El sol no salió al día siguiente. Era como si incluso el cielo supiera que algo estaba mal. Eysi miraba por la ventana mientras se peinaba el cabello con dedos temblorosos. No sabía exactamente qué hacer ni qué esperar. La maleta —una vieja mochila que apenas cerraba— estaba sobre su cama, llena de ropa que no le pertenecía del todo. Griselda la había elegido por ella, como todo en su vida.
—No te pongas tonta —dijo Griselda entrando en la habitación sin tocar—. Haz lo que te digan y mantén la boca cerrada. No arruines esto.
—¿Pero qué voy a hacer exactamente? —insistió saber Eysi, con una mezcla de miedo y esperanza—. ¿Es en una oficina? ¿Voy a limpiar?
—No seas estúpida —espetó Griselda—. Vas a trabajar para gente importante. Te vestirán bien, te pagarán. No vas a terminar fregando pisos, eso te lo aseguro.
Eysi tragó saliva. Algo en el tono de su voz de Griselda no encajaba. Pero era eso, o seguir siendo una sombra en esa casa, y ella quería luz. Aunque no supiera a qué precio.
Bajó las escaleras con la mochila colgando del hombro, y se detuvo antes de cruzar la puerta.
—¿Puedo despedirme de Suky?
—Está dormida. No la despiertes. Ya tendrás tiempo de verla después.
Eysi frunció el ceño. Algo dentro de ella gritaba que debía correr, que debía tomar a su hermana y desaparecer. Pero no tenía adónde ir. No tenía a nadie más a quien recurrir. Solo la promesa de algo mejor.
Luca la esperaba fuera, apoyado en un auto n***o brillante. Le abrió la puerta sin mirarla demasiado. No le dirigió ni una sonrisa, ni una palabra amable. De su boca salió solo la instrucción seca:
—Sube.
Cuando el auto arrancó Eysi no miró hacía atrás. El camino fue silencioso. Eysi observaba los edificios altos alejarse mientras la ciudad cambiaba de rostro. Entraron en una zona más apartada, privada. El auto se detuvo frente a una residencia enorme, de muros altos, había cámaras ubicadas en cada esquina y una reja que se abrió automáticamente.
—¿Aquí voy a trabajar? —preguntó Eysi en su inocencia.
—Aquí vas a empezar —dijo Luca seco, sin detalles.
Entraron. La casa era lujosa, impersonal. Había mármol por todas partes, y mucho silencio. Olía a dinero, a control, a normas no dichas.
Una mujer con bata blanca los recibió. Su sonrisa era forzada, casi robótica.
—Ella es Eysi, ¿correcto? —preguntó mirando unos papeles.
—Sí. Ya está registrada.
—Perfecto. Señorita Westcott, por aquí.
—¿Qué es este lugar? —susurró Eysi, deteniéndose.
—Una clínica privada —respondió la mujer—. Solo haremos una última evaluación. Luego se reunirá con su empleador. Nada de qué preocuparse.
—¿Mi empleador?
—Así es.
Eysi la siguió con el corazón a punto de estallar, miró atrás esperando que el hombre la siguiera, pero ya no estaba, había desaparecido. La llevaron a una habitación blanca, con un sillón, una mesa de metal, y una bata doblada sobre la única cama en el lugar.
—Quítese la ropa y póngase esa bata —le ordenó—. En un momento regreso.
La mujer cerró la puerta y dejó a Eysi sola.
Pasaron quince minutos. Luego entró un hombre con una carpeta. Otro más. La revisaron como si fuera un objeto: peso, estatura, elasticidad de la piel, análisis hormonales, frecuencia cardíaca. Comentaban entre ellos. Como si ella no estuviera.
—¿Puedo saber qué clase de trabajo es este? —preguntó nerviosa—. Ya me hicieron estudios antes.
—Todo a su tiempo —dijo uno de ellos, sin mirarla—. Es solo para confirmar el resultado de los que ya le hicieron.
—Nada de temer, señorita —le dijo la mujer.
