Capítulo 13

1441 Palabras
Cuando salí del aula, el pasillo todavía olía a marcador y papel húmedo. La gente salía rápido, riendo, empujándose, hablando de la práctica de básquet o de las tareas que nadie quería hacer. Yo solo quería llegar a casa, meterme bajo las cobijas y no pensar más. Había pasado todo el día con la imagen de Jared y esa chica rubia grabada en la cabeza, una escena que se repetía como un eco molesto cada vez que cerraba los ojos. Mientras guardaba mis libros en la mochila, el teléfono vibró. > JARED: Estoy afuera. Te estoy esperando. Lo leí dos veces, sin entender. ¿Afuera? Asomé la cabeza hacia la ventana del pasillo, y ahí estaba. Apoyado en su auto, con esa postura relajada que parecía calculada, el cabello despeinado como si el viento lo peinara a propósito. Tenía las manos en los bolsillos y miraba hacia la entrada, como si supiera exactamente cuándo saldría. Mi corazón se aceleró, pero apreté los labios. No iba a salir corriendo. No después de lo que vi. No después de que no apareciera en la cafetería, ni respondiera un solo mensaje. Me quedé unos minutos más dentro, fingiendo ordenar mis cosas. Luego, con paso lento, salí. Él me vio enseguida y sonrió. Esa sonrisa. Siempre parecía desarmarme, pero esta vez no lo consiguió. —Hola —dijo, acercándose unos pasos—. Pensé que ya te habías ido. —Iba a hacerlo. —Intenté sonar tranquila, aunque sentía la garganta cerrarse. —¿Tienes un minuto? Pensé que podríamos ir por un helado, o no sé… dar una vuelta. Negué con la cabeza. —No, hoy no puedo. Jared arqueó una ceja, como si mi respuesta fuera algo exótico. —¿Estás enojada conmigo? —No —respondí demasiado rápido, y lo supe por su sonrisa ladeada. —Parece que sí —insistió. Dio un paso más cerca, y sentí el calor de su cuerpo, el olor a colonia y algo a menta. —¿Es por lo de hoy? —No sé, Jared —dije bajito—. No apareciste, no contestaste. Pero te vi, estabas con tus nuevos amigos, así que… no pasa nada. —Ah, eso. —Se rió apenas, con un tono que no supe si era nervioso o condescendiente—. Elisa, te dije que íbamos a pasar desapercibidos, ¿recuerdas? Es mejor así, créeme. —Pasar desapercibidos no significa ignorarme. —La voz me tembló un poco, pero lo dije. Él suspiró y bajó la mirada por un segundo. —No lo hice a propósito. No vi tus mensajes, lo juro. El entrenador me tuvo ocupado, y Charlotte… bueno, me pidió ayuda con unas cosas del equipo. Ese nombre. Charlotte. Lo dijo tan casual, tan natural, que dolió más. —Claro —murmuré, intentando que no se notara el nudo en el pecho. Jared se inclinó un poco hacia mí, como si intentara romper el hielo con su cercanía. —Vamos, no te pongas así. Dime cuál es mi parte del trabajo y la empiezo hoy mismo, ¿sí? No quiero que Herbert se fastidie contigo por mi culpa. —No es eso. —Lo miré a los ojos—. Solo pensé que tal vez te sentirías más cómodo con tus nuevos amigos. Él se quedó quieto unos segundos. Su expresión cambió, como si no entendiera si era una broma o un reproche. —¿De verdad crees que prefiero estar con ellos que contigo? —preguntó al fin. No respondí. Empecé a caminar hacia la salida. Detrás de mí, oí el sonido de sus pasos apresurarse. —Elisa, espera. No lo hice. Crucé la reja principal y seguí caminando hacia la calle. El sol comenzaba a bajar, tiñendo todo de un dorado suave. Pensé que si seguía caminando lo suficiente, el aire me borraría el enojo. Entonces, el sonido del motor me alcanzó. Jared se detuvo junto a la acera, bajó la ventanilla y me miró desde el asiento del conductor. —Sube —dijo, serio. —Voy bien así. —No quiero hablarte gritando desde un coche. Sube, por favor. El “por favor” me desarmó. Dudé, miré alrededor —había alumnos saliendo, algunas risas lejanas— y al final abrí la puerta y me senté. El silencio