Capítulo 1: Mi nueva vida.
Narra Paul
—Eres un hombre guapo, Paul. ¿no crees que necesitas una compañera?
—No —respondí bruscamente.
—No sabes cuánto me molesta que me respondas así, te digo mil palabras y siempre responder con dos o tres, me haces sentir mal.
—Lo sé.
Leticia se levanta de su lugar y empieza a caminar por mi oficina.
—¿Tienes un trago aquí? Quiero un trago, creo que un vaso de alcohol es dulce comparado con el amargo corazón que tienes.
—No hay alcohol en esta oficina, pero al frente de este edificio hay un bar, si quieres ve.
Ella patalea y se cruza de brazos.
—¿Por qué me tratas así? Vengo desde Dubái solo para visitarte y mira como me recibes.
La miré y no le dije nada.
—¿Por qué quieres seguir soltero? ¿eh? ¿no te gustan los compromisos es eso?
Puse mi vista en mi ordenador y la ignoré.
—Dios, eres tan terco. Deberías pensar por un momento que los años van a pasar y te quedarás completamente solo.
—No me importa quedar solo, Leticia. Si yo no me preocupo por eso, tú tampoco deberías preocuparte.
—¡Claro que me preocupo! —responde corriendo hacia mí para acercarse, pero sabe que no puede hacerlo, ya tuve que ponerle un límite—. Te estimo, Paul. Te quiero y me preocupo por ti y por tu bella hija, Anita.
—Aitana, su nombre es Aitana.
—¡Sí, eso! Aitana es tan dulce que… Dios, de solo pensar que esa pequeña no tiene la figura de una madre, el corazón se me agita.
Ella desbrocha el primer botón de su camisa para tocar su pecho.
—Deberías sentir como está mi corazón de triste por ustedes.
Negué con mi cabeza y solté un suspiro.
—Leticia, deberías retirarte. Estoy algo ocupado para estar perdiendo mi tiempo con tus cosas.
—Paul, por todos los ángeles en el cielo, mira que ya tienes arrogas a los lados de tus ojos. El tiempo se irá muy rápido. Cuando seas un anciano, no tendrás a nadie que cuide de ti. Yo estoy dispuesta a ser la madre de Anita si es lo que hace falta.
—Aitana, Leticia. Mi hija se llama Aitana.
Me puse de pie y caminé hacia la mujer que no paraba de hablar.
—¿Por qué no entiendes que de verdad te quiero? Me gustas mucho, Paul. Quiero que esto funcione, solo debes darme una oportunidad, solo una. Soy bonita, mi padre tiene dinero, tengo muchos seguidores, trabajo como modelo para grandes marcas.
Tomé a Leticia de los hombros y esta se sonroja rápidamente.
—Paul —susurra mirando el agarre mientras muerde sus labios—. Vaya que fuerte eres.
—Leticia, antes no quería decirte esto, pero…
Ella sonríe y asiente.
—¿Qué?
—Que tengo una reunión importante y me estás retrasando. Te llevaré a la salida y por favor, dile a tu padre que, si quiere enviarme algo, lo haga con su asistente o secretaria, porque siempre que envía algo contigo, debo lidiar con lo mismo.
La llevé hasta la salida y al ponerla fuera, cerré la puerta de mi oficina.
—Paul, no seas así. Siempre haces lo mismo.
Negué con mi cabeza y rodé mis ojos, es una mujer irritante, demasiado irritante.
Volví a mi escritorio y empecé a preparar todo para la junta que tenía en pocos minutos.
—Señor, todo está listo —dice Victoria, mi asistente.
—Sí, iré de inmediato.
Tomé lo que necesitaba y fui directo al elevador, la joven a mi lado me contaba un poco sobre los temas a tratar; últimamente lidio con tanto que necesito una introducción.
—Dijo que revisarían las estadísticas y los últimos informes, ¿ya lo recuerda?
—Oh, sí, ya lo recordé.
El elevador seguía subiendo y veía que Victoria estaba un poco inquieta.
—¿Todo bien?
—Sí, señor Longworth.
—No parece, ¿Qué sucede?
—Es que… bueno, quería saber si puede darme una hora, mi madre fue llevada a urgencias y quiero ver como está. No tardaré, iré muy rápido y volveré.
—Sí, claro que sí, no te preocupes, tómate todo el tiempo que necesites.
—¿De verdad señor?
—Claro, ve a ver cómo está tu madre, si quiere toma el tiempo que queda para que puedas resolver lo que necesites.
—¡Oh, muchas gracias! ¡muchas gracias, señor!
No puedo dejar de ver a mi antiguo asistente en cada persona que ahora contrato, por lo que intento ser más generoso. Es una manera de reivindicarme.
Bien, estaré gran parte del día sin mi asistente, creo que lo puedo resolver.
Estuve en mi junta por unas dos horas, el tiempo se fue demasiado rápido. Al final atendí un par de llamadas y por ultimo un cliente, no sabía que tenía cita con él, pero ya estaba aquí, así que lo recibí.
