Capítulo 4

1563 Palabras
La fiesta de cumpleaños de Candace fue muy tranquila, asistieron alrededor de veinte personas nada más, y no duró demasiado. Sin embargo, me lo pasé muy bien, incluso con Kyle ahí cerca. Quería hablarle a Kyle pero los nervios me estaban consumiendo, además él había decidido quedar como amigos, y no quería arruinar lo poco que nos quedaba. Opté por guardar silencio, puesto que siempre que hablaba terminaba metiendo la pata.   El domingo por la mañana ayudé a Nate y a Candie a limpiar la sala, porque la fiesta, a pesar de ser pequeña, había dejado un pequeño desastre de basura y mugre. Durante la tarde me dediqué a terminar mis deberes y cerca de las seis decidí que debía irme o no tendría suficientes horas de sueño. -      Llévate el auto de papá – dijo Candie, tendiéndome las llaves. La miré ceñuda. -      No, tomaré el autobús – negué con la cabeza. No podía aceptar llevarme el carro, era de ambas y no habría sido justo. -      Puedes tenerlo esta semana y la siguiente me lo quedo yo – sonrió. – Anda, Cassie, también es tuyo. -      Vale – suspiré y tomé las llaves entre mis manos. – Gracias, Candace. -      No hay de qué, hermana – ella me dio un abrazo que correspondí. Me despedí de Nate y me dio un poquito de nostalgia que Kyle se hubiese ido la noche anterior, porque no nos habíamos despedido como corresponde. Él simplemente había sonreído, había tomado su abrigo y había atravesado el jardín delantero para llegar a su coche y desaparecer en la oscuridad. Mentiría si dijera que no me dolió aquello, o que no me dolía no estar con Kyle. ¡Porque demonios! ¡Sí que dolía! Lo extrañaba, pero no quería admitirlo en voz alta, no quería tragarme mis palabras, no quería aceptar que había terminado la primera relación buena de mi vida por razones tan rebuscadas. Candace tenía razón. Kyle iba a aburrirse, iba a cansarse de todo aquello y lo iba a perder para siempre. Y yo, Cassandra Green, no estaba haciendo nada al respecto, era lo suficientemente tonta como para obligar a mi mente a callarse mientras metía mi bolso en el maletero del carro y encendía el motor para largarme de Filadelfia de una vez por todas. Estaba oscureciendo cuando por fin atravesé el centro de la ciudad. Había nubes bastante oscuras en el cielo y eso solo significaba una cosa: se avecinaba la primera lluvia de finales de verano. Maldije mi fuero interno cuando me quedé atascada en el tráfico de la autopista que me llevaría a Nueva York. El reloj marcaba las siete menos cinco y habían comenzado a caer las primeras gotas de lluvia. Encendí el calefactor del carro mientras me preparaba para lo que serían un par de horas atrapada en la autopista. ¿Es que todo el mundo salía de Filadelfia el domingo por la tarde camino a Nueva York? ¡El universo quería verme enfadada! Suficiente tenía con el nombre de Kyle dándome vueltas en la cabeza como una canción pegajosa. -      Vamos – mascullé mirando por la ventana. – Muévanse. Sentí cómo se abría la puerta del copiloto y para cuando caí en cuenta de que no poner seguro era la peor idea del mundo… Mark ya estaba sentado junto a mí, empapado, mirando al frente y con la mandíbula tensa. Casi me da un ataque. ¡Era Mark! El chico que me había agredido el día de nuestra graduación por no haber aceptado una tonta invitación al baile. Estaba ahí, conmigo… en mi carro. Ni siquiera podía gritar de la impresión, y lo primero que se me vino a la mente fue que aquel día sería mi fin, porque de seguro Mark no quería tener una civilizada conversación conmigo sobre cómo estuvo el verano y cómo iba la universidad. -      Sal del auto – mi voz tembló al decir eso. Tenía mis manos aferradas al volante con tanta fuerza que mis nudillos estaban blancos. -      Hola Cass – se volteó a mirarme con una aterradora sonrisa dentada. – Ha pasado un largo tiempo desde que… -      ¡Sal del auto ahora! – lo interrumpí, con la respiración agitada y las extremidades temblando como gelatina. Él soltó una risa carente de gracia. -      Solo quería saludar, no te asustes – se encogió de hombros. – Y contarte sobre lo divertido que fue pasar dos días en una celda por tu culpa. ¿Sabes cuánto le costó la fianza a mis padres? ¡Todo por tus mentiras a la policía! -      ¡Tú me atacaste! – gruñí. – ¡Debiste pasar más de dos días encerrado! -      ¡No me hables así! – gritó acercándose muy amenazadoramente. Cerré los ojos, rogando al cielo que sus