fue espeso. Solo el ruido del motor y mi respiración. —No quería que te sintieras mal —dijo por fin, sin mirarme—. Es solo que… tú no sabes cómo son aquí las cosas. Si la gente empieza a hablar, si piensan que estoy saliendo contigo, se vuelve un circo. —¿Y eso te parece tan terrible? —pregunté. —No —contestó rápido—. Solo quiero protegerte. Me quedé callada. Miraba por la ventana, las calles pasando como sombras. —Mira —siguió—, si quieres, mañana mismo voy y les digo a todos que eres mi novia. Sin rodeos. Pero pensé que tú querías evitar eso. —Yo solo quería que aparecieras, Jared. Que no me dejaras esperando. Giró hacia mí con una media sonrisa. —Entonces eso era. Eres una pequeña celosa. —No lo soy. —Claro que sí. Y te ves linda cuando te molestas. —Soltó una risa suave, esa risa que parecía llenar el espacio. —No hay nada con Charlotte. Ella no me interesa. Te lo dije, esa clase de chicas ya no me interesa. No supe si creerle. Pero cuando su mano buscó la mía, cuando sus dedos se enredaron entre los míos, toda la confusión se convirtió en calor. —Solo tengo ojos para ti —dijo en voz baja. Me quedé mirándolo, sintiendo cómo las palabras se deslizaban por dentro, como si hubieran sido diseñadas para mí. La rabia, la duda, todo se mezcló con esa sensación absurda de alivio. —No me digas eso —susurré. —¿Por qué no? Es verdad. El auto se detuvo en una esquina donde el viento movía las hojas de los árboles. Jared me miró con una expresión seria, casi vulnerable. —A veces pienso que eres demasiado buena para este lugar. No supe qué responder. —Ven —dijo después, con voz más suave—. Vamos por ese helado, y luego te llevo a casa. ¿Sí? Lo miré. Parte de mí quería decir que no, mantenerme firme, seguir molesta. Pero otra parte, la que latía con fuerza en el pecho, solo quería un poco más de ese momento. —Está bien —dije al fin. Él sonrió y arrancó el coche. La música empezó a sonar bajito, una melodía que no reconocí, y por un instante todo pareció calmarse. Mientras avanzábamos por la avenida, lo observé de reojo. La manera en que manejaba, la concentración en su mirada, cómo de vez en cuando se humedecía los labios antes de hablar. Había algo en él que me atraía y me asustaba a la vez, una mezcla peligrosa que no sabía nombrar. Nos detuvimos en una pequeña heladería. Jared pidió vainilla, yo fresa. Se sentó frente a mí, apoyando el codo en la mesa. —Entonces, ¿seguimos en el equipo o ya me expulsaste? —bromeó. —Depende. ¿Vas a trabajar esta vez? —Prometo hacerlo. —Le guiñó un ojo. Hablamos un rato más, de cosas simples. De pronto, todo se sintió como si nada malo hubiera pasado. Yo reía, él me observaba con esa mirada que parecía entenderlo todo. Y, sin embargo, en el fondo de mi pecho, algo pequeño y silencioso seguía allí: la imagen de él caminando junto a Charlotte, su risa, su postura. La duda. Cuando me dejó frente a mi casa, bajé del auto con el helado derretido en la mano. —Entonces, ¿ya estamos bien? —preguntó. —Sí —mentí. —Perfecto. —Se inclinó un poco hacia mí, lo suficiente para que su voz se sintiera cerca—. Y recuerda, si mañana quieres que todos sepan que eres mía, solo dímelo. El corazón me dio un salto extraño. —No hace falta —dije, apenas audible. Él sonrió, satisfecho, y me guiñó el ojo antes de arrancar. Lo vi alejarse, las luces del auto reflejándose en los charcos del pavimento. Caminé hacia la puerta con una sensación extraña en el pecho: una mezcla de alivio, ternura y un miedo que no sabía explicar. Porque una parte de mí quería creer cada palabra suya, pero otra —la que aún temblaba al recordar la sonrisa de Charlotte— sabía que algo no terminaba de encajar. Y esa parte, por más pequeña que fuera, no iba a dejarme en paz.
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