Capítulo 1
Me abrí el coño frente a la webcam. Me sentí como una tonta otra vez, sentada frente a mi ordenador de mierda, con las piernas abiertas y las tetas al aire, intentando desesperadamente ganar dinero para pagar la hipoteca que llevaba cinco meses atrasada. Debí de estar loca pensando que una cuarentona como yo, con las tetas caídas, estrías y un chocho gastado, podría competir con las zorras adolescentes que ofrecían sus culos perfectos y sus tetitas respingonas a cualquier pervertido con dos pavos para pajearse.
¿Yo, amargado? ¿Qué te hace pensar eso? El crujido y el portazo de una puerta me indicaron que la única persona que veía mi preestreno se había ido. BeaverMan415 seguía ahí, pero no lo conté. Siempre estaba ahí. Apareció en mi canal un par de días después de que empezara este inútil intento de ganar dinero, y desde entonces, siempre que me conectaba estaba ahí. Nunca había sabido nada de él, ni recibido un solo mensaje, ni (lo más desagradable) había ganado una sola ficha suya. Le preguntaba al menos diez veces al día si quería que se hiciera privado, pero nunca recibía respuesta. Maldito perdedor.
Mientras estaba decidiendo entre esperar a ver si aparecía alguien más o ir a defecar, el sonido tintineante de alguien entrando a mi habitación virtual me animó.
—¿Qué haces?—escribió PussyLvr69 en la ventana de mensajes.
—Lo hago todo, coñito—, dije por los auriculares con la voz más sexy que pude a las diez de la mañana. —Tengo diferentes conjuntos y juguetes, todo lo que quieras, cariño.
—Fóllate el culo con un consolador mientras meas—, escribió.
Maldita sea. Nunca quisieron algo normal. Ya me había negado a mear frente a la cámara varias veces, pero estaba llegando al punto en que no podía permitirme ser pretenciosa con la poca dignidad que me quedaba.
—Oh, sí, amante de los coños, follaré mi culo cachondo por ti--
—¡Mierda, mamá! ¿Qué demonios?
Sentí una punzada de pánico al oír la voz de mi hijo detrás de mí. Cerré las piernas de golpe y me tapé las tetas.
—¿Por qué no estás en el trabajo?, grité.
—Despedido.
—¡Otra vez! ¿Qué carajo?
—¡Oye, al menos no me paso el día masturbándome con porno como tú! —Se fue pisando fuerte hacia su habitación.
—¡Jesse, vuelve aquí!—Busqué a toda prisa algo con qué taparme. Oí que la puerta de la habitación de mi hijo se cerraba de golpe casi al mismo tiempo que la del ordenador. Adiós a Pussylvr69 y a mi única oportunidad decente de ganar algo de dinero hoy.
Me envolví en la toalla que tengo a mano por si me salgo y caminé por el pasillo hacia la habitación de Jesse. Entré de golpe.
—¡Mamá! ¡Sal de mi habitación! —gritó, desplomándose en su cama a punto de encender un cigarrillo.
—Si no consigo seiscientos cincuenta dólares para el próximo lunes, esta habitación ya no será tuya. Sí, así de cerca estamos de que nos embarguen la hipoteca, muchacho.
—Jesús, mamá, ve y ponte algo de ropa.
Estaba tan enojado que ni siquiera me importó si se veía algo.
—¡Y ahora vas a que te despidan! ¡Tu única habilidad es echar gasolina, y ni siquiera sabes hacerlo bien!
—Al menos tenía un trabajo—, respondió y se iluminó.
—¿Qué crees que hacía ahí dentro?
— Intentaba ganar dinero para pagarte el maldito techo que tienes encima, ingrata.
—Dame un respiro, mamá, eres jodidamente repugnante. Vi lo que estabas haciendo.
—¿Y sabes qué? Los hombres pagan para verme hacerlo. Sí, imbéciles pervertidos como tú, que no consiguen una mujer de verdad, se gastan un buen dinero para ver lo que tengo.
—Bueno, entonces ¿cuánto has ganado hasta ahora?
El pequeño imbécil. —¡Te dije que no quiero que fumes en mi casa!
—No será tu casa en una semana, ¿y qué te importa?—Jesse tiró la ceniza a la alfombra y dio otra calada. —¿Cuánto, mamá?
—Cuarenta y seis dólares hasta ahora.
—Ja—, se rió de mí. —Mi mamá, la prostituta de internet de lujo.
—Oye, es mejor que estar sin hogar en la calle. Al menos es algo. Más de lo que traes por aquí.
—Deja de quejarte. Voy a buscar algo más.
—Sí, claro. ¿Igual que cuando ibas a la escuela de mecánica automotriz? ¿O cuando ibas a sacarte la licencia de electricista?
Aplastó el cigarrillo en el alféizar de la ventana junto a su cama. —¿Y cómo va tu examen de secundaria, mamá?
—No tengo tiempo para soportar tus tonterías.
