Me sonrió. —Me alegra volver a verte, bebé. —¿Bebé? Sentí náuseas al oírle decirme eso. —No soy tu bebé. Será mejor que te vayas si no quieres que tu prometida sepa que estás en mi puerta. Me mostró la mano, exhibiendo el anillo dorado en su dedo anular. —Esposa, en realidad. Nos casamos hace dos semanas. Un nudo se formó en mi garganta, haciéndome difícil respirar o tragar. Había pasado un mes desde que terminó nuestra relación de tres años, y ya parecía haberme olvidado por completo. El dolor me atravesó el pecho al pensar en lo poco que significaba para él. —No voy a felicitarte por tu boda, Andrés. Por favor vete si solo viniste a presumir tu nuevo amor. ¿Qué esperaba? ¿Cierre? ¿Una disculpa? ¿O que me dijera que todo fue una broma y que nunca dejó de amarme? ¿Y si lo hacía…

