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Una noche con el Ceo

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oscuro
matrimonio bajo contrato
arrogante
jefe
drama
sweet
sin pareja
pelea
ciudad
Oficina/lugar de trabajo
seductive
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intro-logo
Descripción

Charlott dejó atrás su vida después de la peor traición: descubrir a su esposo en brazos de su propia madre. Con el corazón roto, abandonó todo y reconstruyó su vida lejos, transformándose en una mujer rebelde, libre y desconfiada del amor.

Años después, al regresar a casa, un inesperado encuentro en el aeropuerto la lleva a una noche apasionada con un misterioso desconocido que despierta algo en ella que creía muerto. Sin embargo, su regreso trae más sorpresas: su padre se ha casado con otra mujer, y el hijo de esta es nada menos que el hombre con el que pasó la noche.

Para complicar aún más las cosas, Charlott descubre que existe un contrato que la obliga a casarse con su hermanastro para consolidar una unión familiar y empresarial. Ahora, deberá enfrentarse a su pasado, sus sentimientos y a un hombre que promete desafiar todas las barreras que ella ha levantado.

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Introducción
+CHARLOTT+ La noche siempre había sido mi refugio. En su silencio encontraba paz, y bajo su manto oscuro, podía soñar sin límites. Pero esa noche... esa maldita noche, se convirtió en mi peor pesadilla. El aire estaba denso, como si presagiara la tormenta que estaba a punto de arrasar con mi vida. Había llegado a casa antes de lo habitual. Decidí sorprender a Logan, mi esposo desde hacía apenas un año. (Nos enamoramos después de terminar la universidad y nos casamos apresuradamente) Aún recuerdo cómo al entrar, me recibió el sonido familiar del piano en el salón. Su melodía siempre había sido mi consuelo, y él sabía cómo hacerla hablar. Pero esa vez, esa canción que tanto amaba se convirtió en un telón de fondo para el horror que nunca imaginé presenciar. —¿Logan? —llamé, con una sonrisa que aún podía sentir en mis labios. Mis tacones resonaban contra el mármol blanco del vestíbulo. La casa estaba a media luz, como si escondiera algo, como si supiera que estaba a punto de romperme. Nadie respondió. El corazón empezó a latirme rápido, pero no de la manera en que lo hacía cuando estaba nerviosa por un cliente importante o una reunión. Era distinto. Era como si mi cuerpo supiera antes que mi mente lo que estaba a punto de descubrir. Seguí avanzando. Dejé mi bolso en el sofá, al lado del abrigo que Logan había dejado tirado de cualquier manera. Subí las escaleras y vi que la luz del dormitorio estaba encendida. —Qué raro… —murmuré para mí misma. Mis pasos eran lentos, como si una parte de mí quisiera evitar lo inevitable. El aire se volvió más frío. Y cuando llegué a la puerta entreabierta, los gemidos apagados me golpearon como una bofetada en el rostro. Mi primer pensamiento fue confusión. Mi mente trató de buscar explicaciones racionales. Quizás estaba viendo algo. ¿Una película? ¿Un programa? Pero entonces reconocí su voz. Y la otra también. Era mi madre. Me quedé paralizada. Mi respiración se detuvo mientras mi cerebro procesaba lo que oía. Susurros. Risas. Sus gemidos, perfectamente sincronizados. Mis manos temblaban, pero de alguna forma logré empujar la puerta. Ahí estaban. Logan, mi esposo, y mi madre, la mujer que me había dado la vida, juntos, enredados en mis sábanas. MIS SÁBANAS. —¡¿Qué demonios es esto?! —grité, mi voz quebrándose al final. Todo se detuvo. Mi madre, completamente desnuda, se giró hacia mí con el rostro congelado en una mezcla de sorpresa y descaro. Logan, sin siquiera molestarse en cubrirse, se puso de pie como si intentara calmarme. —¡Charlott, no es lo que parece! —dijo, acercándose, pero retrocedí un paso, sintiendo que si se me acercaba más, vomitaría. —¿No es lo que parece? —solté una risa amarga. Mi cuerpo estaba en shock, pero mi mente estaba en llamas. Todo el amor, toda la confianza que había puesto en él, se desmoronó en ese instante. Miré a mi madre. Esa mujer que se supone debía protegerme, guiarme, quererme más que a nadie en el mundo. Pero en sus ojos no había remordimiento, sino un retorcido orgullo, como si disfrutara verme romperme. —¿Por qué? —susurré, y mis palabras salieron apenas como un eco. Sentí que las paredes se cerraban a mi alrededor. —Porque puedo, Charlott —respondió ella, con esa voz gélida que siempre me había hecho sentir insuficiente. Mi respiración se aceleró, las lágrimas corrían por mis mejillas y el nudo en mi garganta amenazaba con ahogarme. Mi madre... la mujer que me enseñó a caminar, que