—Así es, ¿no se supone que deberías estar metiéndote algo por el culo por cinco centavos ahora mismo?
—¡Que te jodan!—, susurré, apretando más fuerte la toalla mientras me giraba para irme. —Y no voy a dejar que me hables así. ¡Sigo siendo tu maldita madre, cabrón!
Cerré de golpe la puerta de su habitación y luego la mía. Apagué la computadora y casi arranco los cables de la pared. En cambio, me desplomé en la cama y lloré como una estúpida durante la siguiente hora. En algún momento oí a Jesse irse. Finalmente, después de llorar a más no poder, fui a la cocina a tomar algo.
No me molesté en vestirme. ¿Qué más daba? Jesse tenía razón, no era mucho mejor que una puta. Y una puta asquerosa, además. Ni siquiera podía pagar mis malditas facturas. Abrí la nevera y vi que el paquete de seis helados Natty Ice que había comprado la noche anterior había desaparecido. Ese cabrón ladrón.
Saqué la botella medio vacía de vodka barato del fondo del armario de las escobas donde la guardaba. Ese chico me había estado volviendo loca durante los últimos dieciocho años, pero aún lo quería. Siempre había sido guapo como su padre, pero últimamente lo veía más como un hombre que como un niño. Pensé que este padre y yo estaríamos juntos para siempre. Qué tiempos tan locos aquellos. Cuando tenía un cuerpo, los hombres se peleaban por tenerlo.
Mi primer trago de vodka fue fuerte, pero me sentí bien cuando llegó a mi estómago.
Me desperté en el sofá a la mañana siguiente. La botella de vodka vacía estaba en el suelo y, al parecer, Jesse me había echado encima una de nuestras viejas mantas afganas. Seguía desnudo debajo. Tenía mantequilla de cacahuete pegada en el pelo. Mi cabeza era el doble de grande para mi cráneo y tenía que orinar como un caballo de carreras. Si no había tocado fondo, estaba muy cerca.
Fue un proceso lento, pero me aseé y me puse en orden. Estuve sentada frente a la computadora un buen rato antes de animarme a encenderla. Llevaba un sujetador rojo de encaje con agujeros para que se me vieran los pezones, y unas braguitas a juego que compré en Frederick's of Hollywood. Inicié sesión, revisé mi saldo (46,75 $) y pulsé el botón "Disponible".
No tardó ni un minuto en llegar BeaverMan415. Le hice una seña obscena a mi webcam. Me quedé sentado esperando. Unos cuantos usuarios anónimos entraban y salían. 10incherTX entró, escribió "lo siento, no me va la necrofilia" y se fue. Otra paja a la cámara. Intenté frotarme un poco los pezones y el clítoris. Eso solía animarme un poco para las degradaciones del día. Después de unos minutos, mi coño seguía seco como un hueso. Pensé que iba a ser dinero fácil. ¿Que me paguen por tener un orgasmo? ¡Claro que sí, apúntame! Menuda broma.
—Te ves triste hoy, Monique.
Me quedé mirando el texto del mensaje durante unos segundos, sin comprender bien qué veía. El mensaje era de BeaverMan415.
—Oh, eh, no, no estoy triste. Es solo que estoy súper cachonda ahora mismo.
—No tienes que fingir—, escribió BeaverMan415. —¿Quién era esa persona que tocó a tu puerta ayer?
—No te preocupes por él—, dije con desdén. Mi corazón se aceleraba ante la posibilidad de ganar dinero de verdad. Este tipo no estaría pasando todo el tiempo en mi sala de preestreno si no le gustara algo de mí. —Hablemos de nosotros. ¿Deberíamos ir a una privada?
—Quizás. ¿Quién era él?
—Era solo mi hijo. No se suponía que estuviera en casa, pero... ¡ups!—. Anda, tenía que conseguirle un show privado. —¿Qué quieres que haga por ti, BeaverMan?
—¿Está tu hijo allí ahora?
—No.
—Pagaré 50 fichas para verle mirándote vestida como estás ahora.
Nunca podría ser algo normal, ¿verdad? «Qué lástima que no esté aquí».
—100 fichas.
¡Madre mía! Me quedé mirando el mensaje en la pantalla. Cien dólares solo por dejar que mi hijo me viera con ese atuendo cutre. Era una locura siquiera considerarlo. Pero cien dólares, maldita sea.
—Dame un minuto.—Me quité los auriculares, me puse la bata y fui a la habitación de Jesse.
Todavía dormía. Sabía que era una mala idea, pero no tenía otra opción. Lo desperté con un codazo.
—Déjame en paz—, gruñó contra su almohada.
—Jesse, despierta, necesito tu ayuda. Un hombre quiere pagarme cien dólares para que me mires en ropa interior.
¿Sigues borracho?
—No —tiré de su brazo—. Vamos, solo tardaremos cinco minutos y podemos hacer cien fácilmente.
—No quiero ver a mi mamá en ropa interior.
-Me viste desnuda anoche, ¿no?