Bebimos y vimos la televisión en silencio durante unos minutos. No tenía ni idea de lo que veía; solo sentía la presencia de Jesse conmigo.
—Bueno... no sé —dijo después de un rato, aclarándose la garganta—. ¿Teníamos un concierto programado para esta noche o algo así?
—No. Nada. —No estaba segura de si era el momento adecuado para decirle que había decidido que no haríamos más conciertos juntos.
—Podríamos hacer uno... si quieres.— Intentaba parecer indiferente. —Ganaremos algo de dinero...
—No. Llevo medio día sentado frente a esa maldita cámara.
—Vale, da igual. Tú eres el que siempre te quejas de que necesitamos el dinero —dijo a la defensiva—. Supongo que no lo necesitamos tanto después de todo.
—No es eso, Jesse, es solo que...— Mi voz se apagó al darme cuenta de lo que pasaba. —Tu pequeña provocadora te dejó con las pelotas azules, ¿verdad?
Jesse simplemente me miró fijamente desde su silla.
—No tenemos que molestarnos en hacer un espectáculo, cariño. —No quería decir lo que sabía que iba a decir, pero no pude contenerme—. Puedo hacerte una mamada aquí mismo, si es lo que quieres.
Mi corazón se quedó en el aire por un segundo. Su reacción fue justo la que temía. Tiró la cerveza de golpe sobre la mesa de centro, haciendo que se llenara de espuma y se derramara por todas partes.
¡Maldita sea! Se levantó de la silla y se dirigió a su habitación. —¿Por qué tienes que estar tan jodido?— Jesse golpeó la pared al caer, dejando una profunda marca.
Se detuvo en el umbral de la sala y la cocina. Contuve la respiración, sin saber qué haría a continuación. Fui tan estúpida. Estúpida, estúpida, estúpida. Al cabo de un momento, la tensión desapareció. Se giró y vino hacia mí. Casi esperaba que me golpeara. Me lo merecía.
En cambio, se quedó de pie junto a mí, cabizbajo y con los ojos cerrados. Seguí mi instinto y lo rodeé con los brazos desde donde estaba sentada, abrazándolo, con la mejilla pegada a su vientre plano. Lo abracé fuerte. Se quedó allí y me dejó abrazarlo. Pronto, sentí algo contra mi hombro. Sabía qué era, pero moví la mano allí para asegurarme. Mis dedos recorrieron el contorno de la erección de mi hijo que sobresalía de sus ajustados vaqueros.
Le bajé la cremallera. No protestó. Intenté sacarle el pene, pero había demasiados obstáculos.
—Bájate los pantalones, Jesse. —Lo miré—. Déjame chuparte la polla.
Tras una pausa agonizante, se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones. Liberé su erección y lo tomé en mi boca. Al instante, me invadió una sensación de satisfacción total. De repente, todo estaba en orden, y no tenía ningún problema que valiera la pena preocuparme. Mis labios se apretaron con fuerza alrededor del pene de mi hijo mientras lo sentía empujar más profundamente. Esto no era como la mamada vulgar que le había hecho a la cámara, sino más bien un capricho amoroso para nuestro placer mutuo. Mis manos encontraron el firme trasero de Jesse y lo atraje hacia mí.
Me acarició el pelo mientras lo chupaba. Fue suave, sin resentimiento ni falta de respeto. Jesse se agachó y ahuecó uno de mis pechos por encima de la bata. Lo masajeó con ternura, luego encontró mi pezón endurecido y lo pellizcó suavemente a través de la fina tela. De alguna manera, esto se sintió más íntimo que cuando acarició mi pecho desnudo el día anterior. Lo chupé con más fuerza para demostrarle cuánto apreciaba sus cariñosas atenciones.
La tele seguía encendida de fondo, pero solo oía su respiración cada vez más pesada y el sorbo de mi mamada. Sentí baba resbalándome por la barbilla, y hasta eso me excitó.
—Me gustó cómo me lamiste las pelotas la última vez —dijo Jesse en voz baja. Había un temblor nervioso en su voz que no era propio de él.
Respondí a su deseo sin dudarlo, lamiendo y chupando sus testículos con dedicación y minuciosidad. Cuando rocé con la lengua la base de su escroto, respondió con un gemido. Me aventuré más y pasé la lengua por el espacio que quedaba más allá. Se movió ligeramente para darme más acceso a esa zona, y estiré la lengua todo lo que pude, sabiendo que estaba a solo un centímetro de su ano. Nunca antes le había lamido a un hombre ahí, pero instintivamente supe que si Jesse lo quería, lo haría con gusto.
—Qué rico, mamá. —Me dejó lamerlo un poco más y luego presionó su m*****o contra mis labios—. ¿Quieres que me corra en tu boca?
Asentí mientras lo tomaba hasta el fondo de mi garganta.
—Te gusta comer semen, ¿no?
Me aparté y tomé aire para responderle: —Me gusta comerte el semen.
—Joder, qué asco—, dijo. Lo miré y me alegró ver que lo decía con una sonrisa en lugar de con el ceño fruncido. Le devolví la sonrisa antes de volver a llenarme la boca con su polla.
