Estrella vio a sus hijas emocionarse y soltar ese par de ramos que llevaban a la tumba, como ya era costumbre hacerlo cada dos semanas, entonces las vio correr en dirección a un hombre que creía solo ella conocía, y las vio abrazarse a sus piernas luego de llamarle papá.
Ese hombre, que en su primer y único encuentro la hizo temblar de miedo, justo en ese momento estaba mucho más que despedazado, abrazando a un par de niñas que, de alguna manera, parecía amar, a pesar de que no era lo que Estrella quería creer o necesitaba saber.
—No eres papá —dijo la triste voz de una niña que parecía llorar, aunque sus labios eran delineados por una sonrisa—, ¿quién eres?
—Soy hermano de tu papá —informó Benjamín que, acuclillado, sostenía con sumo cuidado las manos de sus dos sobrinas—, él era mi hermano mayor, así que soy su tío.
—¿Cómo Chase? —preguntó Beca, mirando a la mujer que llamaban mamá y que les había dado una nueva y hermosa familia.
Estrella asintió sin decir nada, si incluso ellas lo habían confundido con su padre, eso significaba que ese hombre de verdad era pariente consanguíneo de las pequeñas que amaba tanto y significaba también que debía aceptar que era su rival.
—Papá se fue a cielo —dijo de la nada Beca, provocando que un hombre ya muy lastimado llorara un poco más—, ¿tabién lo vas a eshtañar?
El cuestionado asintió, sin decir nada, tampoco, pues en su garganta se estaban anudando todos los desgarradores gritos que no podía dejar salir por dos cosas, la primera era que él no debía llorar, porque eso le habían enseñado, y la segunda era que no quería asustar a dos niñas que parecían estar demasiado desconcertadas ya.
Estrella, entendiendo que ese hombre no lograría responder ninguna pregunta que ellas hicieran, y sabiendo lo preguntonas que eran a pesar de que hablaban mocho y medio inentendible, respiró profundo y se decidió a salvar a su nuevo rival del motivo por el que pelearían a muerte, al parecer.
—Beca, Beta, recojan las flores, por favor —pidió la joven, atrayendo hacia ella toda la atención de las pequeñas—, vamos a ponerlas en agua para que duren mucho tiempo bonitas.
Las niñas asintieron, entonces la joven puso su mano en el hombro de un joven que levantó el rostro por instinto, y que pudo atestiguar la sincera empatía de esa chica hacía él porque, Benjamín estaba completamente seguro de que a esa mujer no le dolía la muerte de su hermano, ni la de la mujer que nadie más que las niñas conocían.
Benjamín Anguiano aprovechó la lejanía de las niñas para ponerse en pie y alejarse un poco, también, pues necesitaba respirar un poco para poder hablar con ese par del que necesitaba escuchar mil cosas, empezando por cómo estaban y si había algo que pudiera hacer por ellas.
Pero no pudo, desde lejos las vio limpiar la tumba, acomodar sus flores y rezar junto a una joven rubia que les ayudaba a decir las cosas más bonitas que un hijo le puede decir a un padre, también las escuchó contar lo que habían vivido y, aunque se sintió mucho más tranquilo con el paso del tiempo, verlas compartir sus días con quien ya no estaba le dieron ganas de platicarle a su hermano todo lo que había pasado en su ausencia.
Así fue como, tras presentarse de nuevo con ellas, repitiendo que era su tío, Benjamín vio irse a quienes un par de horas antes hubiese visto llegar hasta ese lugar. Él no tenía por no volver a verlas, sabía bien quién era esa joven, sabía incluso donde vivía y, lo más importante, Benjamín sabía que ella no tenía la facultad legar de sacar a las niñas de esa ciudad, mucho menos del país; por eso se quedó atrás sin preocupación alguna.
Aun sin el valor de hacerlo, porque encarar esa realidad era terminar de aceptar lo que consideraba inaceptable, Benjamín agachó la mirada y se tomó su tiempo para acercarse a ese lugar al que no quería llegar del todo, pero lo hizo, porque necesitaba seguir, y no había manera de hacerlo si no se iba de ese lugar solo un poco en paz.
—Sabes, hermano —dijo Benjamín una vez que estuvo a solas en ese horrible lugar; pero no era horrible porque tuviera una mala vista, ni tampoco porque fuera peligroso de alguna manera, el simple hecho de lo que representaba ese lugar era lo que lo hacía horroroso, y también doloroso—, de haber sabido que todo iba a resultar así, no te habría ayudado a escapar... puede sonar tonto, pero estoy seguro de que preferiría verte infeliz a mi lado que no volver a verte nunca... ¿Eso es normal?
«No», la respuesta estaba en su cabeza, y de todas formas no dejaba de pensar que ni siquiera la “felicidad” valía la pena la muerte, mucho menos cuando dejaba atrás a dos pequeñas que los necesitarían toda la vida, mejor sería que ellas no hubieran llegado al mundo, eso era lo que pensaba y se odiaba por ello.
» Supongo que ahora no tiene sentido todo lo que pienso —declaró el hombre, entre hipidos muy bien disimulados—, ni mis arrepentimientos, ni todo lo que me duele, así que solo te voy a prometer una cosa: a ellas, al par de niñas que tanto amaste, las voy a proteger y a hacer felices, te lo prometo.
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—¿Y este milagro? —preguntó Rebecca, viendo a su hija abrir la puerta de su casa, permitiendo entrar a las pequeñas Beca y Beta en la fortaleza Bianco—. ¿Pasó algo?
Estrella asintió, pero no dijo nada, ella tenía un nudo en la garganta y cien mil cosas dolorosas atrapadas en el corazón, su buena madre podía notarlo en sus bellos, cristalinos y apagados ojos.
Y, aunque en el tiempo que pasó viendo a sus hijas disfrutar de Bolo, de Chase y de su madre fue realmente agradable y le hacía sonreír, el desánimo no desapareció del rostro de la joven madre, por eso Rebecca Morelli agradeció inmensamente que las pequeñas se cansaran pronto y se durmieran temprano, eso le daría tiempo de atender a su bebé.
—Él si es su tío —explicó Estrella en cuanto su madre entró a su habitación luego de que ambas recostaran a las niñas y las dejaran dormidas, luego respondió negativamente a si habían hecho ya la prueba de ADN—, yo no lo noté, porque en realidad no vi parecido entre el difunto padre de las niñas y Benjamín Anguiano, pero ellas lo confundieron con su padre, y él reconoció el cuerpo de ese sujeto con el expediente de la morgue, así que tiene que ser él, ¿no?
Rebecca asintió, si Estrella no notó el parecido, seguramente era porque la falta de aliento en los cuerpos y la falta de expresiones descomponen los rostros, pero si las niñas lo habían reconocido seguro era por una razón.
—¿Qué te dijo cuando hablaste con él? —preguntó Rebecca y Estrella suspiró con pena, decirlo con su propia boca sonaba aterrador, por eso necesitaba valor para responder.
—Creo que va a intentar tenerlas —soltó la rubia, dejando salir sus lágrimas al fin—, y creo que es lo correcto, ma, pero no quiero entregárselas, ni a él ni a nadie. Ma, en este momento, yo no se las regresaría ni a sus verdaderos padres, ¿por qué tuvo que aparecer justo ahora? ¿Por qué se interesa por ellas cuando no las conoció antes?