Connie Cuando le dije a Ángel que iría a ver a Nicolo, de inmediato mandó preparar la camioneta, pues vivíamos a las afueras de Nueva York. Cuando vamos en camino, aprieto un poco mis manos pensando qué le voy a decir, cómo lo voy a enfrentar. Ángel toma mi mano y yo lo miro un poco confundida, pues jamás había tenido ese pequeño gesto conmigo. —No tienes de qué preocuparte. Creo que, después de todo, es lo mejor. Habla con él, escúchalo y, si lo crees prudente, dile de tu bebé. Connie, no quiero juzgarte ni quiero que me lo tomes a mal, pero yo perdí mucho tiempo alejado de ti por un secreto que tu madre guardó. Por favor, piénsalo bien. Yo le sonrío, pero mis labios apenas son una fina línea. Suspiro y empiezo a ver el paisaje. Cuando cierro los ojos, la imagen que tengo de él es pre

