Capítulo 7

1954 Palabras
Eran las 9:00 am, aun en cama, sin nada de ganas de levantarme, me encontraba en posición de feto, abrazando mis piernas con fuerzas. Me perdí en los recuerdos, aquellos recuerdos donde después de limpiar la cocina y darme una ducha que fue una de las más refrescantes y deliciosas en ese momento, me dormí esperando que todo fuera un sueño, una simple pesadilla. Al despertar lo primero que vi fue a los demonios, estos me miraban con malicia, algo planeaban, y no me gustaba lo que sus ojos transmitían. —Tenemos un cliente así que tendrás que comportarte, ¡porque si no te irá muy mal!— dijo mi padrastro mientras se acercaba a mí y con su dedo índice rozaba mis labios. —Lo complaces en todo lo que te pida. — mi hermanastro solo sonreía, más bien era una sonrisa burlona, una que quisiera borrársela, pero no borrársela a golpe, sino que borrarla para siempre. Salieron de la habitación y un hombre gordo entró, ni siquiera se había cerrado la puerta cuando este se abalanzó hacia mí. —no… no… por… por… favor. — supliqué mientras comenzaba a besar mi cuello y quitar mi ropa, luché lastimando cada parte de mi cuerpo, los lazos en mis muñecas me impedían moverme con libertad. Pataleando y empujando con todas mis fuerzas, me resistía, no permitiría que abusara de mí, al ser un hombre y al tener más fuerzas, logró su cometido, no tenía idea cuánto había pasada para mí, fue una eternidad. Cuando aquel hombre asqueroso terminó, se vistió y salió de la habitación, dejándome más destrozada si era posible. Me sentía sucia cada vez que uno de ellos abusaba de mí. —Cada uno tendrá su castigo — dijo Joel con los puños apretados y con las lágrimas cayendo —solo ten paciencia. No tenía ni ánimos ni fuerzas para contestar, sin más caí dormida, estaba agotada, usé todas mis fuerzas para defenderme, mis ojos estaban rojos e hinchados de tantas lágrimas. “Paciencia” ese fue mi último pensamiento. Todo mi cuerpo me dolía, tenía moretones en todos lados, las marcas de los dedos se notaban perfectamente, no podía moverme, me encontraba en la misma posición “paciencia” volví a repetir. Como era posible que me pidiera paciencia, cuando estaba siendo abusada. No podía, simplemente no podía tener paciencia, quería volverme loca, perder el control, no había espacio para ella. Prefería morir, cuanto tiempo había pasado no tenía ni la mínima idea y así transcurrieron los días, cada día un hombre diferente, una tortura más. Escuche risas y pasos que se dirigían hacia la habitación donde estaba, era Marcelo y sus dos amigos Gregorio y Junior, al hablar sus palabras se escuchaban arrastradas, eso me indicaba que estaban borrachos. —Aquí está la princesita, —dijo Marcelo con una botella en mano a penas, se sostenía en pie, sus amigos reían al igual que él —¡hola, preciosa!, — dijo tomando uno de mis cabellos y jugando con él. — ¿Te gustan los tríos?. Pregunto mientras olía el mechón en su mano y me daba un beso en el cuello haciendo que me alejará de él, su mínima presencia me causaba náuseas, un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Qué pensaba hacer?. —Marcelo, —lo llamo Junior, quien estaba en el marco de la puerta.—vámonos, tengo que cuidar a mi hermana. — Marcelo le dio una rápida mirada, negando me tomo del cabello, sacándome un gemido de dolor. —Nada de esto hubiera pasado, si hubieras sido mía y no de él. — sin previo aviso me tomo con fuerza, desgarro mi ropa lastimando más mi cuerpo, me tomo a la fuerza mientras su amigo grababa. Junior se acercó y lo tomo del hombro de los tres era el más cuerdo. —Vasta, Marcelo ¡déjala!. —Escuche como Junior le pedía que se detuviera. —oye viejo, solo detente ella es …. — Junior no termino su frase, ya que fue sacado de la habitación. Minutos después, cuando este hizo conmigo lo que quería, tomo una cerveza que tenía Gregorio e hizo que la tomara a la fuerza y así una tras otra hasta que perdí el conocimiento. Volví a la realidad, todo este tiempo he huido, ya sea de mis recuerdos o de las personas que me hacen recordar lo vivido. Tome una maleta, deje una nota y salí como siempre huyendo. ¿De qué?, ¿de quién?, y ¿por qué? Preguntas que se me cruzan siempre que salgo de algún lugar, que por corto tiempo lo llamo hospedaje y no hogar. Me voy solo con lo necesario, con lo que puedo cargar y con lo que me ha costado, ya que todo en esta vida es material. Voy sin rumbo como siempre, aunque por esta vez decido ir a pie, quiero sentir el viento entre mi cabello, escuchar el susurrar de él que me diga a donde puedo ir esta vez. Talvez en un susurro algún consejo me puede dar, quiero sentir lo caliente del asfalto y que el sol me abrase mientras me alejo de la ciudad. ¿Estoy huyendo de él o de mí? —no lo sé, si ya tenía un buen trabajo, una buena compañía, porque decido salir huyendo. Porque prefiero no dar explicaciones de mi comportamiento y mi bipolaridad con los hombres, porque prefiero empezar de cero una y otra vez. Solo quiero olvidar, y para eso necesito volver a comenzar. He caminado por horas, el sol comienza a bajar, el cielo comienza a oscurecerse anunciando la llegada de alguna tormenta, me he alejado tanto de la ciudad que el asfalto se terminó, me encuentro en un camino polvoriento que comienza a volverse lodoso por