JESSA
—Ahora— le digo, levantando mi falda. —Solo por favor. Trace. Házmelo ahora—
Obedeciéndome sin decir palabra, se coloca entre mis piernas, acunando mi trasero. Engancho un pierna alrededor de sus caderas. Para poder sentir la punta de su polla chocando contra mí. Le bajo los pantalones hasta los muslos y él se agarra con la mano, apartando mis bragas y deslizándose hacia arriba contra mi raja.
Estoy tan mojada, y él lo está haciendo de nuevo, provocándome, pasando la punta de su polla arriba y debajo de mi sexo. Y justo cuando estoy a punto de perder la cabeza por la dulce fricción, coloca su polla en mi entrada y, con una fuerte embestida, empuja toda su enorme longitud dentro de mí.
Mi espalda se arquea contra el azulejo frío y dejo escapar un grito de éxtasis. Se queda quieto dentro de mí. Las paredes de mi v****a lo agarran con fuerza. Me besa castigadoramente, agarrándose a mis piernas, enterrándose completamente té dentro. Saca su polla, deteniéndose cuando solo la punta sigue dentro. Luego vuelve a empujar hacia adentro, forzando a que salga todo el aire de mis pulmones. Dios, es aún más profundo esta vez.
Sus manos se aprietan en mis caderas y empiezo a empujarlas hacia abajo para recibir sus embestidas. La presión de su pelvis rozando mi clítoris es demasiada, y de repente estoy al borde del olvido de nuevo. El embiste mientras me estremezco, gritando su nombre. Pero cuando abro los ojos, no es Trace frente a mí. Es Emiliano Wilder.
Jadeo: —¿Qué estas…? —
Pero no puedo evitarlo. Me voy y no puedo parar ahora. La vergüenza me invade cuando el orgasmo me atraviesa. Y pensé que Trace no podía odiarme más…
Sonriendo con la misma sonrisa depredadora que tenía mientras charlaba con Christina, se inclina, su aliento cálido en mi oído. —Tu, cariño, estás jodida…—
Me despierto y me encuentro tumbada boca abajo, todavía con mi vestido de noche. Mientras me doy la vuelta y miro al techo, las lentejuelas me pellizcan la piel.
Emiliano Wilder. Christina. Trace. Dios mío. Eso pasó de Verdad, ¿no?
Y ahora…tengo trabajo. ¿o no? Estoy despedida, ¿no? Oh, definitivamente. Pero supongo que tengo que entrar a recoger mis cosas.
Mas tarde. Mucho más tarde. Me levanto de la cama y me miro en el espejo que está en mi tocador. Mi maquillaje se ha ido al sur y mi cabello parece la victima de un pequeño tornado. Tengo los ojos lagañosos y rojos. ¿He estado llorando?
Me quito el vestido y me pongo mi bata afelpada, luego me dirijo al baño para darme una ducha muy necesaria.
Desde el pasillo, veo a Sídney luciendo un suéter de cachemira frente a un espejo de cuerpo entero en su habitación. Se parece muchísimo al que Trace me compró hace tiempo, pero es rojo. Y sé con certeza que el trabajo de Sídney en la peluquería no le está pagando muy bien.
—Mírate— le digo. —Alguien debe haberte dado muy buena propina—
Se da la vuelta, sorprendida. —Oh, yo…—
Sus ojos se dirigen a su cama, así que los míos la siguen. Allí, encuentro un montón de ropa nueva de marca, con las etiquetas todavía puestas.
Doy un paso adelante cuando me doy cuenta. —Espera… ¿De dónde sacaste todo esto? —
Se ríe disimuladamente. Conozco a mi mejor amiga Sídney lo suficientemente bien como para saber que solo se ríe así cuando es culpable de algo. Pero ella no es del tipo sospechoso. Ella no… Y menos, nunca pensé que lo haría…
Pero todo encaja, tan perfectamente, en mi mente. Había dejado la memoria USB de Trace en la encimera de la cocina, mientras decidía que hacer con ella. Podría haberla tomado fácilmente, haberla copiado y…
—¿Le diste la información de la memoria USB de Trace a Christina? — pregunto.
