CAPÍTULO 4
ANTONELLA SALVATORE
QUIERE SER MI NOVIA.
Salimos del restaurante directamente al auto. La cena había sido un encanto: la música suave acunando el ambiente acogedor, la atención impecable del personal y la exquisitez de cada bocado deleitando mi paladar.
Al llegar al coche, la sorpresa me asaltó de improviso. Sentí su mano tomar la mía, un suave tirón que me acercó hasta colisionar suavemente contra su pecho. Antes de que pudiera reaccionar, sus labios se posaron sobre los míos.
Era mi primer beso, una experiencia que se sentía delicada pero cargada de una palpable ansiedad por su parte. Me dejé llevar por la sensación desconocida; sus labios eran tan suaves que, casi al instante, me encantaron. No quería que ese contacto terminara. Se separó lentamente, sus ojos buscaron los míos en un silencio expectante. No sabía qué decir ni qué hacer. Un torbellino de nerviosismo me invadía.
Él rompió el silencio con una disculpa suave.
—Eh, perdón por mi atrevimiento, Antonella, pero no pude resistir la tentación de probar tus labios.
Un rubor intenso coloreó mis mejillas. Estaba hecha un manojo de nervios, mis pensamientos se atropellaban, pero una certeza brillaba con fuerza: me había gustado, y anhelaba más. Quería sentir nuevamente la suavidad de sus labios sobre los míos.
—¡No sería más fácil pedírmelo! —dije con una sonrisa tímida, susurrando muy cerca de sus labios.
—Oh, bue… —balbuceó, visiblemente desconcertado. Lo siguiente que dije no tenía nada que ver con la reciente intimidad.
—Todo fue maravilloso esta noche, gracias por la cena y por tu grata compañía. Me gustó descubrir esta faceta tuya fuera de la oficina —expresé con sinceridad—. Emiliano, me llevo una impresión muy positiva de ti.
Nos separamos, y él esbozó una sonrisa encantadora. ¡Dios, qué vergüenza!
—Me halagas, y la noche aún no ha terminado. Fue encantador compartir este tiempo también, ver otra versión de ti, Antonella, la mujer más allá de la asistente. Y puedo decirte que me gustas, y siento que ese sentimiento seguirá creciendo.
Antes de que pudiera subir al auto, volvió a tomar mi mano. Volteé a verlo, mis ojos se clavaron en los suyos, luchando por no dirigir mi mirada a su boca.
—¿Vamos a caminar un rato? ¿En otro lugar, te parece?
Su cercanía me puso nerviosa, y asentí en silencio. Él sonrió, interpretando mi respuesta.
—Sí, claro.
Subí al asiento del copiloto y observé a Emiliano rodear el auto. Entró y puso el coche en marcha. No sabía nuestro destino, pero sentía una creciente confianza en él.
Lo observé de reojo mientras conducía, concentrado en la carretera. Las luces de la ciudad pasaban como destellos en la oscuridad. Yo estaba inmersa en mis pensamientos, repitiéndome una y otra vez: "¡Me besó! ¡Me besó!". Una emoción embriagadora me invadía.
Ninguno de los dos pronunció palabra. El silencio era cómodo, casi cómplice. En un instante, lo escuché decir:
—Llegamos.
Volteé a verlo, incrédula. No me había dado cuenta del tiempo transcurrido.
—¡Llegamos! —dije, con un tono de sorpresa.
—¡Vamos!
Salió del coche y abrió mi puerta. Me ofreció su mano, la acepté y salí. Cerró la puerta con un suave clic, que supuse era el seguro o la alarma, y sin soltar mi mano, me guio hacia un parque cercano. Caminamos un rato hasta llegar a un lugar con una iluminación tenue y encantadora.
—Qué hermoso lugar y qué vista maravillosa. Me gusta mucho —comenté con sinceridad.
Me giré y no esperaba encontrarlo tan cerca. Sus hermosos ojos color miel me hechizaron nuevamente, y una oleada de nerviosismo me recorrió. Noté que nuestras manos seguían entrelazadas; eso explicaba su proximidad. Sentí una extraña sensación en el estómago, un torbellino de emociones que no podía definir.
—Sí que lo es, y tu presencia lo hace aún más especial. Antonella, debo confesarte que esta noche ha sido lo más hermoso que me ha pasado en mucho tiempo. También quiero confesarte que me gustas, y mucho, más de lo que puedas imaginar.
Se acercó aún más, su mirada descendió a mis labios, y nuevamente no supe qué decir ni qué hacer. ¿Me besaría de nuevo? Me quedé inmóvil, porque, a quién quería engañar, deseaba que lo hiciera con todo mi ser. ¿Cómo le decía que él también me gustaba?
Sentí el suave roce de sus labios contra los míos, una sensación única e indescriptible. Un beso tierno, dulce, pero cargado de un deseo latente, me embriagó por completo. No quería que se detuviera. Sus labios eran tan suaves... no podía creer que estuviera sucediendo otra vez. Me besaba, y yo estaba más que dispuesta a sentir la delicadeza de su contacto.
Nos separamos lentamente, nuestros ojos se encontraron en un silencio elocuente. Un anhelo profundo me impulsó a buscar sus labios nuevamente, y al parecer, leyó mis ojos o mis pensamientos. Colocó sus manos alrededor de mi cintura, atrayéndome hacia él. Mis manos se posaron sobre su pecho. Miró mis labios otra vez y se abalanzó sobre ellos. Este beso fue más intenso, cargado de un deseo, una pasión y quizás una incipiente lujuria que me hizo temblar.
