Así la había conocido, como niñera en los Hamptons. Era buena con los niños. Sin embargo nunca la había visto mirar con esa mirada tan tierna y amorosa a uno de los que cuidaba cuando la conoció.
— ¿Qué clase de carrito es éste? ¿Al hijo de quién cuidas ahora, que no pueden proveerte de algo más decente? — pues el carrito estaba bastante venido a menos.
Ella se puso colorada,
— Este carrito es mío, y la niña también — le respondió alzando la barbilla orgullosa. Pues quizá casi la había atropellado, pero no se dejaría pisotear por ese hombre, nunca más. —. Y si me 'disculpas' — agregó con sarcasmo — muy agradable este intercambio pero llego tarde a un lugar...
— ¿Para dónde vas?
Ella pensó con ironía que se acordaba tarde de ella y su hija pero se abstuvo de decir lo que pensaba.
Volvió la cabeza para controlar a la niña y decidió ignorarlo.
El notó que había adelgazado. Aunque sus pechos estaban más grandes.
Siempre había tenido un cuerpo escultural, un cuerpo que lo enloqueció...y lo sedujo haciendo que cayera en sus garras justamente como un niño con un maldito dulce.
Él se irritó al verse completamente ignorado, y le volvió a preguntar lo mismo. Ante su falta de respuesta finalmente le dijo,
— ¿ No piensas contestar???
Ella temblaba por dentro. Una mezcla de sentimientos la atormentaban. Los recuerdos de los hermosos momentos compartidos en Los Hamptons empañados por ese suceso horrible cuando él creyó que ella robó, eso le había costado su trabajo en la agencia...
— Voy aquí, a unas diez cuadras...— le contestó esquivando su mirada.
No entendía para que le preguntaba, como si le importara algo de ella. Pedazo de hipócrita.
— Puedo alcanzarte, me queda de paso — acotó él.
Ella quería decirle en la cara todo lo que pensaba, pero se contuvo.
–NO GRACIAS –contestó con firmeza, prefería un viaje al infierno ida y vuelta antes que subirse a ese auto.
– Estás empapada y con un bebé, llueve, no seas idiota por favor – el tono de él era de frustración.
Se imaginó que lo estaría demorando con algún compromiso.
Él la había tomado del brazo y la estaba guiando hacia el coche, la bebé lloriqueaba y empezó a llover con más fuerza.
Ella, rendida, se dejó llevar.
— Espera, la carriola — dijo ella.
El analizó tirarla a un costado, intentó doblarla fastidiado y la cosa se rompió.
Sacó las mantas y el oso de peluche y se lo alcanzó a ella que ya se estaba acomodando detrás con su bebé. Y no llegó va ver qué dejó a un costado el cochecito del bebé.
– Dime la dirección – demandó con voz cansada. Ella le dió el dato y él arrancó el auto.
Vió que ella protegía a su bebé pero llegó a ver un par de enormes ojos oscuros que lo miraban curiosos. Lindos ojos, pensó. Seguramente rompería corazones como su madre al crecer. Lástima. Ojalá no fuera también una ladrona mentirosa.
No pudo evitar que le picase la curiosidad
– ¿Vas a una cita o es algo de trabajo?
– Es algo personal — dijo ella esquiva.
Él la miró interrogante por el espejo retrovisor, y ella suspiró cansada.
— Me mudo con una amiga. — dijo escueta — Estoy aprovechando el tiempo de su almuerzo para la mudanza...
Ella creyó que Trish ya se habría ido para ese momento pero para su completo alivio la estaba esperando en las escaleras.
Mientras que ella se apresuraba, él salió del auto para sacar las cosas que metió en el auto.
Ella habló brevemente con su amiga, que le dió la llave y se fue con rapidez.
Listo, pensó él. Tema solucionado. Sin embargo sentía cierta incomodidad lo cuál un poco lo irritaba. Se le cruzaron algunas imágenes eróticas por su mente. Ella sobre él con ese cabello rojo como un manto sobre la espalda. Trató de alejar el recuerdo, aunque no pudo evitar ponerse incómodo.
Ella subió los escalones, se dió vuelta y le dijo,
— Te agradezco por traerme hasta aquí, ya puedes seguir con tus cosas — expresó ella con toda la altivez que le fue posible lo cuál lo irritó aún más.
— Toma — dijo él y le extendió las cosas de su hija y las suyas. ¿Era idiota? ¿Acaso no veía que tenía a la niña en brazos y no podía agarrar nada más?
— Déjalo arriba al costado de la puerta por favor, que no puedo...— pedazo de imbécil, pensó por dentro.
Su hija se empezó a inquietar y lo que menos quería ella era que él notara algún parecido.
Después de lo que le hizo, había perdido todo derecho como padre en lo que a ella refería.
Al principio, se había sentido impresionada por él, cuando lo conoció. La deslumbró.
Pero cuando eligió creerle a esa bruja que la tildó de ladrona por sobre ella, el hechizo se esfumó. La carroza se transformó en calabaza y el cuento de hadas terminó, de la peor manera posible claro.
Ella finalmente pudo controlarse y abrir la puerta.
— Bueno, ya está — le dijo ella de forma elocuente al hombre que esperaba con ¿caballerosidad? a que entrara. Jaja.
Un caballero de armadura oxidada únicamente. Ella quería que se vaya de una puta vez.
Pero él entró las cosas al apartamento pequeño de soltera, que iba a compartir con su amiga.
Al lado de su piso le parecería pobre, seguro.
Los ojos de él se clavaron en ella con algo parecido a la pena, el colmo señores.
— Perdona, ¿me podrás alcanzar el carrito? No vi cuando lo guardaste en el coche — dijo ella y frunció el ceño.
— ¿Esa carcacha? La tiré — dijo despreocupado y ella quiso simplemente matarlo. ¿Cómo se atrevía él?
Sintió sus ojos llenarse de lágrimas. ¿De dónde sacaría otro?
— ¿Cómo te atreviste? — le reprochó indignada —. Claro. Para ti es fácil porque tienes dinero, ¿sabes qué? mejor no me hubieras "ayudado" Gracias por nada. YA VETE DE UNA VEZ — le gritó enojada.
¿Cómo se atrevía ella a hablarle así encima de que la había sacado de la lluvia???
— Imagino que con lo que obtienes de robarle a tus clientes incautos podrás conseguir algo mejor — espetó furioso y se marchó.