PRÓLOGO
ADALINE
–Felicitaciones– dijo mi padre sonriendo ampliamente–. Nunca dudé de ti, hija– extendió sus brazos y me envolvió en ellos. Había terminado una misión que me tuvo entretenida durante un año, habíamos encontrado a los culpables del caso. Me había consumido en gran manera, pero ya todo había terminado.
Y curiosamente todo terminó bien.
–¿A dónde irás? – me preguntaban mis colegas, ya que, antes de terminar el caso me había encargado de gritar por todos lados que me iría de viaje. Había pensado en Roma, Brasil, Perú. Pero al final me decidí por Sídney. Me moría de ganas por saber qué cosillas me deparaba la vida.
–Sídney– respondí sonriéndoles y cogiendo mi maleta. Hoy me había despertado más temprano de lo normal, pero no sirvió para nada porque ya estaba por perder el vuelo.
–¿Nos vamos? – preguntó mi padre, asentí rápidamente y salimos de la estación hacía el aeropuerto. Al llegar bajé rápidamente y me giré hacía mi padre, que, seguía en el asiento– Por favor diviértete y no pienses en el trabajo, conoce personas, ¿eh? Pero recuérdame en cada momento.
Sonreí y estiré la mano hasta despeinar la mata de cabello cobrizo de mi padre.
–Descuida papá, lo haré. Te quiero– respondí alejándome. En cuanto pisé el aeropuerto empecé a correr como loca hasta encontrar mi puerta de embarque, pasé las revisiones a la velocidad de la luz y seguí hasta la puerta del avión mientras con una mano iba poniéndome bien la zapatilla. Cuando me la puse bien no fui consciente de que un tipo iba delante de mí y no frene rápido.
Así que le golpe contra su cuerpo fue doloroso. Estuve al punto de resbalarme, de hecho, casi rozaba el suelo, pero el tipo extendió su brazo y me puso de pie al instante. No le presté atención. Y solo me centré en levantar mi maleta que yacía en el suelo.
–Joder. Lo siento– dije tomando nuevamente mi maleta. Disculpa, pero pensé que ya había salido el vuelo y más me valía no perderlo. j***r– añadí a la vez que me erguía y lo miraba. ¡Wow! Sonreí amablemente, pero me quedé prendada observando fugazmente su rostro. No fui consciente que él me ponía cara de pocos amigos hasta que se movió asintiendo.
El tipejo era alto y corpulento, tenía barba y bigote. Se veía muy madurito. Pero sus ojos me transmitieron una tristeza infinita que, no pude seguir observando porque desvió su mirada.
–Descuida– respondió al girarse y caminando hasta la puerta. Vale, no era muy hablador, eso seguro. Metí la mano en mi bolso buscando mi boleto y maldecí al no encontrarlo rápido.
–Solo deme un minuto, lo dejé por aquí– me adelanté a la chica que me sonreí amablemente, pero seguro me estaba llamando irresponsable–. Te lo dije, aquí está.
Dije sonriente al encontrar mi pasaporte y boleto. Observé que el tipo alto ya se adelantaba y entraba a los asientos privilegiados–como los llamaba yo–, a pasitos lentos me fui acercando y él me miró. Vale, se veía el sufrimiento en su cara al verme acercarme a su lado.
–Oh, creo que compartiremos vuelo, vaya casualidad– dije tratando de hacerle sonreír, mientras sacaba mis audífonos. Él por su parte me dedicó una mirada fugaz como si fuese un bicho raro y desvió su mirada hacía los demás.
Ah vale, ni nos conocíamos y ya le caía mal.
Tiempo después…
–Tu voz se me hizo familiar– habló meditando cada palabra.
–¿Mi voz? – pregunté recordando el preciso momento en el cual yo escuché la suya.
–Sí, es que tuve una llamada con él hac
Dejé de prestarle atención cuando vi que Markus se detenía de golpe y se alejaba de las personas que se iban acercando a darle la bienvenida. Digamos que él también podía ocultar sus emociones de una manera grandiosa, pero creo que no puede ocultar cuando algo le molesta o le hace sentirse tenso. Y era precisamente, así como estaba ahora.
Después de unos segundos se giró hasta mí con la cara desencajada. Bien, unamos puntos. En su vida nada ha sido emocionante o sorprende desde que Gabriela desapareció. La persona que lo podía estar llamando no podía ser ni Maya, y mucho menos la amiga de Gabriela. Solo era aquel chico, el que estaba al tanto de todo. Le había dicho algo, lo podía ver en su rostro.
Entonces todas mis dudas sobre lo que pensaba hacer se esfumaron para ya no volver. Ella estaba viva, más viva que yo, incluso.