Pero cada vez que se movía, hasta la más leve brisa la acariciaba allí abajo. Aunque nadie la viera, la estaba volviendo loca, y Fess ya había subido corriendo a la cima de la colina.
—Oye, vuelve —gritó lastimeramente, pero la ignoraron. Él siguió caminando, y al no tener otra opción, Natalie lo siguió. Al acercarse a la cima de la colina, se bajó la falda lo máximo posible para ocultar su vello púbico, completamente n***o. Por suerte, no había rastro de los chicos, pero entre sus piernas, sentía un hormigueo insoportable. Al llegar a la cima, Fess estaba sacando las bicicletas del bosque.
—Realmente estás bromeando —dijo mientras miraba su bicicleta.
—Vamos, volveremos a tu dormitorio antes de que te des cuenta.
—No puedo montar así.
—Claro que sí. Tenemos que irnos. Ya casi es la hora de cenar —se subió a su bicicleta y empezó a pedalear.
—Oye, espera.
Cuando ya había recorrido unos 30 metros, se giró y articuló algo. Natalie no estaba muy segura, pero parecía un —Te quiero.
Si eso era lo que había dicho, era la primera vez, y ella se emocionó, olvidó todo lo demás, montó en su bici y empezó a pedalear tras él. El sillín estaba frío y húmedo entre sus piernas, lo que le provocó otra sensación extraña. Cuando empezaron a pasar junto a gente que iba en sentido contrario, o sentada en bancos, mantuvo las piernas estiradas para que la falda se mantuviera baja, pero el dobladillo se había subido bastante, y le aterraba que pudieran ver su rincón más secreto.
Sin embargo, ella siguió adelante, pero estaba más mortificada que nunca en su vida, hasta que llegó a su dormitorio, se bajó de la bicicleta, se arregló la falda y lentamente entró sin despedirse de Fess.
Nunca volvió a salir con él. De hecho, Natalie solo tuvo otra cita durante el resto de sus años universitarios.
Noviembre de 1981 - Meredith College, Raleigh, Carolina del Norte
Bernice Witkowski, conocida por todos como Bernie, tenía solo 21 años y cursaba el penúltimo año de la Universidad Meredith. Tenía el pelo largo y rubio, y la tez bronceada por su rutina diaria de tenis. Lucía un labial muy oscuro que parecía sangre seca en sus labios, posiblemente debido a su casi fanatismo por las novelas góticas de vampiros. Tenía buenos pechos y piernas, y vestía ropa extravagante que los dejaba al descubierto. Sus colores favoritos eran el rojo, el amarillo y el verde. Quería ser una estrella de rock y actuaba en consecuencia. Por desgracia, su voz era, como mucho, mediocre.
Llevaba una falda roja corta con medias rojas y calentadores amarillos. Botas negras cortas y suaves de cuero, una blusa verde y sin sostén cuando se dejó caer en el sofá desgastado del apartamento que compartía con Valerie Fitzgibbon.
Con "Bette Davis Eyes" sonando de fondo, dijo con cautela: —Entonces, ¿Val? Estoy saliendo con un chico nuevo.
—¿Oh?
—Sí, lo conocí en el bar hace unos días. Dice que lleva semanas sintiéndome atraído por mí.
—Diablos, todos dicen eso.
Bernie se rió y dijo: —En serio, parece que le gusto mucho. Es muy intenso, además. Alto, moreno y guapo. Me gusta mucho.
Val apagó un cigarrillo. —Parece un tipo estupendo.
Bernie asintió vigorosamente y dijo: —Sí, él... ¿tienes fuego?
Val extendió un encendedor Bic, lo encendió y Bernie se inclinó hacia la llama, dio una calada al cigarrillo y se apoyó contra el balcón del pasamiento del apartamento.
—Gracias. Sí, me recuerda mucho a... —Una expresión de concentración cruzó su rostro mientras se esforzaba por recordar el nombre del otro chico. No lo recordó al fumar el cigarrillo.
—Dios mío, Val, estoy cachondísima. ¿Nos quedan pepinos en la nevera?
