A la mañana siguiente Kleo se encontró con Niko y Laura desayunando.
La primera se sintió un poco incómoda ya que estaba interrumpiendo la rutina normal de la pareja al estar ahí presente.
—Buenos días.—susurro mientras tomaba asiento al otro lado de la mesa, dónde descansaba un plato con desayuno el cual suponía que era de ella.
—Pensamos que te despertarías un poco más tarde.—dijo Niko mientras le daba un sorbo a su taza de café. Este ya estaba aseado y listo con su uniforme de enfermero.—Deberias descansar, aún no estás completamente recuperada del choque.
—No podía dormir.—se excuso Kleo. Había estado haciendo tiempo en la habitación para no interrumpir. Luego se había quedado en el baño por un buen rato, pero al final no tuvo más opción que enfrentar la realidad.—Ademas, la pierna casi no me molesta.
—Bueno, pues hagamos algo con tus ánimos.—dijo Laura levantándose de su asiento con su plato ya limpio.—Niko me comentó lo que quieres hacer. Tenemos que hablar más a fondo para saber que tanto te beneficia divorciarte de tu esposo.
Kleo se removió en su silla sintiéndose más incómoda de lo que una persona recién levantada podría estar. Ese tema lo que menos hacía era levantarle el ánimo.
—Bueno, yo…le pedí el divorcio a James.—empezó la rubia con inseguridad. Era notable que se estaba arrepintiendo de su decisión.—Y me gustaría que me ayudes ya que no conozco a ningún otro abogado de confianza.
—He redactado un acuerdo según lo que Niko me dijo, lo hice anoche, yo tampoco pude dormir. ¿Puedes venir conmigo a la habitación?—Laura la miró con sus ojos azules intimidantes, que de alguna forma la hicieron sentir regañada.
Kleo se levantó del asiento y la siguió. Cuando estuvo dentro de la habitación que Laura y Niko compartían una punzada de celos le atravesó el pecho.
Señales de su vida en pareja decoraban la estancia. Algo que ella no tenía, ya que durante dos años había dormido en una habitación separada de la de su esposo.
Al principio no le importaba. Respetaba la decisión de James, ya que tenía la certeza de que podría hacerlo cambiar de parecer. Sin embargo, estar parada frente a Laura, esperando que está le entregará el documento del divorcio, era una clara prueba de que no lo había conseguido.
—Es solamente para que se lo presentes, para que así el divorcio se vuelva oficial. Ya más adelante, cuando establezcas que es lo que quieres con este divorcio se volverá a redactar bajo el consentimiento de las dos partes.
Kleo tomó el documento, para ser de papel pesaba como si tuviera hecho de plomo. La rubia lo examinó. El documento estaba perfecto así como estaba. No creía que tendrían que cambiar algo.
—Toma esto también. —Kleo alzó la mirada, la novia de su amigo le estaba dando una muda de ropa.—Dudo que desees volver a esa casa luciendo el mismo atuendo.
Laura le dio una sonrisa amable que a Kleo se le antojo penosa.
—Gracias.—no le quedó otra opción.—Creo que lo mejor será volver ahora, así adelanto el proceso del divorcio.
—Esta bien. Cualquier decisión que vayas a tomar me avisas, de esa manera sabré cómo proceder.
—Gracias, Laura.
—No tienes que hacerlo, Kleo. Es un placer ayudarte.
Kleo salió de la habitación y se encerró en la que había pasado la noche.
***
Kleo tomó aire frente a la puerta de aquella casa que durante dos años compartió con James. Su mano tembló un segundo antes de presionar el timbre, aunque sabía que aún tenía las llaves. No quería parecer una intrusa, pero tampoco quería volver a entrar como si todo estuviera bien.
Para su gran suerte, la persona que abrió no fue James, sino Markos, el mayordomo.
—Señora Kim… —el hombre parpadeó, evidentemente nervioso—¿La puedo ayudar en algo?
Kleo asintió con una sonrisa breve.
—Solo necesito entrar un momento, Markos. No será mucho.
El hombre dudó unos segundos, pero luego se hizo a un lado recordando que su jefe le había pedido que lo llamara en cuanto la señora regresará.
Kleo cruzó el umbral con paso firme aunque sus piernas temblaban. No sabía si esperaba que le negaran el acceso o si, en el fondo, deseaba que alguien la detuviera. Lo cierto era que sentirse invisible incluso al regresar a su propia casa dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Gracias —susurró.
La casa estaba silenciosa, y ese silencio pesaba. Caminó por el vestíbulo como si pisara un terreno ajeno. A su alrededor, los mismos cuadros, las mismas lámparas, los mismos jarrones. Todo perfectamente colocado como si nada hubiese cambiado. Pero para ella, ya nada era igual.
Solo había transcurrido un día desde su decisión, pero sentía que este espacio era ajeno a ella.