Espero que lo niegue, pero se quita el suéter, el pelo hecho un desastre de estática, y se encoge de hombros. —Bueno, obvio. Pensé que tarde o temprano te arrepentirías si no aprovechabas la oportunidad—
—¿La oportunidad? — Me quedo boquiabierta. Pero…
—Cien mil dólares— dice con un brillo en los ojos. —Por supuesto, lo dividiré contigo. Se que necesitas dinero para tu madre…—
—No— niego con la cabeza.
—Ah, bien, entonces úsalo para otras cosas— dice con una sonrisa, acercándose a mí y poniéndome una mano en el brazo. —De verdad, Jessa, te estaba haciendo un favor. Trace Rosberg consume mujeres como pañuelos. Ningún hombre vale la pena perder esta cantidad de dinero—
La miro fijamente. Haciéndome un favor. Exactamente lo que me dijo Christina. ¿Por qué todos parecen pensar que me están ayudando? ¿Son tan delirantes como para pensar que esto me haría feliz?
—¡No quiero el dinero! — grito, ahuecando mis manos alrededor de mi boca y nariz, incapaz de creerlo. —¡No puedo creer que hayas hecho esto! Acudir a Christina a mis espaldas…—
—Incorrecto— De pie allí en sostén aprieta los puños en las caderas. —Christina vino a mí. Me dijo que le preocupaba que no pudieras seguir adelante. Y tenía razón. Necesitabas ese empujón extra. Créeme, me lo agradecerás algún día, cuando mires atrás a esto—
La miro con el ceño fruncido. —Créeme, no lo haré—
Me doy la vuelta para dirigirme al baño. Si tengo que mirarla un segundo más, voy a ponerme furiosa.
Me grita: —Oh, vamos, Jessa. ¿De verdad pensabas que Trace y tu tenían poder de adherencia? Ese hombre es un perro—
Eso es. Ya he tenido suficiente. La enfrento, tan llena de rabia que no puedo ver con claridad. —Si eso es lo que piensas, no quiero ser compañera de cuarto contigo—
La sorpresa se convierte en indignación. —¡Bien! ¡Yo tampoco quiero ser tu compañera de cuarto! De todos modos, ya estás viviendo en el país de las fantasías, si pensabas que Trace Rosberg se preocupaba por ti—
Me golpea como una bofetada. Eso y sus palabras: “Solo eras un juguete divertido. Eso es todo”. Resuenan por el apartamento como un disparo, golpeándome directo al corazón.
—Sal— escupo, señalando la puerta.
Ella se burla. —Mi apartamento. Mi contrato de arrendamiento. Sal tú—
Oh. Tiene razón. Lo es. —Bien— digo con desdén, volviendo, pisando fuete hacia mi habitación y cerrando la puerta de un portazo. Cuando estoy allí, miro a mi alrededor. Supongo que no será mi habitación por mucho tiempo.
Me hundo en mi cama, preguntándome donde puse mi maleta, y me doy cuenta solo unos segundos después. No tengo absolutamente ningún lugar a donde ir.
* * *
Espero hasta la hora del almuerzo, cuando Vivian y la mayoría del personar ya no estan, para recoger mis cosas de la oficina. No quiero ver a nadie.
Llevo el pelo recogido en una coleta y gafas en lugar de lentes de contacto, esperando que la gente no me reconozca. Es un disfraz tonto, lo sé, pero estoy desesperada por evitarlos. Incluso subo quince pisos por la escalera trasera.
En cuanto salgo por la puerta, me doy cuenta de lo estúpida que he sido. No solo respiro como un animal grande y moribundo, sino que nadie entra nunca por esa puerta. Así que la gente mira. con la cabeza gacha, siento sus miradas, las oigo susurrar tras las paredes del cubículo.
Cuando llego a mi escritorio, prácticamente me lanzo sobre el. encuentro una caja de cartón y empiezo a colocar mis objetos personales.
Estoy terminando, lista para salir corriendo por la puerta en unos momentos, cuando una voz dice:
—Escuche que estabas aquí—
Levanto la vista para ver a Fernanda. Por muy contenta que este que sea la única cara amigable en este edificio, me erizo. Las noticias viajan rápido, aparentemente. Hasta el departamento de arte, ¿en qué? ¿Cinco minutos?