Valerie, una jovencita de pelo n***o azabache, increíblemente guapa, compartía apartamento con Bernie. Todos la conocían y la llamaban Val. Se rió del comentario de Bernie y negó con la cabeza. —Lamento decir que no, cenamos la última anoche. ¿No te acuerdas? —mintió.
—¡Mierda! —Bernie maldijo y le agarró la entrepierna de una manera muy poco femenina.
—Usa tu vibrador —sugirió Val mientras ponía los ojos en blanco.
—No puedo, lo saqué el otro día.
—¿Para qué?
—Se agotaron las pilas y me enojé tanto que lo tiré a la basura.
—No puedes usar el mío. No te lo permitiré. La última vez tuve una infección de levadura terrible, y tú fuiste la causa.
—No lo sabes, Val —dijo Bernie a la defensiva.
—Oye, chica, eras la única que lo usaba. Siempre lo limpio después de usarlo, y al parecer, o no lo limpiaste para nada, o no lo limpiaste lo suficiente. En fin, me dio una infección terrible y me costó un fin de semana con Ronnie.
Christopher Cross comenzó a cantar "Arthur's Theme (Best that You Can Do)" mientras Bernie temblaba y echaba los hombros hacia atrás; luego, con un puchero de liga mayor, se quejó: —Todavía tengo ganas de polla, Val.
—Bueno, yo también, pero no hay nada que podamos hacer al respecto en este momento.
—Mmm, tengo muchísimas ganas de chupar uno —suspiró Bernie.
Con un brillo en los ojos, Val preguntó sugestivamente: —¿Por qué no dos pollas?
—Sí —asintió Bernie—, dos pollas. Podría hacerlo.
—¿Tú podrías?
—Seguro.
—¿Cómo lo harías?
—Tendría que abrir un poco más la boca. No lo sé, pero debe ser posible.
Ambas se rieron de su comentario. Entonces Val dijo: —Conociste a un chico. Bueno, me besé con una chica que conocí en un bar cerca del Quad durante, no sé... quizá una hora.
—¡No lo hiciste!
—Acabo de decir que lo hice, ¿no?
—¿Entonces?
—Ella tenía estos hermosos pechos.
—¿Besaba bien? O sea, nunca he besado a una chica... no así... ya sabes, en serio, y todo eso.
—Ah, sí, Bernie. Las chicas besan distinto a los chicos. Es divertido. Siempre me da la sensación de que besarías muy bien. Eres tan suave y firme a la vez.
Bernie miró a Val con recelo y luego empezó a juguetear con una uña. Val se dio cuenta y decidió cambiar de tema, pero en el último segundo cambió de opinión.
—¿Alguna vez lo hiciste con una chica, Bernie?
—¡No! —exclamó Bernie.
—Esa fue una respuesta rápida —pensó Val y se sentó a su lado.
—Bueno, lo he hecho. ¿Quieres saberlo? O sea, estás tan cachonda y todo eso.
Bernie se humedeció los labios; evitó mirar a Val a los ojos. Aun así, respondió a la pregunta: —Sí, claro.
—Sí... vale. Fue en una fiesta en una casa de playa el verano pasado. Estaba bailando con una chica que no paraba de coquetear conmigo, diciéndome lo bueno y sexy que era, y cómo la estaba poniendo cachonda. Entonces me preguntó si quería follar, y para mi sorpresa, le dije: "Sí, claro...".
Val estudió la reacción de Bernie cuando ella usó las mismas palabras que Bernie había usado un momento antes, y vio que sus ojos se agrandaban mientras se lamía lentamente el labio inferior.
"Definitivamente estoy cachonda", pensó Val. "Quizás tenga una oportunidad".
—Así que encontramos una habitación vacía y nos acostamos un rato en la cama, besándonos. Por cierto, me encanta besar más que nada. Mmm, podría haberme enrollado con ella para siempre. Besar me pone muy cachonda. En fin, no tardó en meter la mano en mis bragas y tocarme.
—¿Te gustó? —preguntó Bernie, retorciéndose en el sofá junto a Val.
—Sin duda. Fue muy divertido.
Bernie le dedicó una sonrisa maliciosa que hizo que el corazón de Val se agitara.
—Pero ustedes dos no tuvieron sexo, ¿verdad? —preguntó Bernie.