Cuando termino todo por hoy y tomo mi maletín para guardar mi laptop y un par de archivos que revisaré en casa, me doy cuenta de algo.
—Ay no —solté al ver la invitación que enviaron de la escuela de mi hija de su recital—. ¿Cómo pude olvidarlo?
Le dije que esta vez si la acompañaría, pero no sé cómo lo olvidé. Me di cuenta demasiado tarde, ya no hay nada que hacer.
Bajé a la planta principal, el auto ya me esperaba.
Llevo varios años viviendo en Londres y siento que aún no me acostumbro, Madrid marcó tanto mi corazón que dolió el tener que tomar la decisión de irme.
—¿A casa señor Longworth?
—Sí, a casa.
Miraba por la ventanilla el paisaje y hay días en los que siento nostalgia, pero luego recuerdo a mi hija y sé que esto fue lo mejor, para ella y también para mí.
—Señor Díaz, ¿llevó a Aitana a su recital?
—Sí señor, la llevé. Por cierto, quedé a la espera de su llamada para venir a recogerlo, ella me dijo que usted iría, pero nunca me dieron aviso.
Solté un suspiro de decepción y deslicé mi mano por mi barba.
—No, es que, tuve contratiempos. ¿Sabe si su tutora estuvo con ella?
—No señor, la tutora de Ballet no estuvo hoy con la señorita Aitana.
Mi hija estuvo sola en el recital.
—Mierd* —susurré sintiéndome fatal.
Al llegar a casa pregunté por mi hija.
—¿Dónde está Aitana?
—Oh, señor Longworth. La señorita ya está en su habitación.
Asentí y subí las escaleras a toda prisa, caminé a pasos largos hacia su habitación y toqué la puerta.
—Cariño —dije en voz baja abriendo la puerta y empujando lentamente.
Ella no responde, ya estaba acostada en su cama debajo de su cobija.
—Sé que no estás dormida, te conozco y cuando duermes, siempre abres tu boca.
Ella abre los ojos y frunce su ceño.
—Sé que estás molestas, lo sé. Lo siento, no pude llegar. Estaba en una junta importante y cuando me di cuenta, era demasiado tarde.
—Lo olvidaste, ¿verdad?
—No, claro que no. Hasta tengo la invitación en mi maletín. Iba a ir, de verdad. Pero prometo que iré al próximo ¿sí?
—Lo mismo dijiste al ultima vez, y la anterior, y la anterior a esa.
Sus ojos se cristalizan y mi corazón se rompe.
—Mi amor, el trabajo de papá es complejo. Creí que lo entendías, ya lo hemos hablado.
—Sí, lo entiendo.
Aitana es una niña muy madura para su edad, siempre he sido muy claro con ella, le he hablado las cosas en el término que son.
—Bueno, papá tiene responsabilidades que debe cumplir, así como tú. Tú tienes que cumplir con las obligaciones de la escuela y tus clases extracurriculares. Cuando sean una adulta y seas tú quien maneje la compañía de papá, vas a entenderlo.
Ella no dice nada y asiente.
—Bien, sabía que lo entenderías.
Dejé un beso en su frente y acomodé su cobija.
Mi hija es mi mejor proyecto, me estoy enfocando en ella, en su futuro. Quiero que sea una mujer exitosa, que sea fuerte, que esté preparada. Me estoy comprometiendo tanto que siento que ella un día lo agradecerá.
Fui al comedor para cenar y mientras cenaba, revisaba los archivos de los asuntos pendientes que aún tenía. Mi plato estaba rodeado de papeles por todos lados.
—Que es esa manera de comer, Paul —escucho de repente.
—Mierd*, que susto —solté lleno de nervios—. Mamá, que sorpresa, no sabía que vendrías.
—La ama de llaves sí, pero le dije que no te dijera, justo quería esto, sorprenderte.
Mi madre mira la pila de papeles sobre la mesa y sé que esto no le agrada, pero se reserva el comentario.
—¿Dónde está mi bella bailarina? ¿Qué tal les fue en el recital?
—Bueno, yo…
—Carajo, no me digas. Paul Longworth, no me digas que tú… Oh, pobre niña. Ayer cuando hablé con ella estaba emocionada porque su padre iría a verla a su recital, pero tú…
—Ya hablé con ella, es que tuve un contratiempo, lo olvidé. No tuve a mi asistente por la tarde y bueno, me di cuenta al rato. Pero no pasa nada, ella lo entiende.
—¿Entender? ¿pero qué carajos va a entender? Solo tiene seis años, Paul. Que niño normal de seis va a comprender eso. Lo único que quería era que fueras a su recital y le rompiste el corazón.
—Ese es el detalle, Aitana no es una niña normal de seis años, ella muy madura. Su capacidad de compresión es diferente.
Para ese punto, ni yo sabía lo que decía.