PRIMER BESO.

1830 Palabras
CAPÍTULO 3 ANTONELLA SALVATORE PRIMER BESO El súbito interés de mi jefe me toma por sorpresa. Sus preguntas personales contrastan con su habitual reserva; hasta ahora, jamás había demostrado curiosidad alguna sobre mi vida fuera de la oficina. ¿Habrá notado mis furtivas miradas cuando su atención divaga? Desde el primer instante en que lo vi, su elegancia me subyugó. Sus ojos color miel poseen un encanto magnético, y mientras me explicaba mis responsabilidades, no pude evitar que mi vista descendiera a sus labios, que se movían con una sensualidad discreta. Su voz, ligeramente ronca, tenía un timbre que me erizaba la piel.—El almuerzo estuvo delicioso, Emiliano, gracias. —Me gustaría invitarte a cenar esta noche —dice, y una punzada de excitación recorre mi cuerpo—. ¡Acepta! Apenas ha pasado un día y ya me extiende una nueva invitación. —S... Sí, acepto —articulo, sintiendo un ligero temblor en la voz. Su rostro se ilumina con una sonrisa que denota satisfacción por mi respuesta. —Paso por ti esta noche a las ocho. —Está bien, te espero. Estaré lista a esa hora. El día transcurre entre el trabajo y la creciente anticipación. Los minutos se deslizan con una rapidez inusual, y sin darme cuenta, la hora de salida se aproxima, dejándome con una sensación de dulce agotamiento. Cada uno se despide y emprende el camino a casa. Me despidió de mi jefe con un "hasta la noche" que resuena en mi mente mientras salgo del edificio y camino hasta la parada de autobús. Levanto la mano al primer taxi que diviso en la distancia. Llega y me deslizo en el asiento trasero. Al entrar en casa, encuentro a mi madre en la sala, disfrutando de una taza de té en solitario. —¡Buenas tardes, madre! ¿Qué haces tan solita? ¿Dónde está mi papá? —le doy un beso y un abrazo cálido antes de sentarme a su lado. Mi madre es mi ancla, mi confidente; sin ella, mi mundo se tambalearía. —Hola, hija. Tu padre aún no ha regresado. ¿Cómo te fue hoy? Espero que hayas tenido un buen día de trabajo, aunque te ves un poco cansada. —Sí, madre, muy bueno, movido y productivo. Mi jefe me invitó a almorzar hoy y también a cenar esta noche. ¡Acepté la invitación! —la miro, esperando su reacción. —Mmm... ¿Fue por asuntos de la empresa o por motivos personales? —pregunta con una curiosidad palpable. —Bueno, mamá, el almuerzo sí fue debido al éxito de la reunión de hoy. En cuanto a la cena, no tengo idea. Simplemente me invitó y acepté. No le veo nada de malo. —Me alegro mucho de que la reunión haya sido un éxito, ya que ahora trabajas para ellos. Pero debo decirte que se me hace muy extraño que también te haya invitado a cenar. Debes tener cuidado, seguramente tiene algún interés. —Tranquila, mamá, mi jefe no es mala persona. Cuando lo conozcas, te darás cuenta. —Hablamos en un rato, voy a ducharme, ya es tarde. Entro al baño y me sumerjo en una ducha de agua caliente, dejando que las preocupaciones del día se desvanezcan con el vapor. Salgo poco después, envuelta en una toalla. Diez minutos después, mi madre entra en mi habitación. —¿Qué sucede? Te noto indecisa. ¿No quieres asistir a la cena con tu jefe? —No es eso, mamá. Es que aún no decido qué vestido ponerme, si el blanco o el rojo. —Bueno, hija mía, te recomendaría el de color blanco. Te hace ver como un ángel y, además, resalta el color de tus ojos de una manera muy especial. —Gracias, mamá, no sé qué haría sin ti. —De nada, cielo. Aunque no está de más recordarte que tengas cuidado con ese hombre. Apenas lo conoces y no sabes cuáles son sus intenciones. ¿Desde cuándo un jefe invita a su asistente a dos comidas el mismo día? —Sí, mamá, lo tendré presente. Pero, como te dije antes, él es buena persona. Los minutos se escurren, acercándose la hora acordada para la cena. De repente, un suave "toc, toc, toc" resuena en la puerta de entrada. ¡Qué raro que no hayan tocado el timbre! —Voy a ver quién llama —anuncio, intrigada. —Buenas noches, señora. Mi nombre es Emiliano Ferrer, para servirle. Soy el jefe de Antonella y vengo por ella para ir a cenar. ¿Usted debe ser su madre? —Buenas noches, joven. Pase adelante, sí, soy la madre de Antonella, Georgina. Enseguida viene; puede tomar asiento. Y justo cuando Georgina se disponía a bombardearlo con preguntas sobre la inusual invitación a cenar, Antonella aparece, radiante y hermosa. Emiliano se queda momentáneamente sin palabras, con la boca ligeramente abierta mientras la observa acercarse. —Pareces un ángel caído desde los mismísimos cielos —exclama, olvidando por un instante la presencia de la madre del "ángel". Su rostro se tiñe de un rojo carmesí. Georgina arquea una ceja izquierda al escuchar las palabras de Emiliano. —Buenas noches, ¿lista para irnos? —pregunto, intentando aligerar el ambiente. —Por supuesto, vamos. —Nos vemos, mamá —me despido con un beso en la mejilla. —Hasta luego, señora. Fue un placer conocerla. —Hasta luego, que tengan una bonita cena, buena noche. Salimos de la casa y nos dirigimos al auto. Emiliano abre la puerta