—Hola. Lo siento, no puedo quedarme. Tengo que…—
Da un paso adelante y se fija en la caja. —¿Qué? ¿Por qué te vas? ¿Te dejaron ir? —
No quiero entrar en detalles, así que solo asiento. —Esperaba entrar y salir antes de que alguien se diera cuenta, pero…— dejo escapar una risa corta y aguada que no disimula mi tristeza.
—Aparentemente, fracasé—
—Oh, cariño— dice rodeándome con el brazo. —Te ves terrible—
—¿Gracias? — me río porque sé que tiene razón. —Es decir, no solo el trabajo. Tuve una pelea con mi compañera de piso y ahora tengo que mudarme—
Jadea. —¡Pobrecita! Bueno, quítate esa pequeña preocupación de encima. Puedes quedarte conmigo—
Parpadeo para contener las lágrimas que amenazan con correr por mi rostro. —¿En serio? —
Asiente. —No es nada elegante. pero el sofá es extraíble. De nada—
Aplaudo. —Si. gracias. Cualquier cosa es mejor que la opción A, que era un banco en Central Park—
—Pobrecita. Te enviaré la dirección por mensaje de texto. No está muy lejos. En Tribecca— Chasquea la lengua y niega con la cabeza. —Ahora vamos. ¿Dijeron por lo que te despiden? Porque todo lo que he oído, de todos, es que la estás rompiendo—
Por la mirada en sus ojos, tengo la sensación de que cree que puede recuperar mi trabajo. Eso no va a suceder. Pero es amable de su parte querer intentarlo. —Gracias, pero…—
Me quedo paralizada cuando oigo el sonido de las puertas del ascensor y una voz familiar y alegre viene en el pasillo, saludando a las recepcionistas. Mi rostro se ensombrece.
Oh, Dios.
Oh, Dios, no.
Miro a mi alrededor desesperadamente, buscando la pared de un cubículo tras el cual zambullirme. Cuando no veo ninguna, me pregunto cuáles serían mis posibilidades si me lanzo por la ventana, desde quince pisos de altura.
Mientras tanto, Fernanda inclina la cabeza.
—¿Jessa? ¿Estás bien? —
Demasiado tarde.
Un segundo después aparece Christina con el rostro fresco y vigorizado. Se dirige rápidamente a la oficina de Trace, con varios jefes de departamento detrás de ella, en formación de V, como gansos migratorios. A medida que la brigada se acerca, la oigo ladrar ordenes al azar. Llama a esta persona. Redacten un comunicado de prensa. Necesitamos hacer todo esto lo antes posible—
Ignorándonos, va directamente a la oficina de Trace y busca su placa dorada en la puerta. Metiendo el dedo debajo, la deja caer al suelo con un ruido sordo y brusco.
La miro fijamente, luego a Fernanda, mientras entran en fila en la oficina que una vez perteneció a Trace. Luego cierran la puerta de golpe.
—Wow— dice Fernanda, tragando saliva con dificultad. —Eso fue intenso—
No puedo evitarlo. Me acerco sigilosamente y escucho. La voz de Christina más fuertes de todas las demás, es clara como el día.
—Quiero que esta transacción sea fluida. Sin contratiempos. Debemos iniciar el control de daños inmediatamente y dar forma a la narrativa sobre la empresa, después de Trace, de inmediato. La quiero en mi escritorio de inmediato—
La empresa, después de Trace. se me revuelve el estómago. ¿Quiero trabajar en Rosberg Cross, después de Trace?
No. No quiero estar cerca de este lugar. Nunca más. Cuanto antes pueda salir, mejor. Regresó a mi escritorio y abrazo a Fernanda. Luego levanto la caja de cartón en mis manos y me preparado para irme, pensando si puedo irme en los próximos minutos, podría hacerlo con mi dignidad intacta.
Pero, en fin, una escapada limpia. Porque antes de que pueda dar un solo paso, Trace entra la oficina, con la mandíbula apretada y la mirada más intensa que jamás había visto. Mientras se dirige a su oficina, no me mira; al menos, no creo que lo haga, hasta que me señala con el dedo.
—No te muevas— ladra, —No vas a ir a ninguna parte—