Cuando se fueron, Eysi se vistió de nuevo y se sentó en silencio. Empezó a temblar. Sentía que algo no estaba bien. No lo sabía con certeza, pero lo sentía. Con cada fibra de su cuerpo temblaba, la certeza de no estar bien vibraba en su corazón. Se decía que no se trataba de trabajo. No del que imaginaba. No era un simple contrato.
Horas más tarde, encerrada en la misma habitación, Luca regresó.
—El señor Evans ha aprobado tu perfil. Eres la candidata seleccionada.
—¿Para qué?
—Para llevar a cabo la gestación del heredero de mi jefe, ahora tu jefe —le dijo Luca con una tranquilidad abrumadora. Easy frunció el ceño, no entendía nada—. Has sido elegida para ser madre gestacional de su hijo.
La frase cayó como un cuchillo.
—¿Q-qué estás diciendo? —balbuceó Eysi, con la voz temblorosa, sintiendo que el mundo bajo sus pies comenzaba a tambalear—. ¿Qué significa eso exactamente? —Sus ojos, grandes y húmedos, buscaron respuestas en el rostro de Luca, pero solo encontró indiferencia—. No entiendo… ¿por qué yo? ¿Qué clase de trabajo es este?
—Significa que durante nueve meses llevarás en tu vientre al heredero Evans —explicó Luca con frialdad maquinada—. Para ti solo será eso. No tendrás derecho sobre él. No será tu hijo, solo una misión. Recibirás atención médica de élite, un lugar cómodo para vivir, seguridad las 24 horas… todo se llevará a cabo bajo estricta supervisión. Al nacer, entregarás al bebé. No lo volverás a ver. A cambio, recibirás una suma que podría cambiar tu vida y la de tu hermana para siempre. Pero debes entenderlo bien, Eysi: una vez que firmaste, ya no hay vuelta atrás, no tienes salida, no hay reversa. A partir de ahora eres solo un cuerpo cumpliendo un propósito. Nada más.
Eysi retrocedió un paso.
—Yo… yo no puedo hacer eso —murmuró Eysi, dando varios pasos hacia atrás como si con la distancia pudiera escapar del peso de aquellas palabras. Su voz era apenas era un susurro herido, quebrado por el miedo—. Ni siquiera estoy embarazada. Esto es una locura. No puedo tener un hijo que ni siquiera está dentro de mí… no puedo...
Su respiración se volvió errática. Los ojos le brillaban por la desesperación, como los de un animal acorralado. Buscaba una salida, una grieta de compasión, pero no la encontró.
—Pero lo estarás —replicó él, con una serenidad que helaba la sangre—. Es solo cuestión de horas. Todo ya está preparado. Lo único que necesitas ahora… es obedecer.
Y en esa última palabra, “obedecer”, se sellaba su destino como una condena que nadie le preguntó si quería cumplir.
—¿A qué? ¿A quién? —preguntó con un temblor en la voz. Un escalofrío le recorrió la espalda, presintiendo que no había respuesta que pudiera consolarla.
Luca no tardó en responder. Con una sonrisa apenas dibujada, sacó lentamente un pliego de hojas doblado del bolsillo interior de su chaqueta. Lo extendió con parsimonia y lo agitó frente a ella como si fuera una carta ganadora.
—Ya firmaste, Eysi.
Ella dio un paso hacia adelante, perpleja. Tomó el documento con manos temblorosas. Su mirada, confundida y asustada, recorrió las líneas impresas. El lenguaje era técnico, asfixiante. Palabras que no comprendía, conceptos ajenos a su mundo. Ella, que apenas había terminado la escuela primaria, no podía interpretar lo que ahí decía. Pero lo que sí reconocía… era su firma. Torcida, insegura, como la de una niña. Pero suya.
El corazón le martillaba el pecho.
—Yo… no entendí… nadie me explicó…
—Eso no importa —la interrumpió él con frialdad—. Lo que importa es que aceptaste. Y con eso, cediste tu cuerpo, tu voluntad. Todo.
Sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Aquello no era una oportunidad. Era una trampa disfrazada de salvación. Y ya era demasiado tarde para escapar.
—Me engañaron —susurró, con la voz quebrada.
—Es un contrato legal. Nadie te obligó. Viniste por voluntad propia. Y créeme, esto es mucho mejor que lo que tenías.
Eysi se llevó las manos a la cara, temblando.
—Yo solo quería trabajar… sacar a Suky de esa casa. No esto —respondió espantada, con deseos de correr lejos..
—Esto es lo único que puedes ofrecer —dijo él con frialdad—. Tu cuerpo, tu silencio, tu obediencia. Demás está advertirte que en el mismo contrato consentiste no hablar de esto con nadie, y nadie es “nadie”. Es totalmente confidencial, secreto todo esto, a menos que quieras conocer el peso del puño Evans.
—No… no. Esto no puede ser —balbuceó Eysi, tambaleándose como si acabara de recibir una estocada en el pecho—. Eso no fue lo que se me dijo. Griselda... mi madre se va a enojar. Ella espera otra cosa. Algo distinto. Un trabajo... ¡no esto!
Luca no se inmutó. Su rostro seguía sereno, inexpresivo, como si estuviera hablando de una transacción bancaria cualquiera.
—La señora Griselda fue informada con claridad. Aceptó sin hacer preguntas —aclaró con frialdad—. Esperábamos la misma madurez de tu parte. Después de todo, es por Suky, ¿verdad? Tu hermanita aún tiene una oportunidad. Pero si te niegas, bueno... te tocará asumir las consecuencias.
Eysi lo miró con horror.
—¿Qué consecuencias?
—Incumplir con un contrato legal, firmado, sellado y validado, no puede pasar desapercibido —dijo mientras alzaba una ceja, como si eso fuera evidente—. Esto —sacudió el documento—, es un negocio como cualquier otro. El monto de la indemnización por incumplimiento es alto, altísimo. Y como tú y yo sabemos, no tienes cómo pagarlo. Así que, si no cumples con lo pactado, mi jefe se encargará de iniciar una demanda. Te espera una acusación formal por estafa. ¿Sabes lo que eso significa? Años en prisión. Y entonces, ¿quién cuidará de Suky?
El mundo de Eysi se quebró de golpe. Las palabras de Luca la aniquilaron y la encerraron en una cárcel mental. Tan limitado era su mundo, lo poco que conocía. no veía salida a su alcance, solo oscuridad. Cayó de rodillas, ahogada por la angustia, con el rostro bañado en sudor y lágrimas. Le costaba respirar. El corazón se le encogía con cada palabra. Sentía náuseas, escalofríos. Todo le daba vueltas.
Las lágrimas le brotaron con violencia, pero ni siquiera eran de tristeza: eran de impotencia.
En ese instante entendió, con absoluta y desgarradora claridad, que no había salida. Que la habían vendido. Que ella era solo un cuerpo. Un recipiente con un precio.
—Tú decides —dijo Luca con indiferencia, antes de darle la espalda.
Eysi se desplomó sobre el suelo, hecha pedazos. No supo cuánto tiempo lloró hasta que dos hombres altos, fríos como el mármol, imponentes entraron. Uno de ellos la alzó sin decir palabra. Era como si no fuera más que un paquete.
Esa noche, la encerraron en una habitación blanca, sin ventanas, vigilada por cámaras. Le dieron una bata, una bandeja con comida insípida y una pastilla para dormir.
Pero no durmió. Solo lloró y tembló. Como quien ha despertado en su peor pesadilla.
No daba crédito a lo que estaba viviendo. Estaba asustada, perdida.
¿Qué le diría a Suky si pudiera verla?
¿“Estoy bien”? ¿“Huye”? ¿“Perdóname”? No lo sabía.
De lo único que tenía certeza era que el mundo era un lugar más cruel de lo que había imaginado, y que su cuerpo ya no le pertenecía.