con un gesto cortés, permitiéndome subir. Una vez ambos dentro, pone el coche en marcha rumbo al restaurante. Durante el trayecto, siento su mirada constante, aunque discreta. —Todos en el restaurante quedarán como yo, con la boca abierta al ver llegar semejante ángel —dice con una sonrisa que me enternece. —¿Cómo crees? Seguro que eso le dices a muchas —replico con un tono juguetón. Quince minutos después, llegamos al restaurante. —Buenas noches, señor. ¿Me permite estacionar su auto, por favor? —Buenas noches, sí, por supuesto. Muchas gracias. —Buenas noches, señor Ferrer, pasen adelante. Su reservación está lista —el mesero nos guía a una mesa elegantemente dispuesta—. En seguida los atienden. Feliz velada. —Muchas gracias. —Buenas noches, bienvenidos. Aquí tienen la carta. ¿Antes de elegir, qué desean tomar? —Bueno, primero quisiera una botella de vino Barolo, por favor. —Excelente elección, es uno de los mejores vinos que tenemos, señor Ferrer —se retira el mesero. —He notado que te gusta el vino. En ambas comidas lo has solicitado. —La verdad, sí, me gusta disfrutarlo, especialmente acompañando la comida. ¿Sabías que no todos los vinos son iguales? Su sabor, su aroma, su cosecha e incluso dónde fue almacenado son factores cruciales para distinguir un buen vino de uno mediocre. —Vaya, vaya, resultaste ser un experto en vinos —digo con una sonrisa divertida. —Por ejemplo, este que acabo de pedir se produce en la región de Piamonte, en el norte de Italia, y se elabora con la variedad de uva Nebbiolo, una uva de grano pequeño y piel gruesa con un alto contenido en ácidos y taninos —lo escucho atentamente, fascinada por la forma en que sus labios pronuncian cada palabra con convicción. —Me sorprendes. Debiste ser productor de vinos en lugar de presidente de la empresa. Tienes un conocimiento profundo sobre el tema. —Es que los vinos son mi pasatiempo. Me gusta aprender sobre ellos. No te imaginas la gran variedad que existe y lo maravillosos que son. El mesero se acerca con nuestra orden y procede a servir ambas copas. —Disculpe, señor, ¿podría traerme un risotto, por favor, y de postre un tiramisú? —Emiliano: A mí me trae una lasaña y una ensalada, por favor. —Enseguida, con su permiso. —Así que te gustan los postres. Eres una caja de sorpresas. —Sí, no pude resistir la tentación. Es uno de mis postres favoritos, me trae muchos recuerdos de mi niñez. ¿Y a ti no te gusta ningún postre? —Sí, por supuesto, pero solo los que prepara mi nana Ana. Son exquisitos. Pronto la conocerás, se llevarán muy bien. Es la mujer que me ha enseñado todo en la vida, y gracias a ella soy el hombre que soy. —Es bueno saberlo, y espero algún día probar sus postres. ¿Y tu padre no logró verte en tu casa? —Mi padre es un hombre ocupado y trabajador. Un poco sobreprotector conmigo, pero también es muy buena persona. —Espero algún día conocerlo, claro, si tú me lo permites. —Te puedo hacer una pregunta. ¿Por qué tanto interés en mí y en conocer a mi familia? —lo observo con atención, buscando alguna señal que me advierta—. Huye. Él sonríe y guarda silencio durante unos segundos, como si estuviera ordenando sus pensamientos. —La verdad es que desde que te vi, mi corazón quedó cautivado por tu hermosura y por el color de tus ojos, que me tienen como un adolescente enamorado. Su directa confesión me toma por sorpresa. Un rubor cálido asciende por mis mejillas, y me cuesta mantener la mirada. —Eso le dirás a todas las mujeres con quienes has salido. —¿Cómo puedes pensar eso? No soy de andar enamorando a toda aquella que se cruza por mi camino, y cuando lo hago es porque realmente estoy interesado en esa persona. Poco después, el mesero regresa con nuestra comida. —Buen provecho, disfruten de su comida. —Espero no haber sido inoportuno al decirte esas cosas, pero siempre me gusta ir al grano y decir la verdad. Y lamento si te hice sentir incómoda. —No te preocupes, me gusta que seas totalmente sincero. —Siempre lo he sido, y más aún cuando se trata de confesarle mi afecto a la persona que me gusta. Y tú me gustas demasiado desde el primer día en que te vi. Ese día, cuando tuviste la entrevista de trabajo, cambiaste mi vida. —Yo... yo también tengo que confesarte que desde ese día me sentí atraída... y nunca imaginé que alguien como tú pudiera fijarse en alguien como yo. Tu clase social es muy diferente a la mía, y esto que estamos sintiendo jamás podría pasar. —Estás equivocada, Antonella. En el amor no hay clase social que distinga. Y sí podría pasar. Yo no tengo prejuicios ni veo clases sociales. Para mí, todos los seres humanos somos iguales, y no entiendo por qué alguien con dinero debería creerse superior a quien no lo tiene. Al contrario, quien más tiene debería ayudar a quien menos tiene. La cena llega a su fin. Salimos del restaurante camino al auto. Emiliano, al abrirme la puerta, toma mi mano y, con un suave tirón, me coloca frente a él y procede a besarme con una pasión inesperada.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR