Habían pasado dos semanas desde que Serov intentó enseñarme a disparar un arma. No habíamos practicado más porque él siempre salía de la casa antes de que me despertara y regresaba después de que me había acostado. Se negó a compartir conmigo cualquier cosa sobre la mafia, y ni Doriav ni Odorv revelaron información cuando venían. Desde entonces había adoptado una rutina: despertarme, cepillarme los dientes y dirigirme a la cocina por una taza de chocolate caliente y el desayuno. Luego pasar todo el día leyendo un libro o mirando fijamente al techo preocupándome. Esta mañana no fue diferente. ― Ya estás despierta ― me dijo Elena cuando entré a la cocina, con una pequeña sonrisa que curvaba las arrugadas esquinas de sus delgados labios. Nuestra relación había mejorado un poco en las últ