Pasó por el salón, donde alguna vez lo vio sonreír mientras hablaba por teléfono con sus socios, nunca a ella. Y por el comedor, donde solía sentarse sola, con la excusa de que James siempre trabajaba hasta tarde. Lo cual era absurdo ya que ella trabajaba en el mismo lugar.
Algunos recuerdos eran buenos… pero no los suficientes.
Kleo subió las escaleras con lentitud. Sabía que su habitación no había sido tocada. James ni siquiera entraba allí. Era su rincón olvidado.
Al abrir la puerta, el aire olía igual. A su perfume, al del jabón con el que se lavaba la ropa de cama. Todo intacto. Caminó hasta el armario y sacó su maleta. El sonido del cierre al abrirse fue como una sentencia. Empezó a guardar ropa interior, algunas blusas, pantalones cómodos. No iba a llevarlo todo. No aún.
Aún no estaba lista. Primero tendría que organizarse y buscar un lugar en dónde vivir.
Ese pensamiento le sonó a excusa. Era como si estuviera dejando cualquier objeto que la obligará a volver al lado de James.
Mientras buscaba una bufanda en el cajón inferior, no escuchó pasos. No sintió la presencia detrás de ella. Fue la voz de James la que la sacó del trance.
—Vaya… —dijo con tono mordaz—Tienes agallas para presentarte aquí después de lo que hiciste. Últimamente te estás superando cada vez más.
Kleo se incorporó lentamente. No iba a girar la cabeza como una culpable. Cerró el cajón con calma y se volvió a mirarlo.
James estaba de pie en el umbral de la puerta. Tenía los brazos cruzados, el rostro serio, aunque su expresión estaba marcada por una mezcla de fastidio y sorpresa.
Estaba segura que el mayordomo le había informado que se encontraba aquí. Esa era la única explicación para que James estuviera fuera de su trabajo antes de tiempo.
—No sabía que ahora venir por mis cosas era considerado una ofensa —replicó ella con calma.—Además, no he hecho nada malo.
—Te dije que si salías esa noche, no habría vuelta atrás —espetó él, dando un paso dentro de la habitación—Pensé que te había quedado claro.
—Y lo entendí perfectamente —respondió Kleo, sin retroceder ni un centímetro—No he venido a pedirte permiso, ni mucho menos a rogarte. Solo vine a recoger lo que es mío.
James se rio por lo bajo, una risa seca y sin gracia.
—¿Y ahora te crees valiente?
—No me creo nada. Lo soy.
Él la miró en silencio por unos segundos, evaluándola, como si no reconociera a la mujer frente a él. Kleo sacó de su bolso el documento que Laura le había preparado. Se lo extendió sin vacilar.
—Esto es para ti.
James no lo tomó de inmediato. Solo lo miró, frunciendo el ceño.
—¿Qué es esto?
—Un borrador del acuerdo de divorcio —dijo con firmeza— Puedes leerlo, cambiar lo que desees, discutirlo con tu abogado. Pero quiero que entiendas algo, James…esto no es un capricho ni una rabieta. No estoy jugando a irme para ver si me persigues. Me voy porque finalmente entendí que nunca fui bienvenida en tu vida. Y no pienso seguir forzando un lugar donde no soy querida.
Él bajó la mirada hacia el papel. No lo tocó. No dijo nada durante unos largos segundos.
—¿Y esto tiene algo que ver con Brittany? —preguntó con tono desafiante.
Kleo inspiró hondo.
—No. Brittany solo fue la gota que rebosó un vaso que lleva años lleno de indiferencia. Este divorcio no es por ella… es por mí.
James apretó los labios, furioso pero controlado.
—Vas a arrepentirte —dijo al fin.
Kleo se encogió de hombros.
—Tal vez. Pero prefiero arrepentirme que seguir humillándome cada día por quedarme donde mi propio marido no me respeta.
Pasó a su lado sin miedo, con la maleta en mano. Él no la detuvo. Solo la siguió con la mirada. Kleo sabía que James estaba jugando un juego de poder, estaba segura que esperaba que cambiara de opinión para haberla sentir menos.
—¿Dónde te vas a quedar? —preguntó, con voz más baja.
Por un momento creyó que su esposa se estaba preocupando por ella, pero recordó inmediatamente que todo lo que este hacia tenía un motivo detrás.
—En un lugar donde no tenga que preguntarme si valgo algo para la persona que duerme conmigo —respondió sin mirarlo.
—Si quieres que te firme el divorcio, Kleo, te recuerdo que no obtendrás nada de mi.—James la observó por encima, con la ceja un poco arqueada y una expresión disgustada.
—¿De que hablas?
—Estas viviendo una buena vida gracias a mi, Kleo. Pero todos esos beneficios se irán una vez que dejes de ser mi esposa.