Año 1898. Un grupo de investigadores se interna en la exuberante selva del Amazonas en busca de una nueva especie de planta medicinal.
Pero lo que encontraron fue un hermoso y majestuoso templo jamás visto por nadie en el mundo. Nunca se imaginaron que unas ruinas como esa habían estado ahí por muchos siglos.
Marcos Robles y Jorge Santoro, son dos científicos en busca de una especie de planta medicinal, jamás imaginaron vivir una odisea y la búsqueda de un templo perdido. Lo que no sabían era que la pagarían caro con sus propias vidas.
— ¿Cómo vamos a encontrar ese templo? Le decía Marcos muy pensativo a su amigo.
— Marco no lo sé, es algo nuevo para mí. Es extraño saber que en ese templo, puede haber cosas interesantes.
— Porque no investigar más, y luego ya veremos Amigo. Sentenció Marco.
— Que interesante sería saber más de todo esto.
— Claro amigo podemos investigar mucho y saber que hay con todo esto.
— Te aseguro que encontraremos cosas interesantes e importante para el mundo.
— Oh amigo será nuestros nombres en lo periódicos.
— Si el titular Gran hallazgo en la selva amazonica.
— Esto es genial tenemos que investigar antes de todo eso.
A pasar el tiempo, pudieron encontrar el templo, pero lo que encontraron fue algo más sorprendente, algo que nunca pudieron imaginar.
En la entrada de aquel templo en ruina, un poco más allá de las primeras trampas que se habían construido, estaba un esqueleto. Llevaba siglos hay, y estaba solo el esqueleto, en la mano derecha llevaba un frasquito muy pequeño, como los que se usaban para los venenos o los mejores perfumes de esa época.
El esqueleto tenía ropajes muy deteriorados de época y aunque a Jorge le pareció verlo vivo, no fue así, sino una ilusión.
El diminuto frasquito aún llevaba líquido dentro, así que lo tomaron con mucho cuidado para no dañar el esqueleto. Lo que no sabían los científicos era que ese diminuto frasco le traería la desgracia a todos los que andaban con ellos en la expedición.
Conjuntamente con su amigo, empezaron a investigar más sobre el templo, y se sorprendieron mucho con lo que encontraron dentro de las catacumbas. Jorge comenzó a llevar un diario, y escribió en él todos los hechos acontecidos del día a día.
Los días pasaron, y los hombres que los ayudaban se fueron retirando, uno por uno, pues casi todos tenían miedo por la maldición. Sabían que era peligroso estar ahí más tiempo, ya que habían profanado la tumba de la Diosa de la Selva.
Un día, un indio les habló de ese templo y de la historia que guardaban sus paredes, sus alrededores, y de la Diosa de la Selva, una mujer que aún vive en las profundidades del templo en ruinas.
— La maldición caerá sobre todos ustedes. La ira por haber despertado a la Diosa.
— Está loco, eso es superchería mentiras locas.
— La maldición los alcanzará, tarde o temprano todos morirán.
— Ya eso son cosas de la gente.
— No son cosas, estamos profanando una tumba.
— Por Dios Marcos te vas a poner así.
— Ya está Jorge, podemos comenzar escavar.
— Está bien amigo, pero viste como lo dijo.
— Es un indio de aquí, ellos saben cosas pero está loco en pensar que aquí hay una diosa enterrada.
— Bueno que conste que yo no dije nada, ese indio lo dijo todo.
— Está contando una historia no algo se la vida real Jorge, y ya vamos a seguir en lo nuestro.
— Si amigo Ok.
Pero no le hicieron caso y siguieron las investigaciones, pues pensaron que el indio estaba loco, y ellos no creían en supercherías. Marcos y Jorge siguieron sus excavaciones para seguir encontrando cosas, objetos, piedras preciosas, hasta flores parecidas al narciso. Toda una odisea para llegar a dónde querían.
Con el paso de los días, se acercaban más y más a la cámara principal, donde estaba aquella Diosa a la que tanto le temían todos en la selva. Hasta que un día, por fin, Jorge llegó a la entrada de esa cámara. En entrada había una inscripción que decía:
“Aquí está el tesoro más preciado por mi vida, la gema más hermosa de mi mundo. En el más allá, es valorada por la muerte”.
Se quedaron sorprendidos por esas frases, y no les dio miedo seguir hasta donde estaba aquella mujer, porque aunque no fuese la planta que buscaban, ella era la Diosa de aquel templo. Y se convirtió en una obsesión para los dos científicos, pero se terminó cuando Marcos enfermó de la “fiebre amarilla” y falleció a los míseros cuarenta y cinco años de edad. Su vida terminó en la selva, solo por encontrar una mujer muerta desde que hacían muchos siglos. En su delirio mencionaba que esa Diosa estaba viva.
Jorge no sabía si la había visto, pero su vida termino un 14 de marzo de 1899. Antes de morir, decidió escribir un diario dónde contaba todo lo ocurrido en esa expedición y lo que había conseguido dentro de las ruinas de ese templo.
