El sol apenas había salido cuando Eysi cerró con cuidado la puerta del cuarto. Suky dormía en el catre junto a la ventana, envuelta en la manta deshilachada que su casera les había dejado. Su respiración era tranquila, pero Eysi sabía que en cualquier momento la fiebre podía volver. Cada mañana se alejaba con el corazón encogido, dejando una nota escrita a mano, y una taza de leche a medio llenar sobre la mesa.
Trabajaba limpiando casas desde que llegaron a esa ciudad. Entraba a hogares ajenos donde el silencio pesaba distinto, donde los muebles costaban lo que ella ganaba en un mes, donde los niños la ignoraban y los adultos hablaban de ella como si fuera un mueble más. Al salir, lavaba sus manos hasta que la piel se le agrietaba. No por la suciedad, sino por la impotencia. Pero no había