las gotas que comienzan a caer. Mientras mi cuerpo comienza a empaparse por la lluvia, mi mete divaga por todos los recuerdos; recuerdos que me atormentan. Había caminado por horas, estaba tan cansada además de mojada. Me detuve bajo un árbol para cubrirme un poco de los latigazos de las gotas, no tenía ni la mínima idea de dónde me encontraba ni cuantas horas habían pasado. Mi celular estaba mojado al igual que todas mis cosas, estaba tan perdida en mis pensamientos que apenas me di cuenta de que al frente de mí estaba una camioneta. —Niña que haces bajo esta tormenta —dijo la anciana que se encontraba de lado del copiloto con una voz tan dulce; dulce como el algodón de azúcar. — vamos sube. “No subas a autos de desconocidos”, me dije a mí misma. “No es la primera vez que lo harás”, me dijo mi otra voz. Mire a la anciana sin decir nada, ella bajo con una manta y me cubrió con ella, me tomo de los hombros y me rodeó mientras me empujaba a la parte de atrás. —No somos malas personas, no te haremos daño. —dijo mientras me dedicaba una sonrisa, parecía que había leído mis pensamientos y eso en parte me aterrorizó. La camioneta siguió el camino que por la lluvia parecía un río, pero no de esos ríos que te dan ganas de embutirte, ya que por la tierra, el monte y la basura parece un pantano. —¿Cómo te llamas?. — pregunto el anciano que la acompañaba. —Lucí…. Fe… Fernanda — me trabé con las palabras provocando que el señor soltara una sonora carcajada. —Bueno Lucifer, cuéntanos. ¿Qué te trae por estos rumbos? —Pregunto viéndome a través del espejo. —¡Cariño! Deja de ser tan curioso, dijo la señora con esa voz tan dulce que me hace pensar en algodón de azúcar, le palmeó el hombro y negó con la cabeza. Mientras ellos discuten yo me pierdo en el paisaje; un paisaje tan hermoso, las nubes oscuras, la lluvia golpeando las hojas de los árboles, el clima está como yo me siento. A través de la ventana veo como las gotas tocan el vidrio, estoy tan perdida que no me doy cuenta en que momento llegamos a una pequeña casa, pequeña pero muy hermosa. Al entrar a la casa un olor dulce inundó mis fosas nasales “chocolate con vainilla”, una delicia. Claro está que jamás había probado el chocolate, pero sabía y reconocía su olor, una de las tantas cosas que me prohibía mi padrastro, aunque en todo este tiempo tuve la oportunidad de probarlo, no era algo que se me antojara o deseara me acostumbre a verlo y no tenerlo. —ven, pasa, buscaré ropa para que te cambies — dijo la anciana subiendo las escaleras. Mientras ella se perdía en el segundo piso me di la vuelta hacia donde estaba el anciano. Me sentía incómoda, pero a la vez me agradaba la sensación de sentir esa corriente en mi cuerpo, era extraño, no los conocía, pero no les tenía miedo. —¿Entonces, me dirás que te trae por estos rumbos?. — pregunto el anciano mientras ponía una pequeña olla en la estufa. Jugué un poco con mis dedos mientras buscaba alguna mentira en mi cabeza, no sabía qué estaba pasando, era buena mintiendo. —Mi abuela falleció hace unos meses y el sueño de ella era conocer el mundo. — hable esperando ser convincente, no para él, ser convincente para mí —estoy cumpliendo su sueño. — finalice esperando ser más creíble. —Estoy viajando sin rumbo conociendo nuevos lugares, disfrutando del paisaje y sus bellezas. — hable al ver que el anciano me miraba esperando más. Sonreír con los labios cerrados balanceándome un poco, el correspondido a mi sonrisa; sonrió de lado mientras metía la tableta de chocolate al agua que comenzaba a hervir. —Ven cariño — llamo la señora desde el segundo piso, subí las gradas un poco apenada hasta llegar donde estaba ella —ten, aquí está el baño — tome la ropa que tenía en las manos, sin más que decir bajo las escaleras y me dejo frente al baño un poco nervioso. Me di una ducha muy larga, realmente la necesitaba, además de haber sudado estaba llena de lodo. Sentir el agua tibia era como recibir un masaje muy placentero, no tenía idea de cuánto tiempo llevaba, solo quería seguir disfrutando. —¿te piensas quedar aquí metida o bajarás con los señores?, — pregunto Joel, mirándome con esos ojos hermosos de los que seguía enamorada. Tenía que arruinar este momento, él era así que podía hacer yo. Negué con la cabeza y apagué la ducha —Esta ropa es muy grande —dije poniéndome un pans gris y una sudadera. —Es de hombre, — dijo Joel mirándome de arriba abajo. —pero te ves hermosa como siempre. — me dio una sonrisa coquetona mientras me guiñaba el ojo. —tú y yo tenemos que hablar muy seriamente, eso de que estés metido en el baño conmigo, ya no me está gustando mucho. — me miré al espejo, mi cabello caía hasta los hombros de color n***o, al igual que mis ojos sonreí y salí, me dirigí hasta las escaleras para bajarlas trotando y ahí estaban ellos sentados en una mesa. —Fernanda, ¿verdad? — me pregunto la anciana invitando me a sentarme junto a ellos —me ha comentado mi esposo que tu abuela falleció y que estás viajando por el mundo, ya que ese era el sueño de ella. —Así es. —conteste sin mirarlos —¿Chocolate?. —ofreció el señor y yo asentí con la cabeza, en el momento que él puso el chocolate frente a mí la puerta fue abierta. Esos ojos ya los había visto antes.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR