Doriav no volvió a casa esa noche, y tampoco contestó mis llamadas. Me desperté sola a la mañana siguiente, le escribí una nota pidiéndole que me llamara, pero no lo hizo.
Pasé toda la mañana pensando en él y preguntándome si algo le había pasado. No podía entrar al casino cuando quisiera, pero no tendría otra opción que ir allí si no tenía noticias suyas para mañana.
Estaba mirando fijamente un papel sobre mi escritorio en la oficina cuando sonó la llamada de Raquel. Contesté. —Hola, nena.
—Hola, chica. —Hizo una pausa—. ¿Está todo bien? Suenas como si te hubieran roto el corazón.
—Estoy bien —farfullé.
—No, no lo estás. Te conozco muy bien, Isabela. Sé cuándo algo te pasa. —Adivinó—. ¿Es él, verdad? ¿Hizo algo que te molestó, no?
—Estás cerca, pero no exactamente.
—Bueno, ¿adivina
