Una semana después, me encontré vistiendo un traje n***o e impecable de Tom Ford, sosteniendo una copa de champán cuando en realidad prefería el whisky y recorriendo un salón elegante de una fiesta.
Las conversaciones sin sentido no eran lo mío, así que intentaba evitar interacciones innecesarias con los demás invitados. Aun así, la mayoría en nuestra sociedad podía identificar a un Sergiv desde lejos, y siempre se apresuraban a intentar caer bien.
—Te ves bastante guapo esta noche. —dijo alguien.
Me estremecí. Ricardo tenía cincuenta y seis años, estaba calvo, era bajo y redondo. ¿Por qué un hombre de cincuenta y seis años me iba a halagar? Bebí un sorbo de mi vino. —¿Qué quieres? —pregunté.
Siempre se reducía a una cosa: algún tipo de alianza. O necesitaban nuestra protección o una c
