Sofia miró a su alrededor con asombro, contemplando el campo abandonado en un paisaje sobre una pequeña colina a metros de mi mansión. —¿Aquí es donde tú y tus hermanos practican? —.
—A veces —respondí. El sol de la mañana me quemaba la piel, y la suave brisa llevaba hasta mi nariz el aroma del césped recién cortado. Señalé una SUV oxidada encajada entre dos árboles frente a nosotros, que se había descompuesto hasta quedar solo un esqueleto de metal. — A Doriav le encantaba este lugar.
Ella se rio, sus ojos marrones brillaban. —¿Él hizo eso? —.
Asentí. —Tenía catorce años. Tomaba el coche de Pavel y se escapaba a dar una vuelta con sus amigos.
Ella frunció el ceño. —¿No le tenía miedo a Pavel?
—No, ninguno de nosotros le tenía miedo. —Una sonrisa apareció en mis labios, y me llegaron