15 de abril de 1899.
Soy el único sobreviviente de esta expedición, así que dejaré constancia de todo lo que hemos descubierto hasta ahora. Lamentablemente, mi compañero de casi toda la vida, mi hermano de sangre, murió hace unas semanas de imprevisto, y si creyera en maldiciones, diría que esta es real.
Soy un hombre civilizado de buenas costumbres, y no pienso en esas supercherías. Para no perder todo lo escrito, lo enviaré a mi país, Inglaterra. Para futuras investigaciones. Aquellos que quieran saber de este descubrimiento tan grande para la ciencia y la teología. Dejaré escritos, mapas indicando el lugar donde se encuentra, este templo perdido en las profundidades de la selva de la amazona.
Cuando llegamos aquí, solo pensábamos en encontrar una especie de planta para la medicina alternativa, pero lo que hayamos fue algo majestuoso. Un templo perdido en la selva, extrañamente estaba protegido por la maleza y los árboles.
Recuerdo el primer día como si fuera ayer. Al ver lo que estaba adentro del templo, algo que nunca miraron mis ojos, nada inimaginable, algo que guardaré para siempre. El día que llegué a la cámara principal del templo en unos de los pasillos rezaba así:
“El que profane este tesoro, la oscuridad de la muerte vendrá y se lo llevara, por haber inquietado el sueño de mi Diosa amada, mi tesoro, la maldición los devorará".
Si no creyera en la maldición, esto no estaría pasando. Estoy sufriendo... ahora me toca a mí. Espero que alguien con sabiduría sepa encontrar lo que mi amigo y yo vimos dentro en ese templo. Alguien que sepa cómo llegar a ese templo y descubra por qué aquel príncipe construyó ese hermoso monumento para una hermosa y bella mujer que amaba con locura, y oculta por la selva del Amazonas.
En la historia de los más viejos libros de documentación no se encuentra el nombre de este príncipe o su origen. Solo se sabe por los indígenas de la zona que hizo un templo con tanto amor para su amada, y nosotros profanamos su sueño eterno. Y fuimos alcanzados por la maldición, este príncipe vivió sin esperanza de tenerla viva, y fue destruido por sus propias locuras, como ahora que la muerte me consume, y me llevará al más allá, donde están ellos…
Todo se lo devoró la selva, como si ella quisiera mantener oculto este secreto. Había desapareció, y volvió a crecer la maleza. El monte se comió todo, y la selva se quedó en silencio total. Los amantes volvieron a descansar por la eternidad.
"Guárdese todos los secretos y malintencionado que perturbe el
contenido de estas palabras, pues la maldición te caerá sobre él; y será maldito quien profane todo sueño de su amada, y maldito será el fruto de su cuerpo y de su tierra; la maldición le castigará con una severa fiebre, le infligirá locura y ceguera; y le perseguirá con la peste por siempre jamás.
— ¿Qué es esto? Se interrogó Carlos Eduardo, con unos de sus alumnos que estaba con él.
— ¿Una maldición?
Desconcertado, dejó de leer el papiro.
Al examinar la vieja escritura, se rascó distraídamente la cabeza.
— ¿Es posible? Pensó una vez más aturdido.
— ¿Una maldición? Profesor quien le trajo esos documentos, de dónde los saco.
Aquellas palabras, que habían cogido a Carlos Eduardo desprevenido, le hicieron detenerse un momento para preguntarse si no las estaría leyendo mal.
Pero no... La escritura era bastante clara. No cabía ninguna duda.
... La maldición de la Diosa caerá sobre él...
Carlos Eduardo se recostó en su silla, perplejo por lo que acababa de leer.
Observó con detenimiento la escritura de siglos de antigüedad que brillaba fuertemente bajo la luz de su lámpara de alta intensidad. El joven alumno que era paleógrafo observó a su profesor. Mientras que Carlos Eduardo, pensaba en esa inesperada llamada a su puerta a altas horas de la noche; el cartero con su chorreante chubasquero; el sobre empapado
con los sellos que traía; haber firmado por tratarse de una carta de entrega especial; haber llevado el sobre a su estudio; la expectación y emoción al abrirlo y, finalmente, la primera frase.
Esas primeras palabras le causaron tal sorpresa, que ahora Carlos Eduardo permanecía sentado mirando fijamente el papiro como si lo viera por vez primera y a su alumno.
¿Cuál era el significado de esta maldición?
¿Qué le habían enviado desde Inglaterra?
La carta adjunta hablaba del descubrimiento de algunos viejos manuscritos que su padre investigaba y que dejó inconclusos.
«Posiblemente, más importante incluso que el de los manuscritos del viejo Egipto de su padre», según su padre quien era arqueólogo.
Ahora, Carlos Eduardo y su alumno observaba ceñudo el manuscrito en catalán que tenía ante sí. Pero no... No se trataba de los manuscritos de Egipto viejo.