Capítulo 9

2286 Palabras
Habían pasado días, semanas, meses hasta un año. Ya no era ni la sombra de lo que solía ser, mi piel se encontraba flácida sin ningún color que recordará la hermosura de ser trigueña o las marcas del sol, las ojeras en mis ojos me hacían ver mayor, lo n***o bajo de ellas no ayudaba mucho a mi aspecto. No me reconocía, me miraba en el espejo que se encontraba en el baño y no era la pequeña que corría en los parques, no era la joven con ganas de estudiar y huir del infierno en el que crecí. Observaba mi cuerpo, los huesos se me marcaban y la piel me colgaba, era triste ver en lo que me convirtieron en un cuerpo sin vida, mataron cada parte de mí, mataron mis ganas de vivir. Era otro día cualquiera, esos días, dónde era violada, golpeada, pisoteada y tirada como basura. Me encontraba con Marcelo y Gregorio, en realidad era con los que más pasaba, mi padrastro solo pasaba cuando traiga uno de sus amigos y la mayoría del tiempo desaparecía dejándome con su hijo. Marcelo está tan obsesionado conmigo, se metía en la cama y con sus manos sucias tocaba todo mi cuerpo, me provocaba náuseas, todo en él me repugnaba. Si no vomitaba cuando sus labios tocaban los míos era porque no tenía nada que sacar. Lo único que hacía mejor era llorar como una pequeña niña buscando a su madre que la soltó en medio de la muchedumbre, aquella niña en un sitio desconocido con rostro que no eran familiares, con miedo de no volver a ver a su madre. Claro, me solté de la mano de mi madre, pero no quede en medio de tantas personas, sino en una los brazos de mis asesinos, aquellos que me tenían en un limbo, aunque había días dónde ya ni llorar podía de lo cansada que me sentía a veces llegaba a suponer que ya no tenía más lágrimas para derramar. Me levanté de la cama con las pocas fuerzas que me quedaban, Marcelo me llevó al baño como en otras ocasiones, quería bajar mi fiebre antes que empeorará. Ernesto pasó con un hombre ese día, tenía una obsesión rara hacia los pies, un fetiche, me había agarrado como a bolsa de boxeo, pero no era nada de lo que ya me había hecho, en realidad sus golpes parecían de un niño a comparación con los de Ernesto. Solo me había dejado el ojo morado, el labio partido y una mordedura en el pie derecho. Un hombre extraño con una fantasía repugnante me había pasado la lengua en los pies, chupaba mis dedos como si de un bombón se tratara y mientras lo hacía se masturbaba. Al momento en que se corría me mordió y no pude evitarlo lo patee en la cara, eso hizo que me diera el primer golpe. No lo voy a negar, lo disfruté, disfrute ver su sangre correr, ver como le manchaba la camisa que aún seguía puesta, disfrute escuchar su grito, quejarse y maldecirme. Fue como una melodía para mis oídos, el dulce sabor de la venganza. A pesar de su golpe, una risa salió de mi boca, eso lo hizo enfurecer más y me agarro a golpes. Eso no era nada, me había hecho cosas peores. Estando en la bañera, respirando profundo, cerré mis ojos y me sumergí en mis pensamientos; pensamientos asesinos, me imaginaba torturarlos, así como ellos lo hacían conmigo, los imagine pidiendo perdón por el daño que me han provocado, pero eso era, solo imaginaciones. Y pensar en lo que podía ser me convertía igual que ellos. Abrí mis ojos, miré hacia el reloj en la pared. Lo habían dejado ahí para qué contará mi tiempo, según ellos ver los minutos era una tortura para mí y que lo era, sabía que se acercaba la hora en que vendría a sacarme y mi momento de paz, de tranquilidad, daba por terminado. “Tic tac, tic tac”, hacia el reloj. Habían pasado 40 minutos, el agua ya no se sentía helada y mi cuerpo ya no estaba caliente, aún seguía temblando de frío, y más al ver como pasaba otro minuto sabía que en cualquier momento entraría por esa puerta. Los nervios me atacaron como siempre y me dieron náuseas, temblé a un más, estaba segura de que no era de frío, mi estómago comenzó a revolverse sintiendo un golpe dentro y sin querer me orine me estaba pasando