Eysi llegó a la panadería con pasos rápidos, casi corriendo. El delantal blanco lo llevaba aún en su bolso, el cabello húmedo por el rocío de la mañana, la respiración entrecortada y las mejillas encendidas por el apuro. Sabía que la dueña de la panadería era estricta con la puntualidad, y ella había prometido estar allí el día anterior y no llegó y ese día estaba llegando después de su hora de ingreso. Pero algo en su cuerpo no quiso moverse temprano. Como si un segundo corazón dentro de su pecho hubiera latido distinto, rebelde. El campanilleo de la puerta al abrirse fue más agudo de lo usual. Dentro, el calor del horno la envolvió como un abrazo involuntario. El olor a mantequilla y levadura fresca parecía querer retenerla. Julián estaba detrás del mostrador, anotando algo en una libre

