Yo al amor lo busco porque me da como pena dejarlo perdido demasiado tiempo. Alice tiene una frase cuando se le caen más de dos veces las cosas: dice que es porque su futuro marido (el tipo al que no conoce, de quien no sabe nada) está con otra chica portándose mal, y que en el futuro ese que compartirán le va a dar un pellizco. Creo que los lleva apuntados. A mí me da risa, pero mi realidad es que yo no quiero conocer a nadie en un futuro lejano; yo lo quiero a alguien ahora, en este momento.
Y por eso me han pasado cosas, ya saben… de errores… ya sabrán de todos, y todavía espero que cosas vengan.
Teodore es un tipo guapo: es alto, de cabello sedoso, sonrisa dulce y con hoyuelos. Tiene esa mirada pícara, es precioso, muy alto, muy inglés, ¿saben?, con ese toque educado y correcto. Y cuando lo conocés íntimamente, destaca ese humor n***o y esa persona dulce y empática. El tipo es… ¡encantador! De mundo, los mejores colegios, muchas comodidades y exclusividad; privilegios que le permitían entender mi estilo de vida.
Es un tipo encantador. Nos reunimos un par de veces: una para almorzar y se había mostrado atento y respetuoso de mis deseos; la siguiente para tomar un té mientras dábamos un paseo por el jardín del palacio. Y pese a todo lo que tiene Teodore y todo lo que conoce, la sencillez era parte de su rutina, de su felicidad.
—¿Tú preparaste la merienda? —me pregunta.
—Sí, de verdad.
—¿Tú cocinaste para mí?
—Sí, eres mi invitado.
—Me encanta —responde y me besa los nudillos de los dedos.
—No sé hacer más cosas, eso es un pastel de vainilla sencillo, las galletitas de mantequilla y un sándwich… no celebres tanto.
—Lo has hecho tú, Leonor, con tus manos. Me encanta. Y está muy sabroso, gracias —dice, y parece genuino mientras me mira a los ojos.
Yo sonrío y me acerco un poco más ansiando que me bese. Él sonríe, me acomoda el pelo detrás de la oreja, me da un beso corto en la mejilla y me ofrece un poco más de pastel. Parlotea sorprendido con la textura del pastel y yo asiento; la verdad, yo no cociné, pero estaba en la habitación e hice preguntas mientras la chef me lo preparaba, todo para convencer a un hombre. La mujer rió cuando me vio imitar sus movimientos y le expliqué que así mismo le diría que envolví los ingredientes de la comida.
Gracias a Dios abandonamos el tema de la cocción y me contó sobre su próximo viaje.
No sé cuándo pasó, pero me empecé a poner triste, nerviosa cada que se iba; ansiaba solo que viniera, que enviara un mensaje. No me importaba que hubiese una diferencia de horas, solo quería saber de él todo el tiempo, y parecía que él de mí.
Teodore me llamó para contarme de su día mientras se alistaba para dormir; me contó que tenía mucho trabajo y que tal vez ocuparía demorarse más en su país, y que deseaba que yo fuese a verlo. No voy a decir que al día siguiente estaba en un avión porque una tiene su propia agenda y responsabilidades, pero cuando finalicé con lo más urgente le avisé que me iba a verlo.
Podía estar en Londres tres días si me reunía con una fundación medioambientalista y una comitiva policial sobre seguridad y protección ciudadana. Yo hice caso, fui, escuché cómo los países desarrollados planean abordar el calentamiento global eliminando el desodorante en spray, cuando se la pasan viajando de un lugar a otro en jet privado, auto privado, todo privado… pero bueno, ¿quién soy yo para contradecirlos?
Lo de seguridad me encantó, la verdad. Siento que cualquier mandatario bueno, ya sea porque tiene cabeza o porque tiene corazón, quiere que la gente se sienta tranquila en su lugar. Escuché sus estrategias, pero a mí me parece que la violencia se debe tratar radicalmente, de raíz, ¿saben? La arrancás y luego quemás el suelo por si acaso.
Volviendo a mi chico —mi amigo, mejor dicho—, él me comentó que tenía unos planes para nuestros días: uno de negocios, él acompañaría y caminaríamos juntos a los clientes; otro un poco más familiar, una reunión con sus amigos, sus primos y sus hermanos; y por último una “salida a solas”. Que Teodore lo llamara como lo llamara, tendríamos una cita.
Leonor:
Estoy conociendo a alguien, me gusta, pero como que quiere… como que no.
Alice:
Te he visto en r************* y en programas del corazón; se ven muy monos juntos, pero en tu condición me fijaría bien en su pasado.
Me entró la espinita de la angustia y le pregunté a Prashant qué información tenía de Teodore. Me leí una carpeta de treinta páginas, de arriba a abajo, con cada acierto de su vida y cada desacierto. Bueno, la lista de novias era larga, la lista de indiscreciones amorosas también. Se le vincula con una tal Marie, con quien ha roto y regresado mil veces; además, parece que los dos se han sido infieles, una de esas relaciones tóxicas.
Leo cosas de su vida, como que su padre es un adicto al trabajo mientras su madre es adicta al vodka, lo cual puede ser triste y solitario para un niño. Tiene dos hermanos: uno es fotógrafo, el otro está viviendo en África; sus hermanos de verdad son lo de menos. Es que leer sus desastres me ha dejado como sin energía. A veces, aunque te arranques la tirita de los ojos, el dolor es tan intenso como si alguien más lo hubiese hecho.
Le acompañé a la cita igual. Iba muy arreglada, con mis buenos tacones, mi vestidito ceñido al cuerpo, maquillada divina… pero no me podía sentir así, wow, porque mi cabeza tenía tantas dudas.
—¿Quieres que te recomiende algo de comer o quieres elegir tú misma?
—Quiero saber de tu vida adulta, porque de bebé eras adorable y te comías los cigarrillos de chocolate, pero necesito saber por qué te abrieron una causa disciplinaria en la universidad. ¿Vendes drogas? ¿Las consumís? ¿Terminaste con tu ex o, cuando acabes conmigo, vas de nuevo con ella? Contame, que me has puesto algo nerviosa, en realidad disgustada.
El chico cambia de color, no sé si por haber sido atrapado en su red de mentiras o simplemente porque he sido demasiado sincera en cuestión de segundos. A mí el enojo me cuesta disimularlo; no soy hipócrita y no voy a comenzar a serlo por un hombre.
El mesero se acerca y él niega con la cabeza; le pide educadamente unos minutos más. Y me pregunta si podemos hablar en un lugar más privado. Nuestra mesa está lo suficientemente apartada de las demás, así que me niego y tomo mi bolsa.
Él responde desesperadamente:
—Leonor, he cometido errores en el pasado. He manejado de manera inmadura y egoísta mi relación con Marie. Llevo un año en terapia y creo que esta vez ha sido la definitiva. Llevamos más de ocho meses sin estar siquiera en el mismo lugar. Ella está haciendo su vida y yo la mía.
Creo que eso es lo que más podría afectar nuestra relación y, por lo demás, tomá asiento, cenemos y luego hablamos. No me gustaría que otro error me lleve a la cárcel.
Es el tono calmado, la mirada caída y los hombros un poco bajos los que me indican que debo quedarme. Teodore suele ser juguetón, seguro de sí mismo, y sé que no solo lo he atrapado, sino que he tocado una fibra sensible. Así que dejo mi bolso donde estaba y mi equipo vuelve a acomodarse en sus posiciones de vigilancia.