Sentí algo dentro de mí que nunca antes había experimentado: un escalofrío que se mezclaba con un calor repentino, mi corazón latiendo a una velocidad vertiginosa, un ligero dolor punzante en el vientre, una punzada extraña en mi zona más íntima. Me gustaba, pero al mismo tiempo me asustaba esta nueva sensación.
Cortamos el beso, y sentí que me faltaba el aire. Respiré hondo y vi un atisbo de vergüenza en los ojos de Emiliano. No supe si él había notado la extraña reacción de mi cuerpo.
—Puedo sumar a mi lista de las cosas que me gustan de ti... tus besos —dijo con una sonrisa encantadora. —¿Quieres ser mi novia, Antonella?
Un nuevo rubor invadió mis mejillas ante su pregunta directa.
—Puedo confesar que también desde hoy "tus besos" pasan al primer lugar de mis favoritos, y tú me gustas, Emiliano. Y sí, acepto ser tu novia.
—No sabes lo emocionado e ilusionado que estoy. Me haces muy feliz. Tenía mis dudas, lo confieso, tenía miedo a que me rechazaras.
—Yo también tengo miedo, Emiliano. Todo esto es nuevo para mí. No me defraudes, por favor.
—No lo haré.
Nos abrazamos, compartiendo este momento especial. Su cuerpo cálido me envolvió en sus brazos, y me hundí en su pecho, inhalando su perfume embriagador. El calor que emanaba de él me reconfortó. Podría permanecer así toda la vida.
Levanté la cabeza y lo miré. Él bajó su mirada, y esta vez fui yo quien buscó su boca. Mordí suavemente su labio inferior y lo chupé, provocando un gemido ahogado en ambos por la intensidad del beso. Emiliano cortó el beso y luego me dio dos besos más, suaves y rápidos.
—¡Vamos! Debo llevarte a casa de tus padres. ¡No quiero darle a tu madre ningún motivo para no quererme cerca de ti!
—Está bien, no te preocupes. Cuando mi madre te conozca bien, te querrá. Mi padre es más reservado, pero es un buen hombre y justo. Una vez que te conozca, no habrá ningún problema con él. Se van a llevar bien.
Caminamos abrazados hacia el auto. Una vez dentro, nos pusimos en marcha. En el camino, tomó mi mano y la apretó suavemente. Emiliano era parco en palabras, pero cuando hablaba era directo y, a su manera, expresivo. Y eso, por ahora, me encantaba de él. Todo en él me gustaba.
—¿Tus papás me aceptarán como tu novio?
—¿Por qué? —pregunté, sorprendida—. ¿A qué viene eso ahora?
—Es que... no sé cómo son ellos. ¿Me querrán como tu novio? Somos de clases sociales muy diferentes. Yo no pertenezco a tu mundo, no tengo un apellido reconocido, además... soy tu jefe.
Emiliano se desvió de la carretera, buscó la orilla y detuvo el auto. Se giró hacia mí, acercándose hasta que nuestros ojos se encontraron.
—Le hablaré a mis padres de ti y luego organizaremos una comida para presentarlos. Y si quieres, podemos incluir a tus padres también. Te dejo elegir: ¿lo hacemos por separado? Primero me presento con tus padres, luego con los míos, y más adelante nos reunimos todos. ¿Qué te parece? En cuanto a la diferencia de clase social, te repito que no me importa lo que piensen los demás, ni siquiera mis padres. Solo me importas tú y que quieras estar conmigo. Quiero que confíes en mí, por favor.
Le sonreí y lo abracé, agradeciéndole con un apretón la seguridad que transmitían sus palabras.
—Lo haré. Voy a confiar en ti.
Regresamos a la carretera y en un santiamén estábamos frente a mi casa.
—Nos vemos mañana en la oficina —le dije, regalándole un beso corto.
—Hasta mañana, principessa.
Salí del auto y caminé hacia la puerta. Justo cuando iba a tocar, mi madre la abrió. Volteé a ver y Emiliano alzó la mano en señal de despedida antes de marcharse.
Entré en casa sintiéndome feliz. Al parecer, mi madre lo notó.
—Te veo contenta, bella, y hay algo diferente en tu mirada: un brillo que no había visto antes. ¿Quieres contárselo a tu madre?
—Mañana, mamá. Estoy cansada y tengo que levantarme temprano para ir al trabajo. Y sí, estoy contenta. La cena salió mejor de lo que imaginaba, y eso es motivo suficiente para ser feliz. Por cierto, madre, ¿dónde está papá? —pregunté.
—Está en la habitación esperándome, pero no podía acostarme sin saber que ya estabas en casa. Y como ya estás aquí, voy a subir.
Ambas subimos a nuestras respectivas habitaciones. Antes de entrar, le di un abrazo fuerte y le dije cuánto la quería. Ella respondió con un "yo más" cariñoso.
Entré en mi habitación y me dejé caer en la cama. Quería gritar y saltar de alegría. Estaba emocionada. Decidí calmarme, me levanté y fui al baño a darme una ducha rápida. Salí, busqué mi pijama y regresé a la cama. Cerré los ojos, pensando en él. Lo que había pasado esta noche entre nosotros era algo completamente nuevo para mí. No sabía qué dirían mis padres cuando se enteraran de que tenía novio. ¡No podía creerlo! Tenía novio. Decidí dormir. Ya ansiaba que llegara mañana para volver a ver a Emiliano. ¿Qué me habías hecho? Desde ya deseaba no separarme de ti nunca. Y sin darme cuenta, me entregué a los brazos de Morfeo.