia que había allí. Una oleada de lágrimas brota al comprender que mi bebé ya no está conmigo, llenando mi pecho de un vacío indescriptible.
Mientras lloro, una enfermera entra. Mi primera duda es sobre el estado de mi bebé, a lo que ella responde de manera escueta que el doctor vendrá pronto a explicarlo todo y me pregunta si siento alguna molestia. Respondo que no, y poco después, el doctor entra en la habitación.
—Hola, Elizabet, ¿cómo te sientes? —pregunta con amabilidad.
—Estoy bien —respondo, aunque no del todo sincera.
El doctor indaga sobre posibles náuseas o dolor, a lo que también respondo negativamente. Tras un chequeo rutinario, me informa que pronto podré regresar a casa y que mi familia ha sido notificada de mi recuperación. Confundida, le pregunto:
—¿Qué me ha sucedido, doctor?
Tras darme el pésame continuo.
—Elizabeth, tu bebé no logró sobrevivir y tuvimos que realizarte un legrado. Hicimos todo lo posible, pero tu situación era complicada, dado que llegaste con una lesión traumática, la cual te llevó a un estado de coma.
—¿Por cuánto tiempo? —pregunté, asimilando la dolorosa noticia.
—Cuatro meses, lo cual es un alivio; hay quienes tardan aún más en despertar —respondió con una mezcla de compasión y profesionalismo.
Tras unos momentos, me llevaron a realizar varios estudios. Al finalizar, me trasladaron a una habitación más tranquila, menos cargada de máquinas. Me administraron algunos medicamentos y me informaron que mi familia había llegado. En pocos minutos, mis padres entraron, sus rostros marcados por el llanto. Al verlos, me uní a su desahogo emocional.
Luego de unos segundos, apareció Liam. Su expresión reflejaba el cansancio; ojeras marcaban su rostro, y sus hermosos ojos verdes, usualmente brillantes, ahora estaban apagados. Sentí mi corazón romperse al verlo tan abatido.
Mis padres abandonaron la habitación después de unos breves minutos, dejándome a solas con Liam. Él me miraba fijamente; pensé que, al quedar solos, se apresuraría a abrazarme, pero no lo hizo de inmediato. Se acercó poco a poco, mientras mis ojos se llenaban de lágrimas
—Lo siento tanto —logré articular, mientras él me rodeaba en un abrazo reconfortante.
Mis ojos lloraban, sabiendo que la pérdida de nuestro bebé había sido un tanto mi culpa.
—No llores, por favor. Lo importante es que estás despierta —dijo, secando mis lágrimas y abrazándome con ternura.
Quería compartir con él lo ocurrido, asumir mi responsabilidad. Estaba agitada; los nervios me consumían y el dolor en mi pecho crecía. La culpa me mantenía en constante angustia, mientras mi alma llora incesante.
—Fue un error no decirte que me sentía mal. Si te lo hubiera dicho, quizás nuestro bebé seguiría conmigo y nada de esto hubiera sucedido. Yo distraje al chofer, fue mi culpa, ¡lo siento! —Lágrimas brotan sin cesar, mientras Liam me consuela.
—Nada de esto es tu culpa. No llores más; lo enfrentaremos juntos, ¿te parece? —propuso.
—Sí, juntos —respondí, sintiendo un nudo en la garganta y un leve dolor de cabeza. Él secó mis lágrimas con suavidad y me dio un beso en la frente, brindándome consuelo. Aunque parece distante, me siento segura en sus brazos.
—Te amo —dije, mientras mi dolor de cabeza empeoraba. Estaba por añadir algo más, pero tuve que mencionar mi malestar. De inmediato, él contactó al médico. Poco después, el doctor llegó, revisó mi condición y recomendó evitar el estrés, dándome un analgésico y sugiriendo descanso.
—Tal como indicó el doctor, descansa, todo estará bien —me dijo serenamente, sentándose de nuevo a mi lado y dejando un tierno beso en mi frente. Su amor, aunque escaso, se sentía cálido al acariciar mi mejilla. Justo cuando se inclinaba para besarme, el sonido de la puerta nos interrumpió. Era Emily; su rostro palideció y sus ojos mostraron una emoción apenas contenida.
—Elizabet, me alegra que hayas despertado —expresó acercándose, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Al verla, Liam se levantó, mostrando un cambio en su expresión.
—Las dejaré solas para que hablen, tiene que descansar, así que solo tendrán un par de minutos —dijo Liam, dirigiéndose a la puerta. En ese momento, Nicole apareció, con rastros de lágrimas desdibujando su maquillaje. Al cruzar las miradas, corrió a abrazarme. Liam observaba, y al notar mi mirada decidida, evitó la suya.
—Será mejor que espere afuera —añadió, saliendo de la habitación.
Nicole y Emily estaban visiblemente emocionadas; especialmente Nicole, que no paraba de preguntar si necesitaba algo. Emily, en cambio, se mantenía más reservada y, conocedora de su ser, notaba que algo en ella había cambiado. Sé que suele actuar así cuando algo le preocupa.
Su visita fue corta, puesto que debo descansar. En cuanto se marcharon, Liam entró asegurándome que estaría a mi lado. Aunque sus palabras se las llevó el viento al abrir la ventana.
Días después, me dieron de alta. El médico recomendó reposo y evitar el estrés, así que me quedo en casa mientras Liam y mi padre se encargan de todo en la oficina. Liam trabaja muchas horas y, aunque soy consciente de su carga, apenas compartimos tiempo.
Me siento sola y, a menudo, la nostalgia de lo ocurrido me abruma. Lloro hasta el cansancio, sabiendo que estoy sola en casa. Este sentimiento de soledad aumenta mi deseo por su compañía, sus besos y sus caricias. No estoy segura de si su comportamiento es consecuencia de la pérdida de nuestro hijo o del estrés laboral.
Con el paso de las semanas, decido volver al trabajo, pero la proximidad no mejora la situación. Siento un dolor profundo y constante en el corazón que me consume. Estoy dolida con él, pues percibo que, incluso después de la tragedia que vivimos, su falta de atención es injusta. Este dolor es indescriptible.
LIAM
Asistí a un evento con mis suegros mientras Elizabeth, agotada por el embarazo, se tuvo que retirar temprano. Prometió llamarme al llegar a casa, pero no lo hizo, lo cual me preocupó.
Poco después, recibí una llamada de un extraño: Elizabeth había sufrido un accidente y estaba en el hospital. Al enterarme, la angustia y el miedo por ella y nuestro hijo me invadieron. Avise a mis suegros y nos apresuramos al hospital, donde nos informaron que estaba en cirugía. La espera fue interminable y aterradora.
Horas después, el médico nos comunicó que Elizabeth estaba estable tras sufrir una lesión, pero había entrado en coma, y lamentablemente, no pudieron salvar a nuestro bebé; fue necesario realizar un legrado.
Sin duda, la noticia fue devastadora en un momento esperado de alegría.
Los siguientes días pasé mis tardes en el hospital con Elizabeth. La angustia y el temor a que no despierte me llevaron a sumirme en el alcohol como un escape temporal. Aunque intento ser fuerte, la batalla interna es intensa. He visto a Nicole, Emily y mis suegros, quienes la visitan a diario.
Después de un par de semanas, el alcohol se convirtió en un consuelo para mi dolor.
Hoy debería ir a la oficina, pero he terminado en un bar. Mi chofer ahora también asume el papel de guardaespaldas, me cuida del descontrol, cuando detecta problemas, evitándome mayores complicaciones.
Me ayudo a salir del bar de donde estoy. Al querer ver a Elizabeth, se negó a llevarme por mi estado de ebriedad. decido que, si él no me lleva, partiré solo, porque no tengo otra opción, y al verme decidido, accedió a llevarme.
En el hospital, me impiden ver a mi esposa, y la situación se agrava con mi necedad. Emily, quien llega de visita al verme tambaleante, pregunta alarmada:
—Liam, ¿qué está pasando? —Nota mi estado deplorable. Le explico mi frustración al no poder ver a mi esposa.
—¡Tranquilízate! Será mejor que regreses a casa y vuelvas mañana —dice casi gritando. Entre ella y el chofer, logran convencerme y meterme de nuevo al auto. Antes de notarlo, ya estoy en casa.
el chofer intenta brindarme apoyo; sin embargo, prefiero hacerlo solo. Me acerco tambaleante a la puerta.
Al llegar, Emily intenta abrir, pero yo le arrebato las llaves, pidiéndole contundentemente que se vaya. Sorprendida, se marcha, aunque regresa antes de lo que yo pudiera anticipar al escuchar a mi cuerpo colapsar en el suelo.
A pesar de mi deseo de permanecer solo, mi condición física requería ayuda. Aunque mi orgullo se resistía, acepté el apoyo de Emily para subir las escaleras, apoyándome en su hombro.
Al llegar a la habitación, tropezamos accidentalmente con unos zapatos y caímos.
Borracho, me perdí en sus ojos azules como el cielo y, por un instante, olvidé todo. La embriaguez me venció y me soñé besando sus labios y acariciando sus mejillas llenas de pecas.
Al día siguiente, la resaca era intensa y el recuerdo del sueño me inquietaba. Intenté dirigirme al trabajo, pero el remordimiento alteró mis planes. En lugar de la oficina, opté por ir al hospital, pensando todo el camino en lo vivido y sintiendo alivio de que todo fue solo un sueño. Me cuestionaba cómo habría manejado la situación si hubiera sido real.