Capítulo 1

896 Palabras
Ushuaïa Ibiza Beach Hotel, Ibiza, España Agosto de 2011   Ibiza parecía estar muerta antes del estreno del Club Ushuaïa, o eso pensaban los ibicencos. El consejo de administración del Palladium Hotel Group había tardado en aceptar la propuesta de Jorge Matutes, creador del hotel discoteca situado junto al aeropuerto de la isla balear, pero al final aceptaron la idea, tras mucha insistencia de parte de Jorge.   Este hotel ha sido la casa de Victoria y Alejandra Matutes, hijas de Jorge, desde que estuvo listo en febrero. Su madre, Marta, también estaba involucrada para lograr la apertura del mismo y ambos necesitaban tener a sus hijas cerca, aunque en la isla todo estaba cerca.   Victoria, de trece años recién cumplidos y Alejandra, con casi catorce, sabían que eran herederas de un gigantesco legado en el sector turístico y a pesar de ser un trabajo difícil, una de ellas estaba segura de querer seguir el camino y esa era Alejandra. En cambio, Victoria no tenía ni la menor idea sobre que hacer en el futuro.   La más joven de la familia Matutes era mucho más arisca con el tema de los hoteles, no le gustaba nada que tuviera que ver con el turismo. Lo que ella amaba era el fútbol, para ser exactos. La castaña parecía tener una obsesión cuando se trataba del deporte más bonito del planeta. Toda la familia Matutes es del FC Barcelona, pero su hermana y ella eran las ovejas negras, Victoria rojiblanca y Alejandra merengue.   El hotel tenía un mes abierto para el público y desde que comenzó el auge, cada atardecer Victoria lo pasaba en la Playa d'en Bossa, que estaba conectada con el hotel a través de un hermoso muelle. Había una pequeña cabaña al bajar el puente, en la que sólo su familia, ella y su mejor amiga, Candela, tenían permiso para entrar y ese era su lugar favorito en todo el mundo, porque podía alejarse de los turistas y dar toques a un balón hasta que sus delgadas y largas piernas se cansaran.   Y hoy era un día de esos, veintitrés de agosto, en el que la adolescente estaba jugando en la arena, con una pelota del Atlético que su padre le había traído de su último viaje a la capital española. Estaba extrañando a su mejor amiga, pero la misma estaba pasando el verano con su familia en Argentina, aunque allá es invierno. Algo extraño todo lo de las estaciones por allá.   —¿Vic? ¿Dónde estás? —la dulce voz de su madre retumba hasta llegar a sus oídos—. Aquí estás, amor, mírame un segundo.   Victoria alza su mano como saludo, pero no le presta mucha atención, porque estaba intentando romper su récord de veintiséis toques al balón. Su ceño estaba fruncido y se estaba mordiendo el labio inferior cada vez más, buscando la concentración necesaria.   —Veinticuatro, veinticinco —susurra—. ¡Veintiséis! Veintisiete, veintiocho. ¡Mamá, hice veintiocho! ¡Lo logré!   La adolescente sale corriendo a abrazar a su mamá, llenándola de una ligera capa de sudor. Marta la abraza y es ahí cuando la pequeña se da cuenta que su madre no estaba sola, ¿de quiénes eran esas risas que acompañaban la suya?   —Mira, amor, te voy a presentar a una amiga. Ella es Amaya Arzallus, hicimos juntas el bachillerato en Donostia y nos topamos en el hotel hace un rato. Ellos son sus hijos, Pablo y Álvaro, son todos contemporáneos con ustedes. Son de San Sebastián, ¿recuerdas la playa...   —La playa de la concha —termina de decir la joven—. Quedé enamorada de ese lugar. Mucho gusto, yo soy Victoria Matutes, pero pueden llamarme Vic.   La señora y su hijo mayor le sonríen a Victoria, mientras el de rulos descontrolados baja la cabeza inconscientemente, pero todos pudieron notar sus mejillas ruborizadas.   —¿Juegas al fútbol, Victoria? —le pregunta la vasca—. Eres muy buena, eh.   —No profesionalmenge, sólo me gusta pasar el rato.   —¿Cuántos años tienes? Digo, te expresas demasiado bien y te ves súper pequeña —salta Pablo curioso.   —Recién cumplí los trece. ¿Queréis jugar al fut conmigo? Falta poco para que anochezca.   Es ahí cuando Álvaro alza la mirada y conecta sus ojos con los de Victoria, causando que un raro escalofrío recorriera el cuerpo de la chica. El castaño amaba el fútbol, es por eso que está en las inferiores de la Real Sociedad, el club de sus amores.   —Yo paso, pero Álvi seguro que que quiere, él es futbolista, juega con la Real Sociedad —responde Pablo.   —¿Juegas muy bien, entonces? —le pregunta, buscando que soltara alguna palabra—. Vamos, no seas tan callado, niño. No muerdo, vasco, aunque probablemente vayas a perder.   Álvaro abre la boca y Vic suelta una risita, él no la pintaba tan lengua suelta. —¿Crees poder ganarme? Lo dudo mucho, ibicenca.   La castaña se lo toma a pecho, es demasiado competitiva cuando se trata del fútbol. El de rulos le muestra una sonrisa y Matutes parece caer rendida.   Es así como, de la nada, nace una amistad. Una amistad que quizás pudo haberse roto con el pasar del tiempo y la distancia, pero el verano en Ibiza era su hogar y siempre podrán volver a él cuando se extrañen.
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