—De verdad creo que está loco —dije, colocando mi taza de café y el plato de brownies en la mesa de centro frente a mí—. ¿Quién le pide matrimonio a una desconocida, así como así? Valeria se rio. —Ya han estado en la cama. No diría que son desconocidos. Puse los ojos en blanco y me dejé caer en uno de los sofás en forma de L color marfil de mi sala. —Fue un error. Eso era mentira. No había garantía de que no hubiera tenido sexo con Serov incluso sin estar ebria de desamor y martinis. —¿Lo fue? Me mordí el labio como una adolescente atrapada por su madre tratando de escaparse a medianoche. —Está bien, lo admito, no lo fue. Pero chica, deberías verlo. Sus hombros son tan anchos, y sus abdominales están duros como una roca. —¿Y su polla? Me sonrojé, una corriente recorriéndome por d