me ayudó a vestirme el día de mi boda, estaba ahora con mi esposo. —Eres un monstruo —le dije con la voz rota. Luego miré a Logan—. Y tú, eres peor que la basura. No escuché sus intentos de disculpa. No quería. Salí de ahí, tropezando, casi cayendo por las escaleras. La casa que una vez fue mi refugio ahora era una cárcel llena de recuerdos podridos. ÉL ERA EL AMOR DE MI VIDA, Y AHORA ES MI PERDICIÓN, LO ODIO CON TODO MI CORAZÓN Y NO SE DIGA DE LA MUJER QUE FINGIÓ DARME AMOR, ESA QUE ME TRAJO AL MUNDO. Hace pocos meses mis padres se separaron, justo por esto. +++ Cuando llegué a la casa de mi padre esa noche, apenas podía hablar. Él me recibió en la puerta con los brazos abiertos, y al verle, todo mi autocontrol se desmoronó. Me abracé a él como si fuera mi ancla, llorando hasta que las lágrimas se agotaron. —Papá... no puedo... no puedo más —le susurré entre sollozos. —Charlott, ¿qué ha pasado? —Su voz era firme, pero cargada de preocupación. Cuando finalmente le conté todo, el rostro de mi padre pasó del asombro al más puro odio. —Te vas a divorciar. No quiero que pases un segundo más atada a ese imbécil. Y de tu madre... —Hizo una pausa, cerrando los ojos como si intentara contener su ira—. Ya no es mi problema. Yo no podía hablar. Sentía que estaba en un sueño, uno horrible del que no podía despertar. —Escúchame bien, Charlott —continuó—. Te mereces algo mejor. Voy a ayudarte. Quiero que te vayas lejos. Haz tu vida. Estudia más a fondo sobre como dirigir la herencia. Conviértete en la mujer que siempre soñaste ser. Y cuando estés lista, quiero que tomes las riendas de lo que te pertenece. Asentí lentamente, sin saber realmente qué decir. En ese momento, solo podía pensar en huir. * Esa misma noche empaqué mis cosas y le di el poder a mi abogado para que gestionara el divorcio. Me fui a Rusia. Pasé cinco años en un lugar que al principio me pareció frío y desolador, pero que luego se convirtió en el escenario perfecto para mi transformación. Rusia me enseñó a ser fuerte. Allí aprendí que no necesitaba el amor de un hombre para sentirme completa. Jugué con ellos como un gato juega con su presa, pero nunca dejé que nadie se acercara demasiado. Mi corazón se había convertido en un fortín impenetrable. Rusia se convirtió en mi refugio y mi campo de batalla. A los veintidós años llegué a Moscú con una sola idea en mente: reconstruirme. No era la primera vez que dejaba atrás una vida, pero esta vez era diferente. Había jurado que no volvería a ser la misma. La Charlott que confiaba en los hombres, que creía en el amor y en las promesas eternas, estaba enterrada en Inglaterra junto a mi matrimonio fallido. En la Universidad Estatal de Moscú, encontré mi propósito. Finanzas. Era perfecto. Frío, metódico, sin espacio para emociones. Los números no mienten, no traicionan. No te dicen que te aman mientras están con otra. Desde el primer día, me propuse ser la mejor. Me inscribí en todas las clases avanzadas, absorbí conocimiento como una esponja y estudié hasta el agotamiento. Nadie me iba a detener. Sin embargo, no estaba sola en esta batalla. Fue en una de esas frías mañanas de invierno, mientras intentaba sobrevivir a una clase particularmente tediosa, cuando conocí a Dasha Ivanova. Era mi opuesto en muchos sentidos: rubia, pequeña, con una risa contagiosa y una energía desbordante. Desde el primer momento, me adoptó como su amiga, aunque yo intenté mantenerme distante. —Charlott, querida, necesitas relajarte —me dijo una vez, arrastrándome a un bar local después de clases. —Estoy relajada —respondí, aunque mis hombros tensos y mi constante mirada al reloj decían lo contrario. —Por favor, si estuvieras más tensa, te romperías. Vamos, una bebida. Nadie muere por divertirse un poco. Con el tiempo, Dasha logró derribar algunas de mis defensas. Se convirtió en mi compañera de locuras, la única persona a la que le permití conocer una parte de mí. Ella sabía lo suficiente: mi exmarido, mi madre, la traición que me convirtió en quien soy. —Los hombres son basura —le dije una noche, después de nuestra tercera ronda de vodka. —No todos —respondió ella, aunque con poca convicción. —Confía en mí, Dasha. Si los usas antes de que ellos te usen, siempre ganas. —Algún día te enamorarás, Charlott. Algún día un hombre te pondrá de rodillas. —La única razón por la que me pondría de rodillas sería para ajustar mis tacones —respondí, arrancándole una carcajada. Así pasaron cinco años. Entre clases, proyectos y una interminable lista de hombres que usé como entretenimiento, fui perfeccionando la mujer que ahora era: una estratega, fría y calculadora, con un corazón de hierro.

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