muy seguido. Me pasaba cuando me torturaba, cuando se acercaba la hora en que Ernesto apareciera. Y ahí está Gregorio entrando por esa puerta con una sonrisa demente y grotesca, se acercó sin quitar su mirada de mis pechos, con una de sus manos me acaricio uno, trate de esquivar su toque a pesar de alejarme al estar en una tina no era tan fácil. Dejo correr el agua y mientras esta se iba él comenzó a desvestirse, entre en pánico, sabía lo que iba a hacer. A caso no miraba como me encontraba, a penas podía respirar, todo mi cuerpo tenía hematomas, no había comido bien, ni dormido, apenas y podía moverme. Mire hacia la puerta esperanzada en que Marcelo entraría, el demonio ese no permitía que Gregorio me tocara, estaba tan obsesionado que mientras padre no se encontraba yo le pertenecía. Gregorio leyó mis ojos y con una sonrisa burlona hablo haciendo que mis ojos se nublaran por las lágrimas. —Marcelo no está, salió al pueblo a traer comida. — se metió a la tina acomodándose entre mis piernas, yo luche con toda mis fuerzas por apartarlo, ya que estaba muy débil, no logre ni tocarlo, me tomó de las manos y de una estocada me penetro provocando que de mi garganta saliera un grito desgarrador. Esto no tenía fin, esto era el infierno, ¿Qué había hecho de malo? ¿Por qué me castigaban de esta manera?. Era cruel y despiadado, no tenía ningún remordimiento, me destrozó una y otra vez sin piedad. Pero ese día algo cambió, su cuerpo se sentía más pesado, su agarre se aflojó, un líquido caliente, cayó sobre mi cara mientras sentía su cabeza sobre mi hombro, abrí los ojos y ahí está Junior con un bate lleno de sangre. El cuerpo de Gregorio estaba inmóvil sobre el mío, comencé a sentir que el aire me faltaba, que mis pulmones me exigían por el oxígeno, más ver su cabeza sangrar y ver a Junior ahí parado en shock, así como me encontraba, perdí el sentido volviendo a la oscuridad Sentía un pequeño movimiento, no era capaz abrir los ojos, los sentía pesados, escuché mi nombre un par de veces, es lo que recuerdo, estar envuelta en la oscuridad me hacía sentir libre, sin dolor, sin miedo, por esa razón la recibí con gusto, solo ahí olvidaba todo lo que estaba viviendo. No sabía cuánto había pasado, una luz me comenzaba a molestar, iba en un carro, lo sabía por el movimiento de este, abrí los ojos por completo, claro, con mucha dificultad. —¿Dónde me llevas? ¿No es suficiente?. Han destruido mi vida — hablé con mesura, la garganta me dolía, era la causa de todo mis súplicas, mis gritos. —Te llevo lejos de ese infierno, donde puedas empezar de cero, donde tu corazón se reconstruya. —¿Qué? — pregunte confunda —¿empezar de cero?, ¿reconstruir mi corazón? — no sabía si reírme o llorar como se le ocurría que algo así podía pasar — Ellos no solo destruyeron mi corazón, ellos mataron parte por parte todo lo que yo era y lo que me permitía vivir. — hable mientras me sentaba en el asiento, ya que iba en la parte trasera. —Cuando despiertes no te detengas hasta encontrar ese lugar. Apenas logre escuchar cada palabra que salía de su boca, el carro se dirigía a un acantilado, cerré mis ojos y todo había sido un sueño. Estaba en el sillón de aquella casa, estaba sudando y mire como Junior se movía de un lado para otro en círculo, al principio no entendía lo que decía, al poner más atención logré captar cada palabra que salía de su boca. —¿Qué haré? —iré preso —Ellos van a matarme —soy un asesino Se repetía una y otra vez, mire hacia el baño y me pregunte si lo había matado —¿está muerto? — pregunto sin quitar la mirada del baño. Junior corrió hacia donde estaba —sí — dijo con los ojos llenos de lágrimas —yo lo mate, solo quería dejarlo inconsciente, no le quería hacer daño — se quedó pensando un momento —¿oh sí? — pregunto más para él. —Gracias — le dije y miré mi cuerpo que aún estaba lleno de sangre y seguía desnuda, solo una toalla vieja me cubría un poco. —Perdón, perdón — dijo alejándose de mí y mirando para otro lado — traje ropa es mía, te quedará