Cogimos un ritmo constante y pronto llegamos a la recta final. Jesse se mecía ligeramente al ritmo de mi cabeceo. Emitía sonidos de ánimo mientras mi gemido entrecortado era amortiguado por su gruesa polla que entraba y salía de mi garganta.
—¡Ay, joder, mamá! —exclamó con un grito ahogado—. ¡Chúpala... no pares... chúpame!
Él retiró su polla y arrojó su cálido semen en mi boca.
—No te lo tragues... no...— No pudo terminar mientras su cuerpo se estremecía con el poder de su orgasmo y más de su semilla se derramaba sobre mi lengua.
Gruñó y se sacudió un par de veces más, su pene palpitando con cada espasmo, y luego se quedó en silencio unos instantes. Retiró su pene de entre mis labios y esperé sin saber qué pasaría después. Me miró y me acarició la mejilla con el pulgar.
—Déjame ver—, dijo simplemente.
Parecía muy ofendido por esto cuando lo hice antes frente a la cámara, pero hice lo que me pidió. Abrí la boca y le mostré su semen cubriendo mi lengua y acumulándose en el fondo de mi garganta. Su pulgar recorrió mis labios mientras me miraba.
—Eso debe ser lo más sexy que he visto en mi vida. Mi propia madre con la boca llena de mi semen.— Negó con la cabeza, incrédulo. —¿Te gusta cómo sabe?
Asentí.
—¿Quieres comerlo?
Asentí de nuevo.
—Adelante, mamá, déjame verte tragártelo.
No tenía prisa. Lo comí poco a poco, saboreando cada trago y deleitándome con la mirada lujuriosa de mi hijo. Lo abrí y le mostré que me lo había terminado todo.
—Dios, eres la zorra más desagradable que he visto en mi vida—. Lo dijo como un cumplido, no como un insulto.
Por un momento pensé que se inclinaría y me besaría. Me dio un vuelco el corazón ante la posibilidad, pero en lugar de eso, retrocedió un paso. Probablemente estaba recuperando la cordura ahora que se había vuelto loco. Esperaba que me dijera lo guarra que era y que me dejara allí sintiéndome como la mierda que realmente era. Desde luego, no me esperaba lo que vino después.
—Ábrete la bata—, dijo con un tono sereno que demostraba su confianza en que no discutiría. Hice una pausa, sin estar convencida de haberlo oído bien. —Adelante.
Tiré del cinturón, desatando el apretado nudo que me sujetaba la bata. Una mitad se desprendió, revelando mi desnudez. Lentamente, retiré el otro lado, dejándome completamente expuesta. La mirada de Jesse recorrió mis pechos caídos, la redondez de mi vientre, propia de una mujer madura, y se posó en mi espeso mechón de pelo rizado.
—Abre las piernas.
Sabía que haría lo que él quería, pero debió haber notado mi mirada interrogativa.
—Quiero ver tu coño, mamá —ofreció como explicación—. Enséñamelo.
No tenía motivos para negárselo. Ya lo había visto antes. De hecho, estaba deseando enseñárselo de nuevo, si eso era lo que quería. Abrí las piernas, sabiendo que vería mi humedad derramándose libremente. Sabía que disfrutaba viéndome masturbarme, así que supuse que ahí era donde nos dirigíamos. Mi clítoris ansiaba ser tocado, pero esperé a que lo pidiera.
Me miró fijamente allí abajo durante un buen rato. Me moría por saber qué pasaba por su cabeza.
—Ábrela—, susurró. Levantó la vista y me miró a los ojos. —Como cuando hacemos un espectáculo.
No sabía cuánto más podría aguantar. Casi sospechaba que me correría por primera vez en mi vida sin tener que tocarme. Me recosté en el sofá y, con dedos inexplicablemente nerviosos, separé mis labios, abriéndolos a mi hijo. Mi clítoris sobresalía y mis labios estaban hinchados por la excitación. Un hilillo de jugo vaginal rezumaba de mi agujero abierto y se deslizaba por el pliegue de mi trasero, manchando mi bata.
—Tienes un coño precioso, mamá—, dijo con una sinceridad que me ruborizó. —Nunca pensé que una mujer de tu edad pudiera tener un coño tan bonito, pero caray.
Me mordí la lengua un momento, pensando bien qué iba a decir para asegurarme de que no fuera algo que lo molestara. —Gracias, cariño. Me alegra que te guste—. Me emocioné aún más cuando se agachó para verme mejor. —¿Quieres que me masturbe para ti?
Consideró mi propuesta y negó con la cabeza. —No. Creo que quiero algo más.
Jesse se arrodilló y lo siguiente que supe fue que su cara estaba entre mis piernas. Chillé de sorpresa y placer cuando me besó el centro del coño. Quizás fue la cerveza, pero segundos después me mareé cuando su lengua se deslizó entre mis labios vaginales y encontró mi clítoris. Me transporté a un nuevo nivel de irrealidad. Mi hijo me estaba comiendo el coño.