CAPÍTULO 12

1259 Palabras
—¿No podemos usar un poco más el nepotismo? —preguntó Estrella, tan cansada de llorar que su estado anímico parecía el de un muerto—, digamos que ya las había adoptado y por eso ahora son mías. —No, eso no se puede —declaró Kenya, suspirando sonoramente—, es demasiado papeleo que ya no alcanza a entrar, no puedes acelerar un proceso de adopción que ni siquiera está activo. Dijiste que nos fuéramos con calma cuando te sugerí empezar con todo este largo y desastroso proceso. —Estaba fingiendo que no me había enamorado de ellas —declaró Estrella, sintiendo cómo el hueco en su corazón crecía un poco más—… Agh, es que ni siquiera imaginé que algo las podría alejar de mí… ya las sentía seguras, por eso me dormí. —Pues a ver si la corriente no te lleva a la boca del tiburón, amiga —soltó la trabajadora social y Estrella negó con la cabeza. Ella era demasiado racional como para morir por perder a alguien, aun si lo amaba con toda su vida —A donde me llevó es al atolladero, amiga —respondió la rubia—, desde ahí me va a tocar ver cómo él se las lleva, y sabrá el cielo si podré sacar a mi corazón del lodo una vez que vuelva a ser simplemente soltera, y ya no madre. —Bueno —continuó la charla Kenya una vez que ambas suspiraron—, aún falta que él demuestre que es una buena persona y que las niñas estarán bien a su lado, si eso no pasa, podríamos continuar con el proceso de adopción; aunque que sea su pariente ya le da mucha ventaja. Estrella suspiró de nuevo, esa ventaja le dolía en el corazón, y lo peor era que ese hombre no parecía ser una mala persona, así que, en realidad, no veía demasiadas esperanzas para ella como madre legal de ese par. Las amigas no dijeron más pues, en realidad, no había más qué decir, ambas tenían más o menos claro lo que seguía, así que simplemente se abrazaron sin sonreír y Estrella se despidió diciendo que se esforzaría para no llorar frente a ellas. Y lo hizo, frente a Beka y Beta Estrella siempre solo sonrió, a pesar de pasar las noches echa un mar de lágrimas mientras intentaba leer artículos en internet sobre la resolución de casos similares al suyo y donde, desafortunadamente, la parte que le identificaba no había ganado jamás. Y es que, cuando se trataba de la custodia de un niño, la familia siempre parecía ser la mejor opción y, aun cuando el tal Benjamín Anguiano no resultara ser la persona apropiada para cuidarlas, los padres de ese hombre seguían en la lista de parientes elegibles para cuidar de sus amadas bebés; y todo se complicaría si es que llegaba a aparecer alguien de la familia materna de ese par. Por donde lo viera, ella ni siquiera resultaría aplicable en un proceso normal, y ellas ya no era un par de niñas huérfanas, eran su par de niñas que no eran de ella, pero que amaba y amaría para siempre con todo su corazón. —Si no eran para mí, no debiste ponerlas en mi camino —resopló la rubia sintiendo su corazón estremecerse y sus lágrimas rodar—. ¿Qué se supone que pago con esto? ¿Qué demonios te debo? Estrella ni siquiera sabía a quién le hablaba, si a un Dios en que rara vez pensaba o en al destino al que le creía mucho menos que a una religión llena de personas que en las iglesias se daban golpes de pecho y en la calle no hacían el bien que profesaban de palabras; por el contrario, muchas veces hacían demasiado mal. Y no, no es que no creyera que existiera un Dios, lo creía, le agradecía y, de vez en cuando, le pedía, pero casi nunca esperando que le diera algo; Estrella Miller estaba tan acostumbrada a obtener todo con su propio esfuerzo que ni a sus padres les pedía demasiado, menos le pediría a ese ser que tenía demasiado donde mirar como para estarla viendo a ella, que tenía demasiadas solicitudes por cumplir como para conceder las de ella. Sin embargo, si ella no podía hacer realidad lo que quería, tal vez, solo tal vez, era momento de confiarle a quien todo lo podía que le diera una manita, y lo hizo, aunque sin demasiadas esperanzas; por eso, tras juntar sus manos en su pecho y pedirle al cielo y al universo ayuda, las colocó en su pecho mientras lloraba un poco más, luego de eso se quedó completamente dormida. A la mañana siguiente, aun con el corazón destrozado, le tocó enfrentarse a la única persona que le gustaría no tener que ver jamás: el tío biológico de sus hijas del corazón. —No sabía que teníamos una reunión programada —declaró Estrella, molesta, caminando hasta su escritorio y abriendo un cajón para dejar su bolso sin mirar al hombre sentado en uno de sus sofás—. ¿Quién te dejó entrar aquí? —Aquí, específicamente, nadie —respondió Benjamín—, yo simplemente entré al edificio, como todos los días, y decidí esperarte aquí para que hablemos. ¿Y Becky y Betty? —Beca y Beta están en la guardería —informó Estrella, terminando de encender su computadora—, no puedo tenerlas en la oficina todo el día, y la guardería es buena para su intelecto y sociabilización. Tras decir lo que dijo, Estrella sintió horror de sí misma; es decir, ni siquiera tenía la necesidad de explicar a sus padres por qué hacía lo que hacía, entonces, ¿de dónde nacía la imperiosa necesidad de justificar sus actos frente a ese hombre? Pero, en cuanto el otro abrió la boca, supo que su intuición había actuado por ella en esa ocasión y su actuar había sido con toda la intensión de defenderse de un ataque seguro que, aunque debió esperar, le tomó por sorpresa y la descolocó demasiado. —Si no puedes cuidarlas todo el día, tal vez no deberías tenerlas —soltó el hombre casi de burlona manera, enfureciendo a una chica que lo detestaba ya demasiado como para tolerarle nada. Estrella Miller, furiosa, posó sus ojos en un hombre que, posiblemente, solo quiso bromear con eso, pero a la rubia la declaración no le divirtió para nada; por eso el hombre se sintió un poco mal al verla fruncir el ceño y apretar los dientes. —Entonces, espero que cuando te den la custodia las cargues a todos lados contigo, digo, para que me muestres lo merecedor que eres de tenerlas —y, sin poder contener el llanto, Estrella se puso de pie y dejó su oficina, dejando desconcertado y arrepentido al hombre que de verdad no había querido molestarla con ese comentario, fue algo que imprudentemente solo se le salió. Benjamín Anguiano cerró los ojos y respiró profundo, se sentía mal por la reacción de esa joven que sin culpa alguna se había convertido en quien debía destruir para sobrevivir. Pensando en eso, Benjamín sintió que la vida podría ser demasiado cruel a veces porque, por lo que sabía de ella, ella no era una mala persona y no se merecía sufrir, pero él no se sacrificaría por la felicidad de una chica que no conocía; y aun así no lograba que el malestar que le provocó saber que lloraba por su causa desapareciera.
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