gritos se escucharan por sobre la ruidosa lluvia y alguien llegara a sacarlo de ahí por mí, porque con mis nervios y mi poca fuerza él iba a matarme antes de decir otra palabra. – Ahora mismo podría intentar dejarte sin aire otra vez y lo sabes… Cass, mírame. -      No. -      Mírame. -      No. -      ¡Maldita sea, mírame! – tomó mi mandíbula con fuerza y me obligó a voltear el rostro para mirarlo. Mi corazón iba a saltar de mi pecho en cualquier momento del más puro terror. – Voy a hacerte pagar por haberme denunciado. Voy a hacer de tu vida un infierno. Y es una promesa, Cassandra, no una amenaza. Soltó mi rostro con tal fuerza que me volteó la cabeza hacia el otro costado y se alejó un poco de mí. Podía sentir la sangre zumbándome en los oídos. Sus ojos estaban negros de ira y las venas en su sien estaban sobresaliendo por la tensión. -      Cuídate, bonita. Sé dónde vives, por cierto. – abrió la puerta del carro y salió dejando el asiento mojado por la lluvia y un frío inmenso en el interior del carro. Comencé a llorar de inmediato, estaba demasiado espantada. Mark me había amenazado, había entrado a mi carro y me había agredido físicamente. Cerré las puertas con seguro de inmediato y me concentré en conducir hasta llegar a una parada de autobús, casi media hora más tarde. Me detuve y tomé mi teléfono entre mis manos. Realmente no quería estar sola, todavía podía oír a Mark hablándome, todavía tenía miedo. Y además estaba temblando de pies a cabeza, y no quería ponerme en peligro y conducir en aquellas condiciones. Busqué entre mis contactos, llamar a Candace era una mala idea, solo iba a preocuparla; no podía llamar a Nate, le diría todo a Candace. El único contacto confiable que me quedaba era Kyle y dudé varios minutos antes de presionar su nombre y mensajearlo. “Estoy frente a la vieja estación de trenes, ¿Puedes venir? Es urgente. -Cass”   Esperé unos minutos, rogando al cielo que no estuviera ocupado, u odiándome, o las dos cosas. Mi teléfono vibró entre mis manos y me sobresalté. “Voy en camino. -Ky” Suspiré de alivio y volví a revisar todas las puertas, para asegurarme de que estuvieran cerradas. Me quedé mirando la lluvia caer cada vez con mayor intensidad y los carros ir uno tras otro por la autopista en dirección a Nueva York. Casi veinte minutos más tarde Kyle golpeó mi ventana con los nudillos y le quité el seguro al carro. Cuando abrió la puerta del copiloto y se sentó junto a mí… pude respirar con normalidad. -      Gracias por venir… -      ¿Por qué estás tan pálida? – preguntó con evidente preocupación. – Tienes el maquillaje arruinado, ¿Has llorando? -      Sí – admití. – Mark me abordó en el auto hace casi una hora. Se subió de copiloto y me amenazó… – mi voz se quebró. – ¡Dios mío! Todavía estoy temblando, con suerte conduje hasta aquí. -      ¡¿Te hizo daño?! – Kyle tomó mi rostro con cuidado y me miró algunos segundos. -      No, estoy bien – suspiré. – Simplemente… me ha asustado mucho y no quería seguir conduciendo así. Estoy que me da un ataque de pánico pero he intentado pensar en otras cosas hasta que llegaras porque me siento terrible, y sola, y desprotegida… y asustada. -      Cass… -      No quiero parecer una damisela en peligro, tan solo… ¿Qué tal si me hace daño la siguiente vez? – comencé a llorar en silencio. -      No voy a dejar que te haga daño, Cassandra – masculló Kyle. Lo miré a los ojos. Él estaba empapado también, tenía el cabello desordenado y las orejas rojas por el frío. – ¿Qué fue lo que te dijo? -      Que hará de mi vida un infierno… -      Pues vamos a inscribirte en clases de defensa personal para que le patees el trasero si se vuelve a acercar a ti – sentenció. – Ahora, dame las llaves… conduciré por ti. -      Pero… -      No voy a arriesgarme a que te de un ataque de nervios a mitad de camino y pierdas el control del auto con lluvia y todo – dijo con voz severa. – Te llevaré a Nueva York yo mismo, dame las llaves. Le sostuve la mirada unos minutos. Kyle estaba siendo… un gran amigo. Le di las llaves y me bajé del carro para cambiar lugares. Una vez que Kyle encendió el carro, dejé de temblar y mantuvimos silencio durante el camino. Sin embargo, no pude quitarle los ojos de encima a Kyle, temía que desapareciera de pronto, que se evaporara, que se fuera si dejaba de mirar. Tenía tanto miedo de perder a Kyle como de tenerlo.        
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