Lamiéndose los labios, que parecían extraordinariamente secos, Val dijo: —Casi lo logramos. Nos estábamos besando como locas, y entonces se quitó los vaqueros para que pudiera tocarla. Metió la mano debajo de mi minifalda, me quitó las bragas y estaba a punto de hacerme sexo oral. Entonces alguien llamó a la puerta y dijo que mi padre venía a recogerme. Estaba muy desanimada porque me moría de ganas de sentir cómo se sentía que me lamieran el coño.
—Oh, vaya... ¡esto es tan sexy!
Val rió. —Solo por diversión, antes de irme, intercambiamos bragas. Todavía tengo las suyas.
—¿La volviste a ver?
—No. Me fui a casa y me toqué hasta correrme.
—¿Apuesto a que estás fantaseando con ella?
Val asintió.
Bernie tragó saliva y pasó la punta de un dedo por el borde de sus pantalones cortos lo suficiente como para encontrar calor; y le hizo saber a Val que podría ser persuadida.
—Tengo una idea —dijo Val, dándole a Bernie una sonrisa maliciosa y lasciva.
—¿Qué?
Val la miró a los ojos y luego bajó la vista hacia la mano de Bernie en su muslo. Abrió las piernas en una inequívoca invitación y dijo: —Como besarte, por ejemplo.
—¿Qué?
—Ya me oíste. Es una invitación única... y solo es un beso. ¿Te apuntas?
—No lo sé... —Bernie se mordió el labio inferior y preguntó: —¿Lo prometes?
—¿Prometer qué?
—¿Sólo uno?
—Te lo prometo... el resto depende de ti.
—¿Yo? Eh... vale, un beso. ¿Me vas a besar aquí mismo?
—Si quieres, o quizás sea más cómodo en el dormitorio.
—Está bien —dijo Bernie, y el hambre en su voz le dijo a Val todo lo que necesitaba saber.
Caminaron de la mano hacia el dormitorio.
Val sonrió y dijo: —¿Por qué no nos duchamos?
—¿Juntos?
—Sí, de chica a chica —dijo Val, y se sacó la camiseta por la cabeza, revelando sus pequeños pechos a los ojos hambrientos de Bernie.
Un momento después, completamente desnuda, Val adoptó una pose; abrió los brazos y, con una breve risa, dijo: —Hora del pastel.
Con la misma rapidez, Bernie se quitó la camiseta, los vaqueros, las bragas y las sandalias. Val, tomándola de la mano, la condujo al baño.
Bernie metió la mano danzó el agua, esperó a que la temperatura fuera agradable y se metió, jalando a Valerie detrás de ella. Se turnaron para pararse bajo la ducha, girando lentamente y dejando que el agua caliente les corriera por el cuerpo.
Valerie sonrió ampliamente mientras se recogía el pelo. —Me equivoqué mucho contigo, Bernie.
—¿En serio? —dijo Bernie.
—Déjame lavarte —dijo Val.
Bernie sonrió y estiró los brazos por encima de la cabeza, apuntando sus pezones directamente hacia Valerie. —Necesito una ducha. Estoy muy sucia. ¿Seguro que puedes limpiarme?
—Todo menos tu mente —dijo Val, y ambas rieron mientras Val aplicaba la toallita sobre los pechos de Bernie, siguiendo rápidamente sus rastros burbujeantes con la otra mano.
Bernie gimió cuando la mano resbaladiza de Val le acarició el pecho izquierdo. —Voy a tener que frotarlo mucho —dijo Val, haciendo círculos lentos alrededor. —Está muy sucio.
—Tú eres la que está realmente sucia —jadeó Bernie, y luego chilló cuando Val le pellizcó el pezón.
—Qué maravilla, Val —dijo. —Revisa el otro también; ambos necesitan mucha limpieza.
—No seas tan impaciente, planeo dejarte completamente limpia.
—¿Lo suficientemente limpia como para comer de ella? —ronroneó Bernie; y apoyando los brazos sobre los hombros de Val, le acarició la nuca.
—Seguro que vamos a comer mucho —dijo Val, y pasó la lengua por el interior de la oreja de Bernie.