grande pero mejor eso que … No termino la frase, aun así sabía lo que quería decir “desnuda” me la dio y comencé a cambiarme con mucha dificultad. —¿Marcelo? — pregunté sin terminar lo que quería saber. —No vendrá esta noche si es lo que quieres saber. —Quiero irme — dije rompiendo en llanto, mire para todo los lados, sentía que el aire me volvía a faltar. El camino hacia mi tomo su camisa y me la puso, ya que yo no había terminado de vestirme, apenas me había puesto un bóxer y un pantalón. —Por eso estoy aquí Lucia, vine por ti — ya no se escuchaba como un cachorrito asustado, como alguien que acababa de matar por primera vez me tomó en sus brazos, me cargo llevándome afuera. El viento erizó todo mi cuerpo, después de tanto tiempo estaba sintiendo el aire fresco, cada mechón de mi cabello lo disfrutaba, bailaba con el tacto, sentí como mis pulmones se llenaban y me volví a sentir viva. —¿Dónde me llevas? — le pregunte recordando cuando pedí ayudada a la comisaria, donde la justicia protege a los verdugos. —Él me va a encontrar.— dije mientras me metía a su camioneta en la parte trasera, mire a mi alrededor estaban dos maletas en el asiento trasero y una en el asiento del copiloto. —sé lo del policía y no pienso llevarte ahí — me tapo con una cobija y volvió a la casa, no sabía lo que haría, solo lo espere muy impaciente. Después de varios minutos salió con otra bolsa parecía muy pesada, la tiro cerca del carro y luego toda la casa ardía en llamas. —No es Junior quien tiene el control — dije viendo de reojo a Joel sentado a la par mío —¿Quién es? — le pregunte mientras miraba como aquella casa caí. —Es un Ángel que vivió lo que tú has vivido— lo mire incrédula y él me sonrió — tendrán un peor infierno, ahora eres libre. Mire a Junior subir con la maleta, quería ver algo, no sabía que, pero lo busque y ahí en sus ojos lo encontré. Era una determinación fascinante, coraje, valentía y ese brío acaramelado. —¿Quién eres?; tú no eres Junior — dije mirando cada rastro de esa esencia que emanaba su cuerpo. —Ágata, mi nombre es Ágata — miró a Joel y sonrió, dirigí mi vista hacia él, quería respuesta. —Ágata también fui víctima de Ernesto Yo no había sido la única, había más chicas que se toparon con ese demonio; chicas que no tuvieron mi suerte. Es lo que dijo Joel y Ágata. Nos alejamos de la casa que se consumía en llamas con el cuerpo de Gregorio, no lo creía “¡era libre!”. Esa noche comencé a ver más allá de lo que solía ver, esa noche fui el primer paso hacia mi libertad. Llegamos al final del callejón, solo tomaríamos la carretera que nos llevaría al pueblo más cercano. El paso Hondo, donde estaría los demonios. —No te preocupes, no te llevaré a El paso Hondo. —¿entonces a dónde? — pregunte mirando la carretera. —Junior te llevará a la ciudad, yo no puedo cruzar más allá de la entrada, estoy atada a este terreno. — cerró los ojos y salió del cuerpo de Junior tomando asiento en el lado del copiloto. La cara de Junior reflejaba culpa, preocupación, miedo y una enorme tristeza, volvía a ser él. Ágata tenía 20 años cuando Ernesto terminó son su vida, ella tenía la piel blanca, cabello rubio y unos ojos verdes. —¿tienes todo? — le pregunto a Junior, quien con la cabeza contesto que sí. — ¿sabes qué hacer? — volvió a preguntar y esta vez Junior contesto. —Sí, tengo dos maletas con ropa, la que está por tus pies es la comida y tome todo el dinero que ellos tenían —dijo mientras señalaba cada maleta. —tengo todas las pruebas. —levanto una carpeta y sonrió con tristeza —Aquí están todas las víctimas de Ernesto. —Tienen que salir ya, sabes qué hasta aquí llega mi camino. —Lo sé —Junior cruzo la línea y Ágata quedo atrás, bueno su espíritu, en eso un carro paso a la par de nosotros y logramos verlo era Ernesto. —Nos vio —dijo Junior acelerando el carro, vimos como el demonio daba la vuelta para seguirnos. —viene detrás de nosotros— no podía creer que mi libertad